Recuerdo aquellos días calurosos correr calle arriba, después de esperar, ansiosa, que el hombrecillo del semáforo se tornara verde me molestaban los transeuntes con sus caras de hombres de negocio, las mujeres con sus cestas de la compra, las madres con los niños y sus cochecitos. Me molestaba todo lo que no fueras tú.
Sigo caminando y me detengo a descansar delante de los cines Van Dyck con sus anuncios, aquellos carteles que aún recuerdo: La cinta blanca, de los hermanos Cohen, Shutter island, El erizo, Malditos bastardos...Me hacían aminorar el paso para tomar un respiro.
Antes de salir a tu encuentro había hecho todo un ritual de belleza en mi cuerpo masacrando cada célula con la energía de una adolescente enamorada, lo cubría de generosa crema, cepillaba mis cabellos, un poco de rimmel y rojo en los labios; después elegía cuidadosamente la ropa y el calzado y, por último, pulseras y anillos, algo de perfume. Todo para llegar hasta ti.
Un solo pendiente colgaba de mi oreja izquierda, recuerdo ¿Por qué un pendiente y no dos? Para provocar tu pregunta, contesté y, ambos, nos reímos de mi respuesta.
Recuerdo tu mirada, esa mirada que no miraba. Qué extraña me resultó siempre, tus labios con algunas pielecillas que se querían escapar, yo pensaba que éso era una clara señal pidiendo besos que llenaran tu soledad de hombre duro, de romántico maldito como a ti te gustaba decir...
¿Por qué cuento todo esto? Solo porque te vi esta mañana y no te regalé un beso. |