Esto de que los eclesiásticos hayan elegido a un papa cercano a nuestros pagos no deja de ser inusitado. Siempre se ha sabido que la Iglesia se la ha jugado por personajes nacidos en sus lares, como si eso fuese una garantía de solemnidad, de poderío o simple tradición. Esos santos hombres, con sus investiduras, sus signos y su lujo desmesurado, tan lejanos y tan presentes a la vez, parecían estar investidos de algo irreal, tan irreal como autoproclamarse representantes de Dios en la tierra, algo así como un faraón, que realiza sus santos oficios en sus oficinas, en un estado que no es un estado sino un enclave que les fue concedido para plasmar su obra, con un ser omnipresente, que de vez en cuando baja al llano para indicarnos que es una santidad viviente.
El tema es que esa irrealidad presunta, se nos cae de bruces en el momento mismo en que el nuevo representante es un vecino nuestro, tan pueblerino y menesteroso como cualquier otro que pisa este continente moreno, tan respetuoso de sus credos como irrespetuoso de sus raíces. Inconcebible que el hombre que tiene las llaves del Reino, sea quizás amante de los tangos, hincha de San Lorenzo y admirador de las virtuosas y casi mágicas fintas de Messi. Ya lo decían algunos fanáticos enfervorizados alguna vez: -“¡Dios es argentino, Che!” Parece que tenían algo de razón.
Parecerá raro escucharlo con ese tonito que nos es tan familiar, ya que los argentinos están insertos en gran número en nuestro país en tan variadas actividades y hacen gala de su acento rioplatense, algo sobrado, un tanto humillador, pero simpático al fin y al cabo. Me imagino al santo padre terminando algunas de sus prédicas con un “¿Viste?” que nos permitirá imaginar que el señor aquel es sólo un actor que suplanta al Papa, al verdadero Papa, ese de inflexión extraña, un poco ruso, otro tanto polaco y mucho de italiano.
O bien, hasta es posible que ocurra lo contrario, que por costumbre, contagio o alguna otra rara razón que ya entra en el terreno de las especulaciones, ese sonsonete rioplatense se nos transforme a los oídos como un caudal de divinidad, y el término che sea equivalente al amén, los catecismos se realicen en lunfardo, el tango se entone en las ceremonias religiosas y Maradona sea nominado por fin como candidato seguro para una futura santidad.
Todo es posible con esta nueva situación, si no conoceremos nosotros el alma y el fanatismo exacerbado de nuestros vecinos, que a la hora que escribo esto, deben estar celebrando esta noticia como sólo saben hacerlo ellos: con el alma en la garganta y el consabido “¡Y dale oooh, y dale oooh, el papa es de los nuestros!” retumbando los cimientos del obelisco…
|