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Me encontré con mi amigo de la secundaria, después de 10 años de haber terminado esa tormentosa cárcel del saber. Habíamos cambiado mucho, yo trabajaba más de ocho horas, encorvado frente a un computador pasando informes, y leyendo expedientes, que más bien de resolver problemas, quería terminarlos para irme a casa. Él trabajaba como mozo una polleria y en sus ratos libre hacia taxi. Ambos andábamos por la vida tratando de pasar desapercibidos, pero la vida nos notaba como mediocres.

Las veces que nos encontrábamos, recordábamos cosas del colegio u otras cosas banales, más bien a mí me interesaba saber de los ingredientes para hacer un buen pollo a la braza, y sobre todo como preparar el ají tan especial que acompaña al pollo.

Primero me dijo que era una receta secreta (la preparación del ají) que era necesario una preparación minuciosa, y de muchos ingredientes. Entonces cuando pretendía preguntar por las especias, me interrumpía para preguntarme por el libro que estaba leyendo, entonces con una retahíla de oraciones gramaticales, le relataba la novela, con una emoción, que parecía volcarlo dentro de la misma. Yo obviamente, me olvidaba del interrogatorio culinario, y nos despedíamos, con el compromiso, él de compartir su receta y yo de terminarle de contar la novela.

Las ocasiones de encontrados al principio fueron continuas, yo con nuevas historias, él con las mismas esquivaciones de torero, así las averiguación de la preparación del ají parecía imposible. Le preguntaba sutilmente, queriendo sacarle poco a poco el secreto, que por alguna pacto gourmet el mantenía infranqueable. Las pausas del tiempos se hicieron más largas, y en esas ocasiones a mi se me olvidaba preguntar, y él ya no quería escuchar mas historias.

Después de tanto perseguirlo, un día lo enconare, de frente le pregunte por la receta del ají. Me dijo que tenia ya varios mese que había dejado de trabajar en la polleria, me contó una historia, enredada de él con su jefe que quiso ser su socio, pero que no funciono, por una equivocación, del dinero en caja, y no sé qué más, inmediatamente sin más preámbulo me dio los ingredientes y la forma de prepararlo. No tome atención, mi mente como poseída por la dislexia. Se concentro en la historia del jefe, el libro que leía en ese momento, los pagos, el trabajo, el estrés.

Después de veinte años el destino nos junto en la misma vecindad, lo veo todos los días. Ya no le pregunto por la receta, y cuando lo hago, me responde que ya se olvido.

Texto agregado el 17-03-2013, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


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