Los ruidos venían de un armario viejo con adornos de plata pura, los cuales tenían una forma parecida a calaveras. Pablo trabajaba solo en el taller. Se había quedado para adelantar unos trabajos atrasados. Era un taller mecánico muy amplio, de ventanales altos y puertas corredizas. Pablo estaba limando una soldadura sobre un banco de mecánica. Escuchó un ruido ahogado, tenue, levantó la cabeza y recorrió el taller con la vista, después siguió limando. Al escucharlo de nuevo, esta vez más fuerte, dejó la lima sobre el banco y prestó más atención. Alzó la vista hacia la ventana y vio que ya estaba de noche, giró hacia el reloj de pared, ya marcaba las nueve, y en ese instante nuevamente el ruido. Esta vez giró el cuerpo rumbo al armario, aquel viejo armario que el dueño del taller adquiriera en una casa que estaban por demoler.
Se escuchaba como si alguien diera golpecitos desde el interior del armario. Pablo enseguida evocó la imagen del interior del viejo mueble; tenía muchos estantes como para que alguien se metiera en él.
Los ruidos cesaron y Pablo volvió a su trabajo; no se iba a molestar persiguiendo una rata; tenía mucho trabajo y seguramente era eso, una rata grande; eso creyó él.
Al escuchar que golpearon realmente fuerte Pablo quedó como congelado.
El mueble temblaba con cada golpe y hasta se fue alejando de la pared. Pablo miró el piso donde descansaba el armario, un líquido rojo emanaba de aquel mueble y se esparcía por el suelo, como si deseara alcanzar a Pablo. De pronto se apagaron las luces, sonaron las bisagras de las puertas del armario, y algo grande salió de su interior, acompañado de un terrible grito.
Un poco de claridad entró por las ventanas, eran las luces de un camión iluminando el muro del taller. Gracias a aquella claridad transitoria, Pablo distinguió que del armario había salido una figura humanoide, rechoncha, gruesa, de cabeza grande y melena electrizada. En aquella penumbra apenas se le veían algunos rasgos en la cara, pero parecía que la tenía llena de arrugas o pliegues, ensangrentadas.
Aquel ser se le abalanzó hacia Pablo, corría encorvado y con las piernas muy separadas y hamacándose hacia los lados. Pablo alcanzó la puerta apenas y la cerró tras él.
Aunque aterrado, tuvo la suficiente claridad como para darse cuenta que había visto algo sobrenatural y no a una persona, también supuso que nadie le iba a creer, así que se lo guardó para él. Desde esa noche salía temprano como fuera. Mucho tiempo después, al entrar al taller se encontró con una agradable sorpresa; el armario ya no estaba. El dueño del lugar estaba allí, entonces Pablo le dijo:
- Veo que tiró aquel armario viejo.
- No lo tiré, lo vendí a un anticuario - dijo el dueño de taller.
Un tiempo después fue el cumpleaños de Pablo. Apenas entró a su casa su mujer lo saludó y lo tomó de un brazo - ¡Te compré un regalo genial! Cierra los ojos que yo te guío - le dijo su mujer y lo llevó por la casa - ¡Ahora abre los ojos! - y al abrir los ojos Pablo vio el gran armario, con los mismos adornos de calaveras. En ese instante, comenzaron
ruidos extraños dentro del mueble y de éste, emanó un líquido rojo...