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La cajita estropeada

Algunas veces, cuando apagan las luces, siento frio, me contraigo todo lo que puedo para retener el calor, pero no tengo éxito. En la oscuridad deseo observar a mis compañeros, no puedo, a pesar de que hago tremendo esfuerzo. Los más pequeños descansan en pequeñas bandejas, mitad amarillas, mitad azules. Ellos, impacientes, esperan a que vengan a recogerlos, sin embargo, muchas veces no tienen suerte y, tras varios días, regresan por donde han venido. Los más voluminosos esperan dentro de grandes estanterías, siento pena, ya que están apartados, y algunos pasan muchos días sin luz. Yo me considero un afortunado, ni grande ni pequeño, les veo a través de una cristalera que una mujer limpia para mí, cada día, a las nueve y treinta y cinco. Ella en algunas ocasiones, la abre, me coge con cuidado y me pasa un trapo húmedo. Realiza el mismo procedimiento con mis compañeros, un pequeño buzón amarillo, unas postales, un camión, unas monedas de plata y unos sobres pre-franqueados muy chulos. A ellos no les gusta que les pasen el trapo húmedo, se quejan de que se quedan muy pegajosos, además me explican que una vez otra mujer se pasó con la cantidad de agua y una anterior compañera tuvo que ser sacrificada. Por eso anhelo convertirme en paquete, sí, soy una simple caja verde, pero sueño cada día. Espero con impaciencia el día en que alguien me saque de mi cristalera para acariciar la libertad y al fin poder ver el mundo. Me gustaría que mi viaje fuese al Caribe, ¿por qué ese destino? Mis compañeras las postales, siempre presumen de las hermosas fotografías, de playas caribeñas, que llevan impresas en sus anversos. Hablan y hablan y no callan hasta que los sobres pre-franqueados se enfadan y las mandan callar. Sé que pronto habrá un cambio importante en mi vida, Lo sé. Faltan pocos días para navidad y reyes, si tengo suerte, Felicia, la chica que despacha en la oficina, me necesitará y yo al fin podré realizar mi sueño.
Estoy temblando, mi amigo el camión, ya marchó hace unos días, el pequeño buzón emprendió su viaje ayer y hasta los sobres pre-franqueados me han abandonado. Solo las monedas, que no son muy habladoras, me acompañan en estos días de locura. Enfrente de mí, observo cómo otras compañeras emprenden sus viajes, me como las uñas imaginando su recorrer por el mundo llevando felicidad y buenos recuerdos.
--Te quedarás aquí, con nosotras --dijo una de las monedas.
--Aún quedan unos días --;respondí enfadado.
--Pobre iluso. Si aún permaneces en esa cristalera es porque estás muy estropeada y ya nadie te quiere para cobijar sus envíos.
--Mentís, habláis para hacerme daño.
--Somos realistas, no nos pasamos soñando en un estúpido viaje para ver unas playas caribeñas.
--Sois unas monedas frías y sin alma.
--Jamás realizarás ese viaje, olvídate de tu sueño. Nunca serás un paquete, solo una vieja y estropeada caja verde.
Me di la vuelta y mientras las monedas reían, empecé a llorar. Sabía que ellas podían tener razón. Sus palabras las repetía una y otra vez. Y por eso la esperanza empezó a abandonarme. Imaginé que la mujer de la limpieza abría la cristalera y me lanzaba dentro de su cubo de fregar.
Los días fueron avanzando y ya casi no tenía esperanza. Veía cómo mis sueños se perdían en la oscuridad y llegué a pensar que las monedas tenían razón. Pero entonces observé cómo Felicia se levantó de su silla y se acercó con unos clientes, un hombre alto, delgaducho y un niño de unos seis años. Abrió la cristalera y habló:
--Está un poco sucia, pero creo que les puede servir, es la única que me queda, si no, tendrán que esperar hasta el lunes, mañana sábado no recibiremos más cajas.
El padre me miró, examinándome al detalle:
--No, no la quiero, está muy estropeada.
Al escuchar esas palabras creí que volvería a mi cristalera o peor aún que acabaría en el cubo de la mujer de la limpieza. Pero entonces el niño interrumpió a su padre:
--Papá, si no enviamos hoy el paquete al abuelo, no llegará antes de navidad y no podrá ver los dibujos que hice para él, no podrá jugar con las canicas que le hemos comprado. Papá coge esa caja, no importa que esté un poco sucia y estropeada.
Aquellas palabras me sacaron del desanimo. Felicia me llevó hasta el mostrador, introdujeron dentro de mí, unos dibujos y unas bolsitas que guarecían a unas canicas. Escribieron la dirección, pagaron y se marcharon. Impaciente esperé a que Felicia pronunciase mi destino.
--Muy bien, cajita verde, Miami te espera.
Yo estaba conmocionado, me había transformado en paquete y mi sueño empezaba a hacerse realidad. Al fin emprendería mi viaje.

Texto agregado el 21-03-2013, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


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