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Inicio / Cuenteros Locales / semantex / Elegido para mi antología El Precio de umbrio

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Hacía menos de un año que Adrián había vivido dedicado a cuidar su pareja entre la esperanza y la resignación. Ahora espera, condenado a muerte, en la penitenciaría de San Quintín el momento de la ejecución: la primera en California en los últimos cuarenta años.

La luz azafranada e impura del foco eléctrico, ubicado en el pasillo, ilumina tenuemente el centro de la mazmorra y dilata las sombras de los rincones. Adrián sube y baja los extremos de un trozo de periódico columpiando el cigarrillo que le fue concedido como última voluntad. Sus facciones dibujan una mueca estúpida imbricada con una sonrisa. La ejecución esta programada a las ocho de la noche y el sentenciado balancea su reacción como al cigarro.

En el pabellón de condenados a muerte hay diez reos. Todos, excepto él, habían matado abiertamente en el ardor de la pelea. Están convencidos que esa cualidad les autorizaba a aborrecer al que mata cobarde y alevosamente. La homosexualidad de Adrián fue otro ingrediente para que lo estigmatizaran. No perdían oportunidad para humillarlo y si las condiciones se hubieran dado no habrían dudado en asesinarle con sus propias manos.

En la celda de enfrente, al otro lado del corredor, Tai Tran, un vietnamita grueso y escandaloso, que en justa riña había apuñalado al amante de su esposa le grita para exigir el valor que a muchos les faltó en la hora decisiva.

–¡No seas un cobarde al enfrentar tu muerte! Hay que morir con dignidad. ¡Por lo menos al final intenta ser hombre!

El insulto de Tai, seguido por una carcajada estridente, fue un aguijón que instigó a Adrián y le hizo enderezar su espalda encorvada.

Los cerrojos de la reja principal se accionaron automáticamente, el sonido metálico que producen es premonitorio de muerte. Por todas las maniobras de los celadores, los sentenciados saben que las veinte horas están cerca y es el momento en que Adrián irá a la cámara de inyección letal.

Dos guardias y un capellán, éste último porta en ambas manos una biblia abierta, entran y se dirigen directo a la celda de Adrián. Uno de los guardias le dice, “llegó tu hora prisionero”. Adrián se levanta y sale al pasillo. Antes de iniciar su paso rumbo a la muerte arroja el cigarro a Tai. El preso le grita desagradecido, “podrías haberlo fumado, no creo que se te hubiera hecho vicio”, y vuelve a reír burlonamente.

Adrián quiso responder algo pero no sabía qué. Mientras camina por el corredor de la muerte gira la cabeza de un lado a otro, ninguno de los sentenciados se muestra para despedirlo o alentarlo como había ocurrido con otros ejecutados. Él era diferente, había matado a un indefenso y por ello lo desprecian. La falta de solidaridad doblega su temple, las piernas se aflojan y el capellán le auxilia para que no caiga. La penumbra encubre su debilidad.

Llegan a la cámara de ejecuciones. El recinto abarrotado. La ejecución es noticia. Empleados de la cárcel, periodistas y curiosos conforman el grupo. Adrián los observa y los gestos de indiferencia de algunos y de reprobación de otros lo aturden. Teme derrumbarse en el último momento. No hay espacio para el arrepentimiento. El miedo a la muerte copa todo su ser.

Lo conducen a la camilla, lo atán. Transcurren algunos minutos mientras encuentran una vena para aplicar la inyección. El tiempo se alarga en contra de Adrián, hubiera preferido un procedimiento más rápido. Levanta la vista y se cruza con la mirada de una mujer. Es la madre. Súbitamente todo es brumoso e irreal. ¿Por qué lo van a ejecutar? ¿Cuál es su crimen? Suda copiosamente.

Le llega el recuerdo cuando Otón ya había perdido toda capacidad motriz a causa del Síndrome de Guillain-Barré. Los sonidos guturales de Otón lo despertaron aquella noche fatal, se levantó de la cama y se acercó a la de Otón que con la mirada imploraba piedad. Se inclina para besar su rostro y le susurra. “Te amo demasiado que no puedo negarte nada”.

Su último pensamiento, que coincide cuando oprimen el interruptor de descarga de líquidos mortales, es el instante en que desactiva el respirador artificial de Otón.

