Y cansado, cansado de tropezar incontables veces con la misma piedra, resolvió que la única salida era el suicidio. Terminada la carta, camino hacia el edificio más alto del pueblo, una casa abandonada de 3 pisos y con balcón. Una vez caminadas las cuatro cuadras desde su casa, suspiró y dobló la última esquina.
Y allí estaba ella, otra vez, después de tantas locuras, después de tantos caprichos incoherentes y tantas estupideces, después de haberse jurado a si mismo terminar de una buena vez con esa manía insana.
Pero no, esta vez no iba a ser lo mismo, era imposible que vuelva a tropezar.
Se dio media vuelta y se alejo dejando atrás la camilla con la suicida debajo de la sabana blanca.