Un día más en este tosco país. Ciertamente creo que nada podría empeorar, o eso creía...
Pasó lo que tenía que pasar, yo no lo esperaba, ella tampoco, pero pasó.
Estaba con mi amada en la soledad de mi casa, sí, es difícil imaginar la soledad estando acompañado, pero realmente así se sentía.
Era un día de esos grises, en todos sus sentidos literales y metafóricos. La abracé fuertemente y le pregunté reiteradas veces que le sucedía. Su rostro era el único que parecía seder a responder, y no lo hacía directamente. Créanme cuando digo que nada estaba bien, quien quiera que pudiese observarla se daría cuenta.
La situación seguía, una y otra vez preguntaba por su estado y el silencio era lo único que me otorgaba.
Una lágrima brotó de su ojo café dispersando el ya disperso maquillaje. En esta, ví millones de malos sentimientos, condensados todos en una simple lágrima. Caía por su mejilla con un lento deslizar. No supe como reaccionar y parecería que a ella no le entusiasmaba una reacción. Pese a esto, yo debía actuar.
En ese instante me acerqué a su rostro y detuve su lágrima con mi lengua. Ella creo me miró, aunque no sé si se percato del hecho. Siendo franco, yo no esperaba dicha reacción. Me quedé callado, ella me acompañó, o mejor dicho, yo era el que se ponía a acompañar su constante falta de habla.
Desesperanzado opté por levantarme y caminar hacia la ventana más cercana. En ella ya no estaba todo gris, sino oscuro, realmente negro y profundo. Una fuerte pena me invadió. Era como si comprendiera por qué ella estaba mal, pero no podía explicármelo a mí mismo. No supe que hacer, no supe como seguir. Simplemente, hice una breve despedida y salí a caminar.
En el camino, encontré reparo y compañía en un vagabundo can, al cual usé gratuitamente como psicólogo.
Cada paso que daba, cada metro que recorría comprendía que estaba más y más cerca del final, no sé por qué, simplemente así se me presentó. Pero, no iba a detenerme, no ahora.
Paso tras paso cada vez sabía más, pero entendía menos. Era como si todos los males del mundo estuvieran haciendo de mí una caja de Pandora. Sentí que absorbía los problema de la gente. Caminé sin frenar ni un segundo hasta que finalmente llegué a él. Mi hasta ahora fiel amigo ladró y dio media vuelta para largar a correr por la noche. Al principio me sorprendió encontrarlo, pero cuando estaba justo por exclamar una acusación, vino a mi mente el recuerdo de que me lo iba a encontrar. Una capucha cubría todo su rostro, aunque yo, sabía perfectamente que su mirada estaba penetrante, dirijida a mí.
Él agachó su cabeza, y pronto, todo su cuerpo. Observé la acción y con ella noté que debajo mio yacía un cadaver. Siempre fuí muy cobarde y miedoso, pero esta vez... esta vez era diferente, no me daba miedo el echo de estar ensima de un cuerpo sin vida. El encapuchado miro en derredor y luego hacía ambos lados, buscando ojos curiosos. Ante la ausencia de estos reinició su marcha aceledaramente. Quize seguirlo pero algo me retenía, quedé inmovil. Bajé un poco la vista y la sangre ,que logré ver muy forsozamente, era abundante. Saqué la lengua para limpiar el sudor que se estaba generando debajo de mi nariz, y allí, como por arte de magia, la lagrima de aquella que amaba cayó al suelo. Tras el evento miré hacia abajo, la gota cayo justo en la frente de ese muchacho.
Peculiar escena... Ver su rostro me dejó perplejo, no podía mover ningún musculo del cuerpo, porque para esa altura, ya no tenía músculos, ni siquiera, un cuerpo. La comprensión final me hubiera llevado a llorar si hubiese tenido mi mortalidad aún inconclusa. Finalmente, en esa lagrima, supe los males de mi amada: yo, ya no regresaría. |