LA TARDANZA
Cuando terminé de prepara la cena apagué todas las luces de la casa, quedando con un par de velas encendidas y una suave música como única compañía.
Afuera ya había oscurecido, y muy pronto Andrés estaría de vuelta. Entre menos tiempo faltaba para su regreso, más eran las ganas que me daban verlo y tenerlo junto a mí nuevamente. Y es que aquel indeseado viaje había venido tan de sorpresa que no me dio tiempo a oponerme, ni plantear mis quejas. Aquel fin de semana Andrés llegó con la noticia del viaje a Europa por asuntos de trabajo, y el lunes me vi despidiéndolo en el aeropuerto. Es cierto que se fue solo por dos meses, pero era la primera vez que nos separábamos, y ya no aguantaba su ausencia ni un minuto más.
El día de su regreso preparé una exquisita cena, adorné la mesa y me vestí distinta. Esa sería una noche solo para nosotros dos. Faltaba para eso un poco más de media hora cuando mis planes comenzaron a fallar.
De forma muy seductora me había sentado en el sofá, cuando repentinamente acudió a mi boca una extraña e inexplicable sensación. Desde el pecho, más hacia el lado del corazón, se me había escapado algo. Al principio pensé que se trataba de un suspiro,, un bostezo o algo así, pero cuando lo saboreé noté que se trataba de un beso. Aquella tarde se me había escapado un beso para Andrés.
Al principio todo fue muy gracioso, mientras él se instalaba en mi boca y jugueteaba por todas sus partes, yo imaginaba las caricias, las palabras, los besos y las miradas que viviríamos aquella noche. Imaginé nuestra cama habitada por nuestros cuerpos, y el baño que nos daríamos sin importar ya su ausencia y cuantos nos extrañamos, pero el recuerdo alegre y apasionado no duró por mucho tiempo, ya que aquel juguetón beso que habitaba mi boca poco a poco había tomado dominio sobre ella incomodándome cada vez más. Eran las nueve en punto y Andrés no llegaba.
Intenté, para tratar de sacar ese beso de mí, besar otras cosas, pero había olvidado que él tomo mi boca como guarida y no sería tan fácil arrancarlo de mí. Fue por eso que pretendí imaginar a Andrés frente a frente, con sus labios dispuestos a toparse, unirse y mezclarse con los míos. Pero fue inútil. El beso amenazaba con salir únicamente con la tibieza de mi esposo. Lo peor es era que a medida que pasaba el tiempo, ese intruso crecía en aumento, invadiendo más y más mi boca.
Lo que momentos antes parecía una situación agradable, ahora no era más que una molestia que crecía poco a poco aumentando mi impaciencia. Eran las nueve y media y Andrés no llegaba.
Cuando faltaban minutos para las diez, ya incluso me costaba respirar, el beso se me rebasaba por la boca haciéndose notar tras mis labios cerrados. A esas alturas ya no pensaba en la cena, ni en la cama ni en el baño, solo pensaba en Andrés y ese atrevido beso que me invadía. Lentamente comencé a molestarme con Andrés, su tardanza era demasiada, y yo no podría vivir por mucho tiempo más en aquella situación. Trataba de buscar motivos suficientes para justificarlo, pero no encontraba ninguno realmente bueno.
Cuando eran las once y media creí morir. Ya casi no respiraba y como pude me levanté del sillón y me acerqué a la ventana para ver si habían rastros de mi esposo, pero no logré estar así por mucho tiempo; hasta mis piernas habían perdido las fuerzas. Nunca imaginé que un beso, un simple beso nos dominara tanto...
Llegó el momento en que no soporté más y quedé en un extraño estado de inconciencia. No me podía mover del sofá y mis ojos se habían cerrado por el peso del beso que de vez en cuando revoloteaba por esos lados. Mi cabello estaba despeinado y el maquillaje ya no me lucía. Por un momento pensé que moriría sin ver por ultima vez a Andrés.
Pero yo, que no creía en cuentos de hadas ni fantasías, de repente, al sentir las llaves en la cerradura me sentí como una princesa encantada esperando el beso eterno de su príncipe azul. El beso, que también había sentido las lleves, corría feliz e inquieto por mi boca.
En ese preciso momento, cuando estaba dando mis último suspiro, sentí acercarse lentamente y en silencio su aroma, luego sus tibias manos que tiernas e inquietas llegaron a hacerme un cariño en el rostro; ellas pensaban que yo dormía. Y por fin, antes que mi inmóvil cuerpo perdieras sus últimos latidos, llegó a mis labios un delicado beso.
Fue un contacto tan maravilloso que no solo me liberó de aquella singular prisión, sino que también hizo revivir mis planes y deseos. Mientras hacía realidad mis sueños, veía cómo el beso saltaba y reía de alegría en medio de nuestras bocas, triunfante y majestuoso, mientras se vaciaba una y otra vez sobre mi esposo.
Aquella noche mi corazón latía fuerte, lleno de emoción. Seguramente eran los miles de besos que tenía guardados, los que al saber la noticia preparaban su viaje. Pero ahora ya no importaba, ahora podrían venir todos, pues tenía conmigo a Andrés, tenía conmigo a aquel hombre que con un beso me salvó la vida.
Lorena Díaz M. |