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Inicio / Cuenteros Locales / MCVCYC / La historia de Maggie y Brownie

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Brownie, como lo llamaba Maggie, había perdido a su madre trágicamente. Un hombre la había ahogado en el río. Brownie tuvo la suerte de que Dean, el hermano de Maggie, pasaba justo en ese momento y lo salvara de una muerte segura. Maggie y él se hicieron inseparables. No emitía sonido alguno desde ese día.

Habían pasado dos años y era el cumpleaños de Maggie. Susan, su madre, le había prometido un un pastel con unicornios, cupcakes de chocolate y Lucky Charms para el desayuno. Dean llegaría por la tarde, tenía el turno de mañana ese día, pero había pedido un par de horas libres para poder salir antes. Se lo había prometido a su hermanita. “Dean siempre cumple sus promesas”. Ese día se sentía especial, así que se puso un tu-tú rosa encima de sus jeans, una camiseta amarilla con el dibujo de un arco iris, su chaqueta de mezclilla y una corona con pequeñas piedrecitas de plástico de colores. Estaba lista para su fiesta. Brownie la miraba con sus grandes ojos cafés. En verdad parecía una princesa.
Eran más de las seis de la tarde y su madre no salía de la habitación. De hecho, ni si quiera sabía si estaba en casa. Ya había pasado muchas veces que la dejaba sola desde temprano, o que simplemente no llegaba a dormir. Dean se enojaba cuando esto pasaba. Maggie no se atrevía a entrar a la habitación de su madre. “A mamá no le gusta que la moleste en su cuarto. Se enoja si entro y está con amigos.”
Fue a buscar el teléfono. Sabe el número de su de su hermano de memoria. Marcó y no obtuvo respuesta. Estaba triste. Llevaba todo el día esperando su pastel, su fiesta, sus regalos. Brownie estaba en el sillón. La miraba fijamente, mientras Phineas y Pherb están de fondo en la tele. A Brownie no le gustan nada estas caricaturas, pero no se queja. Maggie se sienta a su lado y ve la tele un rato. Ve su reloj de pingüinos, el que le salió en la caja de cereal: son las siete y media. Ha pasado un buen rato y su hermano no llega, no llama. Sirvió unos cereales viejos para ella y su amigo, Brownie los comió sin leche, no le gusta la leche, no le gusta nada. Cenaron en silencio y se fueron a la cama. Brownie duerme a su lado. Maggie se queda dormida de tanto llorar.
Maggie abrazaba con fuerza a Brownie. Era la segunda noche que dormían solos en el departamento. Había hecho una fortaleza chiquitina en el closet. Tenía cojines, un sobrecama gordote, más colchitas y su sleeping bag. Dentro tenía también su linterna de Bob Esponja. La luz la habían cortado en la mañana por falta de pago. Estaba acostumbrada a ello. Dean le había regalado esa linterna, para que no tuviera miedo por la noche o cuando se fuera la luz. La pequeña había hecho una muralla con todos los muñecos de peluche que tenía. En la base había puesto un hipopótamo gigante con el nombre de Charlotte bordado en la panza. Justo al lado tenía una tortuga de color fosforescente que se había sacado en el juego de las botellas y los aros. Se acordaba de ese día en que Dean y su novia, Rachel la llevaron a la feria. Brownie había ido con ellos. Habían comido Twinkies, corndogs, palomitas y Slurpee de cereza. Antes de irse Rachel había convencido a Dean para jugar a las botellas y los aros. Compraron la tina más grande y todos a la vez lanzaban los angostos aros de colores. Brownie los veía fijamente. Miraba la lluvia de aros. Finalmente uno acertó en la botella y Maggie eligió el peluche más grande que había. Dean le había prometido que ganarían un premio. “Dean siempre cumple sus promesas”. Habían ganado un premio tal como él había dicho. Se preguntaba porqué Dean no había cumplido su promesa el día de su cumple. Era un día importante y el le había fallado. Aún siendo tan pequeña había aprendido a no esperar nada de Susan. Ella siempre mentía, olvidaba, se enojaba. Maggie estaba segura de que su mamá no la quería. Ahora el único que le quedaba en el mundo era Brownie, pero Brownie no decía nada nunca. La escuchaba, pero no le respondía. “¿Por qué no me contestas Brownie?” Lo miró tiernamente. No podía enfadarse con él. El se escondía detrás de la gran tortuga fosforescente. Durmieron en la pequeña casita.

