Catman
La casa junto al pantano
Capítulo 1
En un pequeño pueblo de Inglaterra, 1847.-
Con el último aplanado sobre el terreno, concluyó con esa parte del trabajo, tratando de dejar el lugar tal y como lo había encontrado antes de iniciar la pesada tarea.
Hacía poco más de dos meses que realizaba esta faena, madrugada tras madrugada, sin importar las inclemencias del tiempo, celando la posibilidad de que pudiese ser visto, aunque no le preocupaba mucho en noches como esa, en que la niebla lo disimulaba de la mirada de posibles testigos, quienes podían comprometerlo seriamente si descubrían su abominable proceder.
Lentamente inició el camino de regreso.
Un cuervo dejó escuchar su graznido no muy lejos de ahí, como si estuviese presagiando tiempos nefastos.
Avanzó por el sinuoso y húmedo sendero, maldiciendo en cada una de las veces que la carreta se atascaba en alguna piedra o desnivel del terreno, ya que empujar el vehículo por esos lugares, sumado a la carga que transportaba, no era para nada halagüeño.
El calor era insoportable, demasiado para esas altas horas de la madrugada, además, aquella niebla tenue que se desprendía de la tierra, hacía que esa humedad mantuviera los cuerpos sudorosos, con esa sensación de hallarse asquerosamente sucio, de sentir en la unión de las extremidades y los sobacos, esa pegajosa y maloliente secreción que brota por los costados del cuerpo.
No sin cierto esfuerzo, continuó su camino.
Con la plateada luminosidad que la luna llena hacía llegar hasta la faz de la tierra, pudo ver las inmediaciones de su vivienda, la misma se hallaba un tanto deteriorada y cubierta en gran parte por el musgo, ya que por aquel entonces, el dinero alcanzaba apenas para obtener el diario sustento, aunque en ciertas oportunidades se pasaban días sin probar bocado. Quizás, un mendrugo de pan sumergido en ese café que de tanto ser recalentado, no sabía a otra cosa más que a desagradable alquitrán.
Siguió empujando el carromato. Hasta él llegaba el fétido y desagradable olor que provenía de las aguas estancadas del pantano, el cual, no se hallaba muy lejos de su morada.
Avanzó hacia la entrada del sótano, las ruedas rechinaban sobre sus ejes mientras avanzaba por los desnivelados adoquines y debía esforzarse cada vez que la misma se detenía bruscamente.
Cuando estuvo frente a la doble puerta de ajada madera, recordó los sucesos que lo llevaron a eso.
La muerte de sus padres debido a una de las tantas epidemias que proliferaban por aquellos tiempos, lo habían dejado en un mar de lágrimas y desilusiones cuando no había cumplido aún los doce años de edad. Por tal motivo, su tío Edward, quién contaba con solamente trece más que él, se dedicó a cuidarlo y a protegerlo, tratando además de contenerlo en su desdicha que en definitiva, era también la suya.
Veintitrés años después, el tío Edward contrajo una extraña enfermedad de la cual no se tenía referencia alguna, y que dio a sus vidas un vuelco fatídico e irreversible que cambió por completo la existencia de ambos.
Y aunque se trataba de algo sumamente inexplicable, se obligó a cuidarlo de la misma manera que su tío lo había hecho con él, sin interesarle las consecuencias.
Ese fue el motivo de mayor importancia para que se obligase a tomar tal actitud. Una decisión difícil de aceptar, considerando el enorme sacrificio que debía realizar para poder mantener al hombre con vida.
Luego de quitar el cerrojo, empujó las puertas e introdujo el carromato dentro del sótano. Éste se veía con las paredes desgastadas por el paso del tiempo y dejaban ver un color verde oscuro provocado por un musgo similar al que rodeaba la casa.
Cuatro lámparas de aceite pendían de los muros laterales, una de ellas se encontraba extinta, las otras tres, iluminaban vagamente el recinto.
Más adelante, podía verse una gran puerta de rejas de hierro forjado, la que se hallaba cerrada con una especie de candado corroído por la constante humedad que reinaba en el lugar.
Tomó una enorme llave, también de hierro, que se encontraba colgada de un garfio atornillado a la pared.
La cerradura rechinó cuando hizo girar la llave y lo mismo sucedió con la puerta al rotar sobre sus goznes.
Extrajo un sucio pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y secó el sudor que invadía su rostro.
El ambiente era casi irrespirable y el olor a carne en descomposición al ingresar por las fosas nasales, hacía imaginar que se adueñaba de todo el cuerpo.
La temperatura reinante era sumamente insoportable, ni aún en ese sótano se sentían vestigios de un poco de frescura, por el contrario, el calor era mayor y un vaho de desagradable hediondez podía percibirse en el ambiente.
No le agradaba en absoluto lo que hacía. Eso de salir hacia el cementerio local en altas horas de la madrugada lo tenía asqueado, pero no le quedaba más remedio, no había otra manera, era la única forma de conseguir el sustento para el tío Edward.
Atravesó la puerta de hierro empujando el carromato.
Estaba ahí, recostado de espaldas sobre una de las paredes de lo que parecía ser una especie de calabozo. Enormes ojos de color negro, cabello totalmente desgreñado y un rostro plagado de profundas grietas, de color verdoso.
Abrió su boca de encías sangrantes, en un gesto de aprobación al verlo, mientras él observaba con repugnancia sus dientes desparejos, amarillentos, con manchas negras entre la unión de cada uno de ellos.
Tuvo un sentimiento de asco y le acercó la carreta con la carga que traía.
El extraño personaje avanzó hacia el lugar y con una sola mano quitó la tapa de la caja que se hallaba sobre el carromato, a la que él previamente había quitado los clavos. El repugnante hedor a carne fétida se adueñó del ambiente.
Introdujo ambas manos dentro del ataúd y extrayendo parte de esa podredumbre infectada de gusanos, cucarachas, y toda clase de insectos que se alimentan de carne en descomposición, y comenzó a devorarla frenéticamente.
A pesar de estar acostumbrado a ello, su sobrino no pudo menos que vomitar profusamente sobre el piso de adoquines desiguales.
El tío Edward continuó con la macabra tarea, engullendo con fruición ese cuerpo putrefacto que escurría un nauseabundo líquido viscoso, hasta que los huesos quedaron completamente desprovistos de carne.
Abandonó el sótano con un claro gesto de repugnancia en su rostro, una brisa cálida invadió su cuerpo, tomó asiento sobre uno de los pilares de la entrada.
Su trabajo no había concluido, aún le faltaba limpiar el sótano y deshacerse de los restos humanos que su tío había desechado, recién entonces podría tomar un baño y dedicarse al reparador descanso.
En su mente se arremolinaban imágenes de un pasado no muy lejano, cuando dos meses atrás, él y su tío, vivían una época feliz a pesar de la escases de dinero, ambos tenían un trabajo estable que de hecho no era muy bien remunerado, pero siempre podían disponer del suficiente alimento con que saciar el apetito.
Calculó que el tío Edward ya debía haber finalizado con su repugnante cena y volvió a encaminarse hacia el subsuelo.
Junto a la pared de la izquierda se podía ver una mesa de madera, sobre la cual descansaban algunas herramientas y un par de guantes de cuero descolorido, que utilizaba para realizar la limpieza.
Continúa...
Tanto el nombre de los personajes como la historia aquí narrada son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad, con personas vivas o muertas, es pura coincidencia.
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