Me acuerdo
¿De que me acuerdo?
Me acuerdo de encontrarme parado a la salida del metro Goncourt, que era de noche y que el frio viento de invierno me congelaba la nariz. Me veo recorriendo con la mirada cada una de las esquinas, envuelto en mi parca café y ansioso. Me acuerdo de haberte encontrado sentada e impaciente en la esquina en diagonal a mi, afuera de uno de esos cafecitos típicos de París, con las sillas mirando a la calle. Recuerdo haberme acercado por atrás, casi sigilosamente, y haberte abrazado fuertemente por la espalda. Recuerdo te meneé de un lado para otro con ternura y respire hondo para sentir tu olor. Recuerdo que dejaste escapar una risilla que salió más por tu nariz que por tu boca. Recuerdo que, cuando me di la vuelta para verte, me dijiste “pareces un vagabundo”.
Recuerdo que tomamos el metro y que yo te seguía como si fuésemos a algún lado, recuerdo que no llevabas calcetines y que tenías el pelo húmedo a pesar del frio. No recuerdo en que estación fue que nos bajamos, pero que caminamos mientras tu parecías buscar indicaciones en tu celular. Yo asomé mi cabeza por tu hombro para ver el mapa y tu hiciste una pausa advirtiendo mi presencia, me pareció que te incomodó, que lo encontraste inapropiado. Yo te ofrecí ayuda y tu quisiste guardar el secreto, pero tu lucha con el mapa te la gano y me dijiste que querías que camináramos por el Sena, y yo trate de ubicarnos con entusiasmo, ambos sabíamos por qué. Me acuerdo que, medio perdidos, llegamos a una plaza que dijiste conocer y dimos una vuelta por ella aun sabiendo que no nos llevaría a ningún lado. Ahora, pensándolo bien, me doy cuenta que estaba en el lugar mas hermoso del mundo y aun así no podía despegar mi mirada de ti, pensando todo el rato que no tenía que hacer el ridículo, que tenia que guardar la compostura y cuidar lo que decía para no derretirme en frente tuyo en pleno invierno. Me acuerdo que, mirando casi con indiferencia, me apuntaste una ventana con vista a la plaza e interrumpiendo un largo silencio dijiste “ahí vivía Víctor Hugo”. Creo que no repare mucho en la ventana porque no la recuerdo, pero si me acuerdo de cuanto te amaba, justo en esa plaza, justo en ese instante, tiritaba pero no de frio. Antes de que nos viéramos había pensado en una lista de tópicos para llenar los silencios incomodos que sabía que habría, esos en que yo pensaba en decirte que te amaba, que no sabia como, ni por qué, pero que te amaba hasta enfurecer; y que tu sorprendías mi mirada y preguntabas “¿qué?’’ sabiendo perfectamente en que pensaba. Y ahí empezaba yo, “viste Moonrise Kingdom?” “Escuchaste It’s Real de Real State?” y cuando ya estaba desesperado sacaba la grandes cartas como “y como va la universidad?”… ahora, viéndolo en retrospectiva, me doy cuenta de lo patético que era, que soy, y me cuesta creer que todo esto fue real. A veces creo que siempre fueron sólo recuerdos.
Nos subimos y bajamos del metro y caminamos de aquí para allá. Me acuerdo que llegamos al barrio judío pero ya era demasiado tarde y todas las tiendas estaban cerradas. Me acuerdo que discutimos si ese era o no el barrio judío y que yo argumenté que si habían mas de 4 escaparates anunciando productos en hebreo tenía que ser el barrio judío. Me acuerdo que llegamos al rio.
Recorrimos el trayecto al rededor del Sena y hablamos del tiempo que pasamos juntos en Santiago, del 18 de septiembre en Tongoy, de ver Before Sunset en mi pieza, de cuando me acerque a ti y nuestros labios se rozaron. Cuando la conversación se volvió demasiado personal y mis sentimientos corrían el peligro de ebullir me puse a hablar de lo último que había leído, te mencioné a Schopenhauer y el ensayo “El Amor, Las Mujeres y La Muerte”, te conté como, según el autor, todo el amor que sentía por ti (que no era ninguna novedad pour vous) no era mas que un elaborado engaño de la naturaleza para forzarme a conquistarte y copular para así cumplir el propósito de la especie. Me acuerdo que te dije que no sabia si era cierto, y bueno, en realidad todavía no podría saberlo. Me acuerdo que me miraste burlonamente mientras pensabas ¿sentías por mi?. Siento por ti, aclare, estúpidamente, siempre tan estúpidamente.
