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(Relato)
Autor.Virgileo LEETRIGAL

—! Aquel viejo es ño Julio mataleón! —dijo mi amigo Diógenes Salazar—, señalando y mirando el camino adyacente al campo donde jugábamos.

Luego de oír su última palabra —«mataleón»—, miré hacia el mismo camino y vi pasar un hombre barbudo, andrajoso y descuidado. Parecía un loco que caminaba encorvado y tarareaba, con su vozarrón, una melodía monótona y desconocida. El viejo tendría entonces sesenta y tantos años, y yo cinco y meses. Niño aun sentí mucho miedo, no solo al ver la imagen vetusta y estrafalaria del caminante; sino, y más, por escuchar en la voz de Diógenes, el sonido y terminación acentuada de la palabra «león”, la misma que estaba bien grabada en mi subconsciente. Hoy que recuerdo aquel suceso de mi infancia, concluyo que en aquella ocasión, el sonido del término «mataleón" impactó en mí de tal modo que al instante asocié la agresión con la muerte; es por eso que reaccioné como perro ante el estampido de una avellana o cohete con fuego artificial, y en segundos llegué a lado de Diógenes. Agitado y empalidecido, abracé su cintura. La naturalidad de la expresión de Diógenes, me indicó que él no temía al transeúnte. Él, al menos tres años mayor que yo, me tranquilizó correspondiendo a mi abrazo y tocando mi cabellera ensortijada. Luego me explicó que el personaje que pasaba era don Julio Zegarra, que era una persona normal, no un loco. Luego me advirtió que siempre lo iba a ver, porque ese era su camino hacia su casa que estaba en Vigasmayo (El Huauco-Celendín).

Aquel susto de mi niñez me permite concluir, que el animal al que los comuneros del ámbito rural del Huauco, hicieron famoso identificándolo como «león» era el puma, el «león serrano». Esta especie felina ha desaparecido de ese medio; debido a la disminución acelerada de las áreas boscosas y la cacería furtiva e indiscriminada del venado gris, su alimento principal. Los conflictos entre campesinos y felinos se acrecentaron haciendo insostenible la presencia de éstos últimos, porque los animales domésticos pasaron a ser parte de su dieta. Solo perduran algunas historias de los encuentros de pobladores y felinos.


Mi madre había sido pastora de ovejas (mitaya) en su niñez y parte de su adolescencia, y ese oficio le permitió ver al «león serrano» en las alturas del Huauco, donde está su caserío natal. En una ocasión, durante la cena familiar, dijo que vio al puma en el cerro La Púcara, y lo narró así: «El ´león´ apareció de la nadita, espantó y desparramó al rebaño, persiguió una maltona oveja paca (Paco = Color marrón) y diun salto sobre su lomo lanoso lo alcanzó. Ambos desaparecieron entre arbustos y shinshiles; y despuesito, reapareció el ´león´ arrastrando la oveja hacia el bosque. Yo, llena de miedo, reagrupé las demás ovejas y las arrié de regreso a casa, más temprano que nunca».

Mi padre, redondeó el momento de sobremesa, narrando su visión de otro felino de la misma especie, y lo hizo así: «Yo a mis nueve años, en 1945, también vi al ´león´. Yo iba de La Quinuilla a Guangazanga (Hoy El Porvenir). Cruzaba Ventanillas; dicho sea de paso, antes las faldas de ese cerro eran casi todo bosque. Desde la orilla del camino, miré hacia uno los escasos eriazos del fundo de don Gerardo Mendo y vi al ´león´, como un gato grandote, llevando un venadito tierno. Lo arrastraba y lo levantaba, sosteniéndolo del cuello con su hocico. Cuando yo grité: ¡usha león!, corrió sin dejar su presa, perdiéndose entre zarzas y alisos. Después, puaray nomás, encontré al Martín Mendo, el menor de los hijos de don Gerardo; enterciando su leña llorando y asustao, porque el ´león´ había pasao cerquita mirándolo».


Pero volvamos a don Julio «mataleón», personaje principal de ésta historia. Era un campesino, que como ya dijimos, vivía en Vigasmayo con su familia, y pese a todas sus limitaciones se sabía que era feliz. Mostraba barba tupida y entrecana de «estilo Fidel Castro», por lo que mi padre le decía «don Julio Fidel Zegarra Castro». El viejo no entendía nada acerca de esta combinación de nombres y apellidos ajenos con el suyo, pero no se molestaba. Mi padre, en cambio lo decía porque en alguna revista que le enviaron sus hermanos desde Lima, había visto la foto del barbudo revolucionario cubano, quien le causaba admiración por lo que de él escuchaba en la emisora BBC de Londres.

Pese a la confianza que le brindaba don Julio Zegarra, nunca escuché a mi padre llamarlo por su apodo. Por eso, cuando ése día al anochecer, conté que con mi amigo Diógenes habíamos visto a don «Julio mataleón», me dio una tremenda reprimenda. «Para ti, él es don Julio Zegarra..., mocoso malcriado... Tienes que respetar al mayor. Ni yo lo llamo con ese sobrenombre», gritó, clavándome una mirada hosca.

