Me asustan esos niñitos de carita pixelada que veo en los diarios y en la TV. Son entes sin facciones, en donde se puede traslucir el abandono, el abuso, la desidia. Tras esa máscara digital intuyo rostros ajados, sonrisas idas, adultez repentina, escolaridad disoluta, aprendizaje cotidiano de huidas, amedrentamiento, golpes, carcajadas y cachamales. Presiento que tras esa faz borroneada, se escuda un ser muy marginal, muy desolado, al que su naturaleza silvestre le entrega el ímpetu para acometer, destrozar, rapiñar y luego escapar como fiera amenazada. Son niños amorales, de párvulo cinismo, enquistados en una sociedad exitista que no se permite flaquezas y margina y oculta sus debilidades.

Mañana, esos pequeñitos sin rostro, recuperarán sus torvas facciones, ya sea porque se transformaron en avezados ladrones, en asesinos, en violadores, alimañas que deben ser encerradas en oscuras cárceles para que las cifras oficiales sean más sonrientes y la gente se sienta más segura.

Los pixeles serán para los hijos de los hijos, parentela maldita creada en los alambiques siniestros de la democracia, esa que se dice imperfecta pero mejor que cualquier otro mal. Claro, la sociedad continuará pariendo doctores, arquitectos, abogados, y nos llenaremos de edificios y tecnología. Tan gozosos estaremos brindando oportunidad a los nuestros, espantando la carroña a dos manos. ¿Por qué mejor no pixelamos la mentira y salimos a buscar el origen de tanta desigualdad? Imagino que nadie quiere vivir en un mundo que se eleva sobre montones de excremento…