Me acuerdo que vimos Notre-Dame, yo por primera vez, y nos acercamos a la espaciosa grada situada en frente para dar una mejor vista a los turistas. Yo era un turista, tu no. Admito que durante un buen rato del paseo tuve en mi mente una sola idea, “estoy en Paris y la amo”, y miraba a mi alrededor fascinado y me encontraba envuelto en otra época gracias a la fachada gótica de los edificios y luego te miraba a ti y otro sentimiento me absorbía y dios sabe como quería tomar tu mano. Me acuerdo que estuvimos un rato en silencio contemplando la catedral y viendo a los turistas seguir el protocolo de la foto. Hablamos de lo ridículo que era, que no había ninguna diferencia entre una foto de Notre-Dam sacada por uno mismo y una puesta en la revista del sábado, porque al final uno siempre la esta viendo desde el living de su casa, pero ambos acordamos que en realidad era necesario, era la única prueba para decir “yo estuve ahí”… y no solo fue un recuerdo, complete en mi mente.
Luego nos dimos la vuelta y nos afirmamos sobre la baranda de la ultima gradería, mirado hacia el Sena, uno al lado del otro. Me acuerdo perfecto de lo que te dije, espero que tu también. Que hermosa te veías, como alumbraban las estrellas tus ojos. Como quería para el tiempo.
Cruzamos el Sena y llegamos a una pequeña y pintoresca feria comercial como nunca había visto. Era domingo y todo estaba a medio morir, pero no ahí, había luces y gente y comida, muchos puestos de comida. Ya se hacía tarde y querías mostrarme algo antes de tener que volver, por lo que pasamos sin más, pero me acuerdo de cómo lamenté no haber podido compartir mi excitación contigo, mis ganas de descubrir estas calles una y otra vez; de despertarme junto a ti un domingo y hacer el amor en la mañana, de fumar marihuana y perdernos en las calles de parís y luego desayunar como cerdos en uno de esos mismos puestos que pasaban por mi lado. Me acuerdo que se hacía tarde y ya sabía a donde iba a terminar todo, me acuerdo que sentí que en parte ya había terminado.
Cuando llegamos era tarde, demasiado tarde para ser exacto, porque la librería ya estaba cerrada. “Shakespeare and company” leía el anuncio. Y ahí estaba el banquito y el árbol y la madera verde gris y añeja que le daba encanto a todo el lugar. Nos sentamos en el banquito, o mejor dicho te sentaste en el único pedazo de banquito que estaba seco y yo me quede de pie al lado tuyo. Quizás ya presentía lo que luego me quedaría claro, por lo que me libere de las formas y te conté sobre mi locura, mi desdicha, mi soledad y las voces en mi cabeza que me hacían compañía a falta de algo mejor. No pareció molestarte y claro, ¿por qué habría de hacerlo? Además ya me conocías y nunca me caractericé por la sanidad mental. “Tengo que volver” me dijiste.
Me acuerdo que caminamos hacia el metro hablando de James, Joe y Martina y de las opiniones que tenían de ti y nos reímos, pero no se si era risa de verdad. Me acuerdo de que no tenia pasaje de metro y me persuadiste de que pasáramos los 2 con tu pase de estudiante, no sin antes advertirme que si nos pillaban iban a multarme con 60 euros. Me acuerdo que pasamos juntos por la barandilla y me apreté brevemente contra ti, más de lo que estuve en toda la noche y me acordé de tu cuerpo y de cómo lo extrañaba. De cómo me penaba y todavía me pena el recuerdo de mi mano bajando por tu espalda, de mis dedos exploradores presionados por el elástico de tus bragas.
Me acuerdo que, sentados esperando el metro, empecé a disimular los espacios vacíos hablando del poster de una comedia romántica que se esparcían por el lugar. Se llamaba “La Stratégie de la Poussette”, “La estrategia del coche” me aclaraste, y empezamos a conjeturar de que podría tratarse la trama de la película viendo el cartel, donde aparecía un joven buen mozo, de unos 30 años y junto a esté una muchacha infaliblemente francesa que lo abrazaba indiferentemente.
