Había que madurar,
expandirse o estancarse
y a distancias de esos instantes,
la oscuridad se había restaurado
de aquel escándalo
mientras que la claridad era un resplandor horrible
que agrietaba las pupilas
¡y no!, le cambiaré el significado
a toda la miel que esa tarde desprendías.

Ramas,
tibias arterias
que traspasan la viscosidad del alma,
sacos de gabardina
resguardando el pescuezo de jóvenes damiselas,
jóvenes y tristes como un mañana apresurado.

Aire zumbando en los oídos,
danzando con nuestros cabellos,
no habrá redención
sólo una ingrata pasividad temprana.

¡Ay! desértico túnel y frío,
frío como las roturas de un cadáver
y ya se harán las horas
en que retorno a olvidarte,
ya se harán y desintegrarán los mundos
dispuestos a penetrarse.

Vertiginoso cosquilleo
que vas zigzagueando en mis entrañas,
brillantes deseos que han recorrido
las células muertas de aquélla esponjosa deformidad
y tengo algo de desinterés
cuando me refiero a este presente,
que me ha devuelto al paraje de la vida
en pedazos desordenados
y con una mirada ausente,
ausente de vivos y habitada por muertos,
esos muertos que lavan las manos
y cosen la piel.

¡Oh, asquerosa ausencia en que te sostienes!