Más Allá del Amor
(Escrito con tinta negra)

¿Cómo es que se equivocó tanto?
Se preguntaba Josef al avanzar con pasos taciturnos entre los árboles del parque. La madrugada lo sorprendió con el gélido viento intentando colarse entre sus ropas. Indolente, subió la capucha de su capa para resguardarse, ocultando el semblante pálido y desencajado.
Su mente repasaba una y otra vez ese instante. Un instante en que las nefastas palabras dichas por su amada, lo llevaron a ese estado de vacío. Un instante redimido por las tinieblas, tan vanas y desiertas.
¿Qué pasó con su niña de las dulces sonrisas? ¿Dónde quedó el ramillete de promesas? ¿Acaso hubo un aviso de las verdaderas intenciones de Katrina y que él fue incapaz de ver? Atormentado, elevó la vista al cielo, pero aún éste, le negó el brillo lunar. Oculta entre la niebla, solo era un disco sombrío, incapaz de eximir la impiedad.
Una vez más, repasó los acontecimientos de esa tarde. Acudió puntual a la cita. Ella lo esperaba y juntos se encaminaron al parque frente a su casa. Su corazón henchido de amor, apenas podía creer en la suerte de tener a Katrina, su tierna presencia sólo para él. El sol del ocaso, brillando en sus rojos cabellos y otorgándoles una aureolar diadema. La tersa blancura de su piel engalanada apenas, por un rubor en las mejillas.
Pero nada estaba bien. Las duras palabras no concordaban con la suavidad de sus labios, la glacial mirada no coincidía con el profundo esmeralda de sus ojos. No había amor en la álgida despedida ni en la rotunda soberbia de su andar, al alejarse de él.
Abrumado, se abrazó al rugoso tronco de un roble y rompió en sollozos. Todos sus anhelos desvanecidos, sus temores más reales que nunca. El futuro se divisaba despótico y cruel, tan negro como el alma de la diosa Morrigan
En un reducido rincón de su memoria, se preguntó cuánto tiempo había pasado. Atisbaba por momentos fracciones de algo más. Alguna realidad o tal vez otro lugar. Vislumbre de luces que pasaban veloces, un gemido intermitente e irreconocible y de nuevo estaba frente a su casa. El hogar de Katrina se erigía inalterable, estoico frente a su dolida presencia. Pero eso cambiaría.
De alguna manera, ahora tenía entre sus manos una vieja y gastada soga. Con calma, la colocó en el viejo olmo frente a su casa. La mirada ausente ya había volado hacia un sitio más feliz, remontaría el firmamento antes de que llegara la aurora y la noche acunaría el último resplandor de su mirada cetrina. Guardó en el bolsillo interno de su ropa, la primera carta de amor que ella le enviara, con la esperanza de que la tinta negra traspasara su piel y tatuara su alma. Sin titubear, armó el lazo que lo acallaría para siempre y resignado, lo cerró alrededor de su cuello dejándose caer en la oscura lobreguez del final.
Justo en ese instante, su mirada se encontró con otra. El asombro y el espanto, como un relámpago sobrecogedor, lo abrumaron con la fría realidad. Sin embargo, el soplo de materialidad apenas duró y la pesadilla volvió a dibujarse frente a sí. Nuevamente trastabillando en el parque
La mirada aterrada del hombre fuera de la casa de Katrina, observó los últimos instantes de quien murió doscientos años atrás y cuya traslucida visión, desapareció lentamente. Aunque el corredor de bienes raíces le comentó sobre la leyenda del sitio, desechó la historia como mera fantasía. No obstante, acababa de comprobar que tal vez para algunos, el destino no es el olvido y ¿quién sabe? Todo indicaba que había algo más después de la muerte.