Me acuerdo que cuando llego el metro ingresamos y tu sostuviste con tu mano la barra metálica, me acuerdo de la imagen de tu mano sosteniendo el tubo plateado. Me acuerdo que me acorde de una película y estúpidamente, tan estúpidamente, puse mi mano sobre la tuya. Me acuerdo que la apartaste a la brevedad y me viste a los ojos. Ese fue el momento en que todo me quedo claro, fue la mirada la que me dijo todo. No me querías ni nunca me quisiste, peor aun, nunca me ibas a querer, nunca me ibas a amar como yo te amaba, sencillamente no era posible en esta vida. No te culpo, no lo hago ahora ni lo hice entonces, no puedo discutir con esa mirada que me reflejaba. Efectivamente parecía un vagabundo, era un pobre diablo caminando por Paris, era un don nadie, un mediocre, era flaco, lento, torpe, no tenía norte ni sur. ¿cómo iba a ser posible que me amaras? ¿cuál era mi plan?. Tenia que ser más imbécil de lo que nunca pensé para estar ahí en ese vagón del metro, por estar ahí contigo. ¿realmente pensé por un momento que esto no era el planeta tierra, que no era la vida real? Por más que lo intento no puedo recordar como fue posible que me convencí a mi mismo de que la rubia iba a elegir al pobre diablo en vez de al sultán, menos aun cuando ya tiene un sultán. Me sorprende mirar hacia el pasado y ver que en ningún momento de ese día pensé en él.
Me acuerdo como sentí que se deshilachaba mi fe. Me tuve que afirmar para no perder el equilibrio y me puse a ver por la ventana como pasaba el concreto por que no tenía cara para verte. “fue difícil volver…” dijiste, y yo inmediatamente me compuse para decirte que no siguieras. Que no quería escucharlo.
Subiendo las escaleras del metro Goncourt ya había comenzado a desmantelarme y aun así no quería llegar a la puerta de tu casa, no quería que se acabara, así de egoísta era y por lastima creo todavía soy. Caminamos por unas estrechas calles que me desorientaron y por las que tu caminabas con total naturalidad. Ahora eras una parisina y yo sólo un mugroso chileno que no tenía nada para ofrecerte. Recuerdo que así me sentía.
Estábamos cerca y yo lo sabía, era el final que en frente a la librería se me había anunciado y aun así tenía problemas para digerirlo, cruzarías el portal del edificio y todo habría acabado. En realidad nunca había empezado. Nos miramos en silencio frente a un viejo edificio. “aquí vivo” dijiste. Me limite a mirarte descorazonado. Las lagrimas ya comenzaban a formar charcos en mis ojos y la más triste realidad se hizo clara entonces. Ni siquiera había tenido el valor, la dignidad, la bondad, la entereza para comportarme como un buen amigo. No pude apegarme a los consejos vocacionales y la critica cinematográfica, no pude guardarle respeto a tu vida y a tu pareja , no pude comportarme como un hombre y al menos no hacer escandalo. Honestamente era peor que un vagabundo, era un miserable ser humano, soy un miserable ser humano y supe que yo te envenenaba con mi presencia y aun así no tenia las fuerzas para irme. Que mierda estoy haciendo. Iba a romperme como cascara de huevo cuando dijiste “me esperan”. Me acuerdo que te abrace fuerte tratando de disimular mis lagrimas, pero fracase rotundamente. Me acuerdo que no me despegue por un largo momento.
Se lo que tu dirías, se que me convencerías de que si me quisiste, de que fue valioso lo que tuvimos de alguna forma u otra y probablemente es verdad. Pero lo cierto es que sólo te intereso formar esos recuerdos conmigo y no presentes, que jugaste a enamorarte de mi memoria para acudir a ella cuando el invierno azote Paris. Y no puede ser mentira lo que digo pues sino, ¿donde estoy ahora? ¿dónde estas tu?...
Tu estas en Paris, y yo estoy en una plaza de Tongoy, son las 2 de la mañana y se escuchan los ruidos de la fonda a lo lejos, te digo que te quiero y tu espontáneamente te acercas y posas tus labios sobre los míos.
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