Texto agregado el 26-03-2013, y leído por 320 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
13-07-2013 salu como dicen por ahi!!!! efelisa
12-07-2013 De excelencia, umbrío!!! Cuántas veces la "justicia" de la tierra condena injustamente! Te abrazo fuerte!***** MujerDiosa
30-03-2013 Se trata de un condenado doblemente condenado, por la sociedad (la justicia) y por los demás detenidos que lo tratan como un chivo expiatorio. Felicitaciones nuevamente loretopaz
30-03-2013 Tratas el tema de la eutanasia con gran delicadeza, Adrián mató por amor, para finalizar el sufrimiento insoportable de Otón. Por otro lado, el relato de los últimos momentos de un condenado a muerte está muy bien logrado. Felicitaciones, amigo, es un cuento excelente. loretopaz
28-03-2013 Me invitaste a comentar pero no puedo mas que decir que me gustaría tenerte de maestro. Gracias. muacck Adalgisaprincesadeojosne gro
27-03-2013 UN CUENTO MUY SUGESTIVO QUE NOS HABLA DE POSIBILIDADES.BRAVO UMBRIO! divinaluna
27-03-2013 1) Muy buena narración. Como que no le falta nada y cada palabra está en su lugar. Lo mejor, como se transmite el sentir del condenado. Mi párrafo favorito es el que termina así (La penumbra encubre su debilidad). La última oración es muy cinematográfica, lo que es bueno, 2 escenas y fin. ¿Algún reparo? Son detalles. Pero cuando leo voy imaginado la secuencia como una película, hasta voz le pongo a los personajes. carlitro350pajaritos
27-03-2013 2) 2º párrafo: Cuando leo la palabra periódico, imagino que lo sube y lo baja (como no detalla lo imagine así) como no hay coma después de periódico (Imaginé al tipo columpiando el periódico, pero era el cigarrillo. El cigarrillo era columpiado por una mano? No. Era columpiado en la boca?) O sea la secuencia se interrumpe, retrocedí y perdí la inercia lectora. carlitro350pajaritos
27-03-2013 3 4º párrafo: tras la palabra “esposa” falta un punto (Pero quién grita? Tai tran o el prota). Creo que por error de tipeo falta una coma. Quitaría la coma después de escandaloso (queda más claro que quien grita es Tai Tran) carlitro350pajaritos
27-03-2013 Gracias por mostrarnos este cuento impactante de Umbrío. elpinero
27-03-2013 Se nos niega la eutanasia, pero se justifica la pena de muerte. Un cuento para pensar cómo se confunde el amor con la crueldad. Gracias por subirlo. granada
27-03-2013 Muy buena elección!!! Gracias por informarme de este lugar en el sitio y la fabulosa idea. Mis felicitaciones, cumple lo que promete. Cariños. cieloselva
27-03-2013 Pero que gran relato!. Me impactó la forma en que el protagonista vive esa lucha interna por sentirse inocente a pesar de saber en sus fibras más internas que no es así. Un placer haber pasado por acá y leer nuevamente a uno de los mejores autores de la página. Felicitaciones. IGnus
27-03-2013 Es excelente amigo. Felicitaciones!!! glori
26-03-2013 una gran y buena narración siempre pienso que no tiene sentido la pena de muerte no consiguió disminuir los asesinatos**************** yosoyasi2
26-03-2013 Bueno, Umbrío es uno de los autores de esta página a quienes leo sin falta. A la calidad de sus textos se añade la profundidad de sus temas. Enhorabuena. Gatocteles
26-03-2013 mis felicitaciones!!! Es un relato increible, lleno de temas q se abren, sin embargo esta tan logrado q cierra todo en una frase. Mis elogios!!!!!! ***** chingola
26-03-2013 Lo releo para descubrir a un gran narrador, con una gran historia de amor en el que Adrián sacrifica su vida. El tema de la eutanasia, es controvertido. El autor nos descubre la belleza de la entrega absoluta. Gracias, muchas gracias por compartirlo. estrella-fugaz
26-03-2013 Hola amigo; la leí en el evento organizado por ross, después en home cuando mi querido amigo Umbrio lo público. Un placer hacerlo nuevamente ahora. De lo bueno, nunca es suficiente. Un abrazo!!! Cinco aullidos yar
26-03-2013 Vaya historia!!!, es contradictoria, condenado a muerte por cumplir el deseo de alguien amado, muy bien, no conocia esta historia de umbrio, bien seleccionada para la antologia morgund
 
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