Atravesar limpio el aire de la mañana
Era una tienda donde se empeñaban los recuerdos. Yo sabía desde el principio lo que quería, no obstante, para evitar cualquier brusquedad, pregunté por uno de los objetos de la tienda. Era un recuerdo que estaba colocado en el fondo de las estanterías de la izquierda. Se podía leer el membrete en el cartelito lacrado que sobresalía: J. M. H. 1952. ¡Ah, ese!, me dijo, es uno de los depósitos más antiguos que tenemos, señor, seguramente su propietaria ha fallecido ya y nunca pudo o no quiso recuperarlo. Son recuerdos de su infancia en Sidi Ifni. Recuerdos, probablemente, filtrados por la nostalgia, pero muy bellos, se lo aseguro. Le pregunté el precio, pero me respondió con una amable evasiva. Su precio está dentro de la razonable, me dijo. Si está interesado es cuestión de hablarlo, estoy seguro que llegaremos a un acuerdo satisfactorio. Los recuerdos, añadió, se deterioran con el tiempo o al menos, cambian, ¿sabe usted? Están aquí, aparentemente inmóviles, fuera de la cabeza de sus dueños, pero poco a poco se transforman, se refinan, podríamos decir. Les pasa lo mismo que a los recuerdos que tenemos en la memoria. Eso les da también una belleza particular, como si fueran destilaciones del tiempo vivas.Me interesé por el grupo de recuerdos que estaba pulcramente ordenado detrás de una vitrina de cristal, envueltos en papel de color verde con su correspondiente etiqueta, también lacrada. ¿Se refiere a esos de ahí?, me dijo. Son alucinaciones. No crea que admitimos todas, imagínese. Sólo aquellas que son realmente extraordinarias.
Visiones desmesuradas de la realidad, algunas, autenticas deformaciones, casi monstruosas. No es fácil encontrar gente que se desprenda de ellas. Los propietarios de alucinaciones verdaderamente intensas tienen mucho apego a ese tipo de pensamientos. Para nosotros tienen un gran valor y son muy solicitadas. También, los sueños. Están justo al lado de las alucinaciones en esa otra vitrina de cristal. Son los dos tipos de recuerdos más valiosos de esta casa y los que la gente más aprecia. Tenemos una clientela muy selecta de compradores de alucinaciones y sueños.
Tuve ganas de interrumpirlo y explicarle el propósito que me había llevado hasta allí. Me contuve y así le di pie a que me mostrara la serie de recuerdos que estaban colocados en las estanterías de enfrente. Aquí tiene usted historias de amor y desamor. Son recuerdos sobre el deseo en general, lo que podríamos llamar, las pasiones. Determinados episodios tienen, desde el punto de vista comercial, una salida aceptable y despiertan cierto interés, pero, si he de serle sincero, la mayoría son historias de una enorme vulgaridad. Miré las etiquetas. Allí estaba gran parte de la escala de los comportamientos amorosos. La entomología del sentimentalismo, pensé.
Pareció animarse cuando me señaló un grupo de recuerdos que destacaba del resto, por su número. Estos, dijo señalando las estanterías superiores, son muy peculiares y, también, muy apreciados por nuestros clientes. Son viajes. Viajes a los sitios más insospechados del planeta, recuerdos de