Don Julio Zegarra frecuentaba el pueblo donde vivíamos en busca de trabajo como jornalero, tres o cuatro días de la semana. A veces llegaba cargando suros sobre sus hombros, esa especie de cañas delgadas, con médulas llenas y similares a los carrizos, para venderlos a quienes construían sus casas. Pasaba por el camino principal; desde los retiros de nuestra casa, mi padre lo saludaba: «buenos días don Julio», y él respondía con su peculiar vozarrón: «buenos días homm…». Un buen día de agosto, el viejo, llegó cargando un ato de cien suros para ofrecerlos a mi padre; él hizo la compra, lo invitó como ayudante en la renovación del techo de nuestra casa y el viejo aceptó. Según la costumbre del pueblo, el día en que se techa una casa, debía haber buena comida y atenciones para los trabajadores. Mi madre sirvió el almuerzo opulento al aire libre, lejos del polvo que el viento levantaba del techo desmontado; mi padre ayudaba, poniendo ameno al ambiente, con sus bromas y «tomaduras de pelo» a algunos de sus ocasionales ayudantes.

En pleno descanso posterior al almuerzo; el ayudante Victiliano Alcalde, en voz baja, retó a mi padre a llamar por su apodo a don Julio Zegarra.
— ¡Acepto! —Respondió mi padre— pero a condición de que te tomes tres jarros de chicha de jora. La bebida tenía un mes de fermentación, y el reto prosperó:
—Don Julio —dijo mi padre, dirigiéndose a nuestro personaje estrella.
—Dime homm…
—Usted es mi amigo, lo respeto mucho, pero quiero hacerle una pregunta, espero que no se moleste.
—Pregunta nomás, homm…
— ¿Por qué la gente le dice «mataleón»?
—Tengo mi historia, homm...Si quieres te lo cuento, les cuento a todos, homm… Un ligero resoplido emitía el viejo por sus orificios nasales, luego de terminar así cada frase que pronunciaba; se agitaban también los bellos entrecruzados de sus fosas y parte de sus bigotes descuidados.

Mi madre siempre me quería lejos de reuniones de adultos, para no molestar con mi impaciencia infantil. Pero aquella vez, cuando escuché que el viejo iba a contar su historia, fingí absoluta tranquilidad y me ubiqué cerca de él para escucharlo y ver sus gestos.

El viejo Julio Zegarra comenzó a contar la causa de su popular apodo, usando su vozarrón, mostrando su peculiar acento con tic gutural de «homm»; y también, haciendo gala de sus dotes de buen narrador:
—Yo había madrugao al molino, homm…, cargaba a la espalda cinco arrobas de cebada tostada, para la harina, homm... Pero, como cumpliéndose ese dicho que dice: «cuando el pobre lava su camisa, ese día llueve», el molino estuvo atacao, homm... Había mucha gente, de diferentes caseríos, con sus granos para moler, homm… Fui hasta La Artesa, al molino del Elías Escobedo, y allí a orillas del río Cajapotrero, estuve todo el día esperando mi turno, homm… Al día siguiente y a la oración de la tarde, recién estaba a medio camino de regreso, homm... Por El Vaquero el cielo negreaba y el aguacero avanzaba sonando, homm... En un santiamén ésa quebrada de Vigasmayo se puso tinieblas, homm… y yo temía que el aguacero moje a la harina, homm… Fíjense como uno siempre piensa primero en la barriga !cuánto es el hambre, homm!… La lluvia me alcanzó a la altura del fundo de don Nicodemo Zegarra, homm…En ése fundo, dentro del monte, el viejo tenía una choza y allí me fui a guarecerme, homm…
…º…
Por momentos, no faltaba algún adulto inoportuno que interrumpía preguntando o riéndose del peculiar acento y estilo del narrador; pero mi padre los callaba pidiéndole a don Julio Zegarra, que continuara contando su historia, como él había llamado a su experiencia vivida. Y el viejo continuó así:
—Yo que llego a la puerta de la choza, escuché un grito de león adentro, homm... Y yo que desde chico conocía el grito del león, no me sorprendí
homm…Miré hacia dentro de la choza y vi, como dos grandes ´lucernas´, brillar dos ojos y otras varias lucecitas más chiquitas, homm… Una leona con crías estaba dentro de la choza, homm… Entre claro y oscuro vi que la leona salió para atacarme, homm…Yo, al instante !zas! saqué el machete en defensa propia. Era ella o yo, homm… Ella se agazapó y saltó sobre mí, y yo lancé el machetazo a la de Dios, homm… Pero como de joven tenía buena puntería, ¡llecj! le destapé la cabeza en el aire, homm… Dicen que la cabeza del león es dura, eso es mentira, homm… La leona tenía cinco crías y estaba flaca, como una perra cuando también tiene sus crías, homm… Los leoncitos, parecían gatitos, salieron gritando de miedo, y yo me metí a la choza, homm… De rato en rato volvían a lamerlo a su madre muerta. ! Cómo es el animal! El animal también entiende y siente, homm. Yo miraba tranquilo, pero me dieron pena esos animalitos ya huérfanos, porque yo sé lo ques quedarse huérfano, homm… Pasó el aguacero, cargué mi costal, continué camino a mi casa, y llegué bien de noche, homm...

Así fue como después de contar a la gente que maté una leona, no faltó quien me puso el sobrenombre de «mataleón», homm… Esa es mi historia, homm...

—¿Y usté, no se molesta cuando le dicen «mataleón»? —preguntó, ya mareado y hablador, Victiliano Alcalde.
—¿Por qué pué voy a molestarme homm…? Siendo verdá que maté a la leona, ¿acaso pué diciéndome «mataleón» me quiebran algún hueso? Nada, yo sigo siendo Julio Zegarra, homm.

Texto agregado el 20-03-2013, y leído por 268 visitantes. (1 voto)


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