Girando débilmente la cucharita dentro de la taza le pedía al café de las seis de la tarde que piense por él. Él sólo no podía hacerlo. Necesitaba respuestas, soluciones que urgían desde hace mucho tiempo. O mejor dicho sí podía, pero mediante deseos, largas situaciones que imaginaba e idealizaba que lo único que hacían era alejarlo de la realidad, hacerlo volar en un mundo idílico en el que él, Fran, era muy distinto al Fran que tenía que soportar todos los días. Quizás no fuera su personalidad la que difería en esos dos mundos, quizás fuera solo su forma de actuar la que cambiaba, la de ver el mundo, que también era otro, o más aún la forma en la que ese mundo distinto lo veía a él.
Podía imaginar millones de situaciones hermosas y quedarse allí todo el rato que quisiera pero se sentía mal, se veía igual que la lechera que por caminar distraída imaginándose con cientos de vacas en su posesión , tropezó con una piedra y volcó la leche de su única vaca. Sentía que todos los días se volcaba un poquito más de su leche por dejar de ver lo que tenía y lo que era para ver lo que podría tener y lo que podría ser, tropezando con piedras que encontraba en su casa y con sus amigos. Pensaba que el sabor de su joven leche debería gustarle y no tendría que desperdiciarla ya que su vaca era buena, o al menos por buena se la habían vendido. Veía a su vaca más linda que muchas otras pero su leche era muy liquida, pasaba entre sus dedos sin que pudiera disfrutarla. Muchas veces llegaba a su hogar solo, y solo se quedaba. Escuchaba el rutinario “¿cómo te fue?” de su familia y lanzaba un tímido “bieeen” donde cada e significaba algo que quería decirles pero que no se animaba, que quería demostrarles pero que no podía porque un “¿cómo te fue?” no era lo que quería escuchar, no le servía de nada; pero tampoco sabía qué era lo que deseaba que saliera de las tres secas y cortas bocas de sus familiares. Su “bieeen” tampoco conformaba a sus padres, pero sus métodos para hacérselo saber no eran buenos y él estaba demasiado ocupado en victimizarse utilizando sus formas de niño como para mejorarlo. Luego de una forzada sonrisa cansada se marchaba a su habitación.
Fran era un chico joven, pero no tanto. Algunos sectores de su mente parecían más jóvenes que él, quizás de unos cinco o seis años menos. Otros sectores estaban dormidos, empolvados, tapados con una sábana color gris; quizás de niño los hubiera usado, pero ahora no se emocionaba, no amaba, no sentía el viento de la bici en su cara cuando volvía de la casa de sus amigos, no cantaba fuerte en los recitales, no gritaba, no bailaba olvidándose de todo en el boliche, sólo mordía la parte de adentro de sus labios mirando hacia los costados y abrazaba mucho, si, pero sólo con los brazos. Si algunas de esas partes le pertenecían a su corazón nunca lo sabremos, Fran le adjudicaba todo lo que tenía, lo que sentía y lo que era a su cargada y confundida mente.
El problema que esa tarde, al igual que muchísimas tardes pasadas, lo hacía mirar la taza de café mientras pensaba con deseos se lo habían traído esas partes de él que eran más jóvenes que su resto, más de lo que él desearía y también esas que estaban tapadas porque en algún lado le habían dicho que era bueno taparlas, que así se sería más inteligente, tomaría las mejores decisiones y lo mejor de todo, correría mucho menos riesgos.
Por suerte su mundo real, a diferencia de su mundo ficticio, no terminaba en él. Fran tenía un grupo de amigos con los que se divertía y podía conocer algo de sus mundos. Le encantaba escucharlos y aconsejarlos, pero sus tapujos le hacían sentir que sus problemas eran menores que los de sus amigos, y quedaban sólo en él, flotando sin forma en su mente que ya no sabía por dónde escapar; desconforme con lo suyo imaginaba cada vez más y su mente crecía igual que una planta petiza que crece con la esperanza de llegar a la luz del sol. Pero sabiendo, por la experiencia, que ese no era el camino. Igual de desconforme con sus vivencias que con su defensa.Mantener esa amistad que acariciaba todos los días el ánimo de Fran era una tarea difícil ya que Santi, Colo, Rama y Lorenzo eran gente complicada. Fran los veía algo egoístas, pesimistas, enroscados, cerrados, superficiales y muchas veces le habían hecho mal, pero aún así los años habían dicho que “los chicos” valían la pena, que eran muy distintos al resto y que por algo eran sus amigos. Los chicos eran el cable a tierra de Fran; él los quería mucho y le interesaba hacérselos saber.
