No me molesta pensar en ella ya; ha sido mucho tiempo pero sobre todo muy pocas pruebas de su existencia quedan, sólo un collar, un collar que inicialmente nos regalé, uno que junto a otro forman uno entero, uno que por azares del destino terminó dándome ella uno igual, igual porque mi torpeza o el fantasma de la mala suerte decidió o decidieron entre ambos, perderle en algún lugar de aquel parque tan popular cuando está iluminado y tan mal reputado cuando las luces no acompañan a sus visitantes.
De ella queda muy poco, fotos borrosas, de nuestras siluetas juntas cuando así lo quiso la vida, digo vida refiriéndome realmente a ella, a ella que me dio vida, que me hizo entender todo más fácil y me demostró que ser inteligente no es una pose o un discurso bien logrado.
Escribir que la superé no es más que una prueba de que una vez más miento sobre ella, sobre lo que significa, es una muestra más de que me sigue inspirando, sin enterarse nunca de lo que inspira ella sigue perdiendose de mí, no premeditadamente, no más a propósito, porque ya no debe recordarme siquiera.
Ahora que su recuerdo es tan borroso y precario, la posibilidad de que se entere de algo de mi vida es nulo, eso llegaba a molestarme, me comía la cabeza pero en el fondo de esos instantes de lucidez podía darme cuenta que era lo mejor, que yo no era lo mejor para ella ni ella lo mejor para mí.
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