La pequeña niña de ojos grises y cabello negro estaba sucia. Su madre solía bañarla cada dos días y hacía tres desde el último baño. Ella se había lavado los dientes y la cara, pero ya era necesario volver a bañarse. Las llaves de la ducha eran altas, así que a pesar de que tenía prohibido llenar la bañera, lo hizo. Puso shampoo para hacer burbujas, también puso acondicionador, crema y metió un montón de juguetes. Tenía su linterna para ver mejor. Entró en la bañera y el agua se desbordó. Ella reía y chapoteaba, por un momento se olvidó de que estaba a oscuras y con sólo Brownie de compañía. Éste la esperaba en su cuarto, seguía dentro del fuerte. Tan sólo se había levantado a la cocina a tomar agua. Fue y regresó muy rápido para esperar a Maggie.
De pronto Brownie escuchó un golpe y un grito. Se apresuró al baño dónde encontró a Maggie envuelta en una toalla empapada. Estaba a oscuras, no se veía la linterna por ningún lado. Maggie lloraba con mucho sentimiento, Brownie se acercó a ella y esta se apoyó en él para levantarse, pero el agua y la larga toalla la hacían resbalar. Podía olerse el olor óxido de la sangre, la cual se salía abundantemente por la nariz. La niña se quedó un buen rato sentada. Enroscaba largos trozos de papel de baño para ponérselo en la cara. Cuando el dolor disminuyó, gateó hasta la puerta del baño y de nuevo se apoyó en Brownie para levantarse. Esta vez lo logró y fueron juntos al cuarto de Maggie. Se vistió con lo primero que agarró y subió a la cama. Abrazó a su amigo y de nuevo se quedó dormida llorando.
Esa noche Brownie soñó con el día que perdió a su madre. Recordó el lago, al hombre borracho y a Dean que sostenía en brazos a su gran amiga. Recuerda cómo él chico empujó al hombre y lo cogió en brazos. Una y otra vez soñaba con lo mismo. No pudo dormir. Maggie tampoco. Bajó de la cama y se fue al sofá de la sala al escuchar unos ruidos. Eran gatos.
A la mañana siguiente Maggie vio que su almohada estaba manchada de sangré, así como toda su cara y su pelo. Decidió volver a ducharse, pero ahora sin llenar la tina. Se sentó debajo del chorro de la llave y agarraba agua con sus manitas, para lavarse la cara. Cuando terminó salió lenta y cuidadosamente de la bañera y siguió el camino de toallas que había dejado para no resbalarse. Se subió en su banquito y se miró en el espejo. Tenía un moretón en el cachete y la nariz hinchada. Le dolía. Se lavó los dientes con su cepillo de Cenicienta y su pasta sabor chicle. Luego llamó a Brownie para desayunar. El seguía durmiendo en la sala.
Cómo la leche estaba mala, Maggie y Brownie comieron sandwiches de peanut butter y mermelada de frambuesa. Tomaron poco de Sunny Delight y jugo de manzana. No quedaba mucha cosa más en el refri. La puerta estaba cerrada y no alcanzaba la cadena que cerraba la entrada. Había intentado llegar a ella con una silla, subiéndose encima de su amigo, poniendo un par de cojines sobre la silla, pero nada. Quería salir para ir a ver si la señora Bell le podía dar algo más de comida. Seguro que Dean se la pagaría cuando llegara. Dean tampoco llegaba. Y sin luz, ni teléfono no podría llamarlo. Había pensado en buscar en el cuarto de su mamá, pero siempre lo pensaba dos veces antes de entrar. Su madre siempre se daba cuenta cuando ella entraba.
Tenía miedo de que llegara la noche. Ya no tenía su linterna. Se había fregado con el agua. Ya no jalaba bien. Cómo no podía usar la secadora de pelo, pensó que si la dejaba al sol podría secarse, pero las ventanas tenían el seguro de niños y estaban muy duras. Nunca había podido abrirlas. Así que puso su linterna al lado de la venta, dónde unos tenues rayos de sol la tocan. No sería suficiente un día para secarla. Otra noche llorando junto a Brownie, luego otra y un par más pasaron.
Era Jueves. Casi una semana sin saber de su hermano o su madre. Había pasado el los días arreglando los muñecos de su habitación, pintando, leyendo su libros favoritos “The cat in the hat” y “The fox in the box” y jugando con Brownie. Con forme iban pasando las noches, primero Brownie comenzó a escuchar maullidos de gatos, luego Maggie también. Aumentaban conforme pasaban las noches. Varias veces estuvo tentada en entrar al cuarto de su mamá, pero recordaba los regaños, los gritos, los golpes. Le pasaba un fuerte escalofrío por el cuerpo, soltaba el pomo de la puerta y bajaba de la silla. Luego se quedaba mirándola un buen rato.
Ahora sólo le quedaban unas pocas de rebanadas de pan y la mermelada se había terminado, así como el jamón y el queso. El agua embotellada se agotaba también. Tenía que hacer algo. Pensó en subir a la barra, para ver en la despensa de arriba del todo. Era muy alto, pero no perdía nada con intentarlo. Trepó cuidadosamente el taburete y se subió a la barra. Bownie la miraba fijamente. Luego se paró de puntitas y pudo abrir la puerta. Encontró unas galletas Oreo. Se estiró lo más que pudo y agarró la caja. Al girar, perdió el equilibrio y una lluvia de galletas calló al suelo junto con Maggie. La niña lloraba, se había roto el brazo. Estaba recostada en posición fetal, agarrando su bracito, mientras su cara enrojecida se contraía y se empapaba de lágrimas. Brownie se sentía impotente ante el llanto de su amiga. No sabía que hacer y se quedo a su lado hasta que se quedó dormida en el suelo. El dolor era fuerte, pero el cansancio lo era aún más.
Cuando se levantó, un par de horas más tarde, un agudo dolor le retorció el brazo. Comenzó a llorar de nuevo. No entendía porqué nadie la escuchaba. La señora Bell, los vecinos chinos del segundo piso, nadie. Brownie siempre llevaba un paliacate rojo alrededor del cuello. Maggie se lo quitó y se puso un cabestrillo mal hecho, que no le duró mucho. No era de gran ayuda, así que decidió que era hora de desobedecer a su mami, tenía hambre, extrañaba a Dean y el brazo le dolía mucho. Caminó muy despacito hacia el cuarto de Susan, fue muy cuidadosa al subir a la silla y tardó un buen rato en lograrlo, en parte por su brazo inmovilizado. Giró el pomo de la puerta y esta se abrió un poco. Bajó de la silla y empujó del todo la puerta.