La media taza de café ya frio por fin dio una respuesta, lo derivó a otro consultor. Éste otro consejero es su preferido, continuamente recurre a él por alguna derivación inconsciente. Lo utiliza como primer y como último recurso. Lo sabe de memoria y todo el tiempo está en su cabeza. Algunos de los chicos también lo conocen pero él lo frecuenta como ninguno. Cuando surge el tema se siente en su momento de gloria, les cuenta a los demás todo lo que sabe e intenta alargar la conversación tanto como dure la reunión. Por desgracia para Fran, sus amigos no lo acompañan en el entusiasmo y lo dejan con las ganas de sentirse cómodo un rato más. Lamenta no saber tocar la guitarra y cantar, por más que lo haya intentado, para poder reproducir eso que tiene la música y que, como ahora, tantas veces lo ha ayudado a sentirse acompañado y a comprenderse a sí mismo.
Como toda compañía que Fran ha tenido en su vida, la música también lo desilusiona fácilmente; aunque sabe por donde mirarla para verle los lados que lo identifican y lo ayudan ella también habla de eso que hablan todos, pero que a él le resulta inútil y casi una provocación. Todos lo mencionan constantemente inclusive sus amigos, la televisión, los libros, los grafitis de la calle, las escrituras en las puertas de los baños públicos, las películas, las redes sociales, sus tíos cuando van de visita a su casa e incluso lo había oído nombrar en las clases de catequesis a las que iba de pequeño. Todos los días, más seguido de lo que llega a darse cuenta escucha hablar del amor, pero no de ese amor que siente por sus padres, por su abuela y por su hermano, sino de otro tipo de amor que todos idolatran y pisotean, inclusive sus canciones. Éste otro tipo de amor parecía mucho más emocionante y riesgoso que el que él conocía; su fieldad sólo para los más afortunados, sus idas y venidas, el deseo de experimentar sus variables o sólo sus intentos de aparecer, parecían ser el motor de las acciones de todos, también de sus amigos. Desde chico le interesó tener novia, y a partir de tercer grado hasta el último año de escuela pensó que él iba a tener una pareja antes que el Colo, pero el colorado ya tuvo dos a las que pareció querer. Santi hablaba todo el tiempo sobre chicas, se ilusionaba mucho pero conseguía lo que quería y le duraba justo hasta el momento en el que quisiera otra cosa y, por supuesto, la consiguiera. Rama estaba en pareja, muy enamorado hace mucho tiempo y Lorenzo sufría por una chica que nunca estaría con él. Pero Fran ni siquiera rosó alguna de estas experiencias y aunque era muy joven se sentía un niño de jardín de infantes cuando comparaba sus vivencias con las de sus amigos y las de otra gente de su edad. Esta cuestión lo intrigaba, lo hacía imaginar aún más.
Fran notaba claramente que igual que él los chicos no sabían lo que era el amor, no el familiar sino el que nombraban todos, todo el tiempo. Quizás el único que lo conocía fuera Rama. Pero había una gran diferencia entre él y los chicos. Lorenzo, Colo, Rama y Santi tranquilamente podrían haber sido quienes hayan escrito alguno de los grafitis de la calle o alguna frase en la puerta de algún baño dedicándosela a alguna chica, ellos podían entender mejor que él la historia de una pareja en una película o novela e incluso tendrían derecho a derramar una lagrima, a lanzar un suspiro tras un recuerdo de alguna chica y a contar su historia mientras que alguien los escucha con atención. A veces quedaba fuera de conversaciones sobre parejas. Sentía que ellos conocían más sentimientos y tenían más contenido en sus mentes y en sus corazones que él. Lo que más envidiaba era que los chicos podían dedicar y hacer propias esas infinitas canciones con letras del querer que para Fran no tenían contorno, no eran más que una linda melodía con frases que no cabían en su vida, pero sí parecían encajar en las de absolutamente todos los demás. Para su tristeza, a él no le servían para otra cosa que no fuera recordarle su deseo inmemorial de poder sentirlas alguna vez.
En su mundo ficticio Fran había imaginado cientos de nombres para su novia, había tenido paseos y conversaciones con ella en las que él era un verdadero galán y hasta había vivido montones de situaciones en las que le presentaba su novia a sus padres, a su abuela y a sus tíos. Esperaba ansioso el día en el que algo de su mundo ficticio se colara en el real. Aunque temía confundir situaciones, no saber qué cosa le había pertenecido en la realidad y cuál en la imaginación.
