Era el cumpleaños de Estela. Sus padres hicieron la fiesta en la casa. Se divirtió tanto con las compañeras de clase que invitó, que llegó a olvidar el suceso que la mantenía asustada desde unos días atrás. Cuando se fueron todos y sus padres limpiaban un poco el desorden de la fiesta, Estela fue hasta su cuarto. Allí habían dejado lo regalos, y aún no los había abierto. Le interesaba sobre todo el de sus padres.
Sobre la cama había una caja grande, algo apartada de las otras, y al escuchar que algo se movía adentro quedó muy contenta, y emocionada se puso a desatar la cinta que cerraba la caja. Su mente infantil no se dio cuenta de que adentro no podía estar el perrito que ella quería, ya que no tenía ninguna perforación para que entrara el aire.
En ese momento, en la sala, su madre apilaba unas bandejas de plástico, y volviéndose hacia su esposo, que estaba juntando vasos, le dijo:
- Espero que a Estela le guste el regalo.
- Claro que le va a gustar, si quedó como hipnotizada al ver aquella muñeca -opinó el padre de Estela.
- Pero es una muñeca vieja -repuso ella.
- Vieja no, antigua. Yo pensaba regalarle un perro como ella pidió, pero cuando me acompañó a la tienda de antigüedades el otro día, quedó encantada con la muñeca.
- ¿Estás seguro?
- Si… creo que sí -contestó él algo inseguro, pues al recordar la cara de la niña se le atravesó una duda.
En realidad Estela se había aterrado de la muñeca. En la tienda, la muñeca estaba sentada en un estante, y cuando la niña la miró ésta movió la boca, después transformó momentáneamente su cara en un rostro espantoso que paralizó de terror a Estela; pero al sentir aquella sensación espantosa, la niña sonrió nerviosamente, y fue lo que su padre vio e interpretó mal. Al otro día él volvió a la tienda y compró la muñeca.
Cuando Estela terminó de desatar la cinta, la tapa de la caja se abrió de golpe, la muñeca salió de ella velozmente y le saltó encima al tiempo que emitía un chillido horrible. Cuando sus padres llegaron al cuarto ya era muy tarde… |