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Por la acera bañada en sombra, las manos en los bolsillos, la cabeza baja, la sonrisa alta. Arrastraba un paseo lento bajo los balcones del casco antiguo. La ciudad se le descubría a cada paso, ya que era forastero por motivos de trabajo.
Las semanas que llenaron los dos primeros meses pasaron rápidamente hasta perder el nombre, como las páginas de un libro que se sueltan del pulgar, cuando tomas con la mano un pellizco de varios capítulos y lo liberas creando un abanico que ventila el aroma inconfundible de la letra impresa y ese crujir de láminas de papel. Así se sucedieron esos primeros días, empapados en trabajo, quebrados sólo con unos pocos viajes de regreso a su pueblo natal, que no hacían otra cosa que alimentar el cansancio al volver para retomar las tareas. Por esa razón decidió que en nada se beneficiaba de tanto ir y venir. Permanecería extraviado en esa ciudadela que no le conocía. Un huésped anónimo.
Los días de descanso le invitaban a disolverse por sus calles. No había nada que hacer, nadie con quien quedar; y eso le investía de una libertad que debía saber administrar para no sucumbir a la desidia. Podía reinventarse de mil formas, crear pasados y procedencias. Sin embargo no lo hizo. La carencia de prejuicio en la mirada de los desconocidos desplomó aquel alter ego edificado con dimes y diretes. Nunca se había sentido más él mismo.
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Texto agregado el 18-03-2013, y leído por 171
visitantes. (4 votos)
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Lectores Opinan |
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24-03-2013 |
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Había perdido el miedo escénico: cinco étoiles.
tsk |
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19-03-2013 |
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Está bueno. elpinero |
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19-03-2013 |
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Me gustó mucho tu relato. godiva |
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