En su mundo real Fran nunca había tenido una chica a quien querer, aunque su ilusión se había despertado dos veces. Los dos últimos años de colegio dedicó los recreos a mirar a Martina, a esperar el momento para decirle “hola” y con suerte intercambiar alguna palabra más. Una noche consiguió el beso que quería, pero Martina no tenía las mismas ideas que él y hasta el “hola” del recreo desapareció. La mente de Fran decía que no conocía la personalidad de Martina y que por eso no debía gustarle, que inevitablemente se había ocupado en ella sólo porque no conocía a nadie quien verdaderamente le gustara. Idéntica excusa puso su mente cuando apareció Camila. A Camila, Fran le interesaba un poco más. Ambos hablaron durante un largo tiempo por chat y se veían solamente cuando las noches los encontraba en los boliches. Fran soñaba con ella. Soñaba que la veía a la tarde con el sol iluminando su cara, charlaban, escuchaba el tono de su voz sin la música del boliche, veía cada uno de sus gestos, escuchaba sus bromas, se conocían más. Paradójicamente la rara relación de chat y de boliche se terminó con un “te quiero” que Camila envió por mensaje de texto. Fran sabía que en realidad, ella quería a otro chico y se lo dijo. Camila quizás lo interpretó como celos y no quiso hacer sufrir a Fran y por eso se alejó. No se vieron más en los boliches y sólo chatean de vez en cuando. Aunque Camila va a quedar en su recuerdo, estas vivencias no alcanzan para poder dedicar alguna de las tantas canciones de amor, ni para contribuir a llenar esa parte de Fran que está vacía, que necesita muchas seguridades, muchas certezas sobre él mismo y vivencias compartidas para llenarse. Encontrar estas cosas es una tarea difícil si se las busca a oscuras, con el alma apagada.
Lleva la taza a la bacha, agarra algo de la mesita de luz y lo coloca en sus oídos, con las zapatillas puestas se acuesta en la cama sobre el acolchado, le cae una lagrima, cierra los ojos y por un momento parece estar disfrutando pero pronto está mordiendo de nuevo sus labios. ¿Serán sus regiones tapadas las que le dicen que no puede relajarse y disfrutar u otra vez una ocurrente idea sobre lo que le gustaría que le suceda hoy? Gira, como quien quiere empezar de nuevo, se pone boca abajo, la cabeza hacia el costado, los ojos abiertos y algo empañados pero la mirada apagada. Busca algo en cada canción que se reproduce en su oído; algo que encuentra muy pocas veces pero que desde chico no se cansa de buscar; ha oído que la música es infinita y aunque sólo sea un aficionado que apenas puede tararear, está dispuesto a explorar todo ese infinito buscando algo que le dé letra, que piense por él y que le brinde esa solución concreta al problema tergiversado que corre junto con su sangre, ya reconocido como propio por su cuerpo.
Apurado, como si hubiera encontrado algo que no quiere olvidar se sienta en la cama, agarra un cuaderno y una lapicera de su mesa de luz, apoya su espalda contra la pared, lleva los talones a su cola con sus rodillas apuntando al techo, apoya el cuaderno sobre sus piernas y despacio, intentando ser lo más prolijo posible escribe: “Después de todo tu eres la única muralla, si no te saltas nunca darás un solo paso. L.A, Spinetta”
Vuelve a leer la frase, se levanta de un salto. Ahora hay otra expresión en su rostro, más animado, reflexivo, absorto. Lava la taza, por fin se saca el pijama y se cambia de ropa, sale del edificio y empieza a caminar, no tiene rumbo definido, pero cualquiera que lo mire pensaría que sabe muy bien donde va. Gira por las esquinas hasta encontrar una ancha avenida envuelta por parques, la recorre perplejo, observa los inmensos árboles de flor celeste que la circundan, los autos que hacen que parezca un río caudaloso, la gente que va caminando por la vereda, su largo, su ancho, la cantidad de vidas que puede ver con sólo alzar la vista y piensa en los aciertos y los errores que tendrían cada una de ellas, en lo que tendrían para dar. Mientras camina se lleva a él mismo a su propia mente y donde va él también van sus problemas, no puede pensar pero puede percibir muchas cosas. De pronto siente algo que empuja los huesos y los músculos de su pecho desde adentro hacia afuera, teme que esa pujanza lo haga explotar. ¿Qué es lo que frena sus ganas de llenar su vacío? ¿Cómo es que el interior de sus labios y mejillas están tan lastimados, su mente tan limitada si está caminando por esa avenida interminable y gigantezca, por ese mundo cargado de experiencias por vivir que parecen no terminar jamás? ¿Cómo puede sentirse tan solo si está caminando por esa avenida donde hay miles de personas? Recuerda la frase que escribió en el cuaderno, de pronto siente que su mentón se levanta, sus piernas se alivianan, la pujanza continúa. ¿Está listo para saltarse? Anochece. Camina un poco más y luego da media vuelta para volver por la misma formidable avenida, las luces rojas de los coches de inmediato se transforman en blancas, parece otra arteria, dobla, sigue, se pierde, pregunta, se encuentra, sigue y llega a casa. Se acuesta. Mañana será otro día.
Al día siguiente se levantó más temprano que de costumbre, se preparó el mate y lo tomó solo, esta vez sin música, solo. Sus dientes se olvidaron de morder sus labios y disfrutó su soledad. Revisó su cuaderno y leyó una frase que había escrito hace un tiempo: “Llegarás cuando vayas más allá del intento. Rosana” Hoy tenía más sentido que ningún otro día. Aunque no sabía a donde quería llegar sabía como lo intentaría. Se paró y se dirigió al espejo del baño, miro sus cejas, el color de sus ojos, la textura de su piel, el tamaño de su orejas, la forma de su nariz, se alejó para ver su cuerpo entero, intentó darse vuelta y ver su parte de atrás. Puso especial atención en verse con el mayor cariño posible, en valorar sus virtudes y en pensar estrategias para mejorar los defectos que le molestaban. Se vio más lindo que el día anterior. Cuando llegaron sus padres no huyó raudamente a su habitación, esta vez se quedó con ellos, intentando escuchar y que lo escuchen, si bien era muy difícil no fue tan incómodo como pensaba. Fue a la casa de sus amigos, estuvo con cada uno de ellos a solas, intentó conocerlos más, descubrir de qué forma particular se sentían cómodos y así poder ayudarlos en lo que necesitaran. Estas acciones formaban parte del gran esfuerzo que estaba haciendo por sentirse seguro, completo, y conforme consigo mismo. Ese esfuerzo aún tambaleaba en su cabeza por lo que Fran debía estar alerta para no dejarlo caer. Muchas veces le habían dicho que primero tenía que quererse él mismo para que luego los demás lo quisieran, eso quería lograr.
De nuevo tomó su cuaderno y escribió parte de la letra de una canción que por primera vez lograba comprender: “En carnavales de señales no verbales fue descubriendo el lenguaje del inconsciente en busca de alguien que lo pueda ver a través del follaje. Interpretó modestos gestos que en sí mismo vio y comprendió el mensaje… Y de pronto sintió que se le inflaba el pecho, vertiginosa sensación. Entre ilusiones y comparaciones enjuició toda una vida entera... Pero ahora ¿cómo se hace, cómo saco esto de acá?¿Cómo empiezo de nuevo? ¿Cómo perdono?¿Cómo me perdono a mí además? ¿Cómo disfruto el juego? Y de pronto sintió un nudo en la garganta y sin embargo disfrutó. Él le llamó aceptación a ese llanto sin consuelo y desde ahí transformo la rigidez del miedo cruel y paralizador en impulso motor. LPDA” Había descubierto muchas cosas por mejorar en esos días, tenía mucho por decir de sí mismo. Debía encontrarles las respuestas a todas esas preguntas, pero si su plan marchaba como él esperaba, las preguntas lo encontrarían fuerte y seguro y no lo harían volver atrás. Llenaría su vacío con autoestima y así, completo, estaría listo para salir a buscar lo que le hiciera falta para ser feliz. Pero todavía no está entero y debe estar atento a no derrumbarse, a aguantar los vientos y a no olvidar su plan.
Se recostó en su cama sobre unos almohadones, releyó su cuaderno, se colocó los auriculares, cerró los ojos y pudo volver a ver la ancha avenida. Sus labios dibujaron una sonrisa. Después de un rato se incorporó y escribió la última frase de una canción en su cuaderno: “ Las luces te guiarán a tu casa y encenderán tus huesos y yo voy a tratar de arreglarte. Coldplay” A Fran le faltaba quién le dedique esa frase, alguien que le ayude a arreglarse, a ser feliz, pero sabía que ese alguien llegaría después de que él haya completado su parte, después de que llegue a quererse. Pero lo mejor que ésta canción le recordaba era que por primera vez sentía que sus huesos estaban encendidos. Empezaba a brillar por sí mismo, a iluminar su alrededor. Así podría disfrutar del camino a su casa, a su objetivo, a su gloria.
Se volvió a recostar, cerró los ojos y sintió a su sangre enardecerse por el fulgor de sus huesos.
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