Un fuerte y asqueroso olor la rodeó y le revolvió el estómago. Dentro había muchos gatos. Todos por la habitación, sobre el tocador, sobre la tele, sobre las sillas. Se tapó la nariz con su brazo sano y entró de puntitas, para no hacer ruido. Brownie la esperaba fuera. La cama estaba hecha, el clóset cerrado, pero los cajones estaban abiertos y revueltos. El olor se intensificaba conforme se acercaba a la cama. Los gatos se paraban y la rodeaban, otros salían de la habitación, otros saltaban por la ventana abierta que daba al patio. Se aceró poco a poco y se quedó paralizada al ver el cuerpo putrefacto de su madre en el suelo. Tenía la cabeza deformada y destrozada. No parecía una cabeza humana. Varios gatos mordisqueaban los dedos o lamían la sangre seca que estaba en la alfombra color crema. Su madre estaba vestida con unos shorts de mezclilla y una camiseta blanca, que en ese momento era de color rojo oxidado. Los brazos y piernas tenían un color verdoso azulado y millones de moscas revoloteaban alrededor del cadáver y los gatos. Maggie reconoció el cuerpo por el tatuaje de mariposa que tenía en el tobillo.
La niña volvió la mirada a la mano derecha de su madre, mirando incrédula una pistola, y descansando sobre el gatillo el dedo índice de ésta.
Estaba helada, con los ojos abiertos como platos. No podía respirar del susto, por el olor también, y tenía revuelto el estómago. Vomitó segundos después de ver la escena.
Maggie comenzó a ahuyentar a los gatos, les lanzaba patadas, cojines, o lo que podía con su brazo sano. Había un gato muy gordo y negro, que estaba sentado en la panza de la mamá de Maggie, que no se movía. Maggie agarró una varilla de plástico que había en el suelo y comenzó a golpear al gato, el cuál se puso violento y se lanzó sobre ella. La niña corría y gritaba y logró salir de la habitación, pero el gato la seguía. Y fue entonces cuando pasó. Brownie volvió a hacerlo. Volvió a ladrar.
Maggie estaba en el suelo y el gato le lanzaba zarpazos, entonces Brownie se lanzó sobre el mordiéndole el cuello. El gran perro labrador lanzó al gato al otro lado de la habitación. Los demás gatos corrían por todo el apartamento. Maullaban, tiraban los porta retratos, los vasos. Todo era un caos. Maggie estaba en una esquina recostada, asustada. Brownie estaba delante suyo, ladrando, protegiéndola. Pasó un rato y cuando las cosas parecieron calmarse, unos fuertes golpes que venían de la puerta, interrumpieron la paz. Poco después la puerta principal se abrió. Era la policía.
Varios hombres con uniforme entraron y uno de ellos se acercó a Maggie, como si viese a la misma muerte.
- La encontré-admitió el policía.- Pero, ¡¿Qué le pasó?!
Otro policía se acercó con una manta blanca en las manos.
- Su hermano sufrió un accidente, ahora está en el hospital local. Estuvo insistiendo en que viniéramos a ver cómo estaba su hermana.
En ese momento, el policía cubrió a Maggie con la sábana blanca.
- La madre de la niña está muerta en su habitación, al parecer asesinó a su hija y después cometió un suicidio.
Brownie ladraba a los hombres, con ojos desesperados intentando volver con su amiga, volver a protegerla, pero era muy tarde:
Susan había matado a la niña, justo antes de que ella misma se suicidara.
Maggie ya no respiraba, no se movía, simplemente, ya no estaba viva.

Texto agregado el 18-03-2013, y leído por 119 visitantes. (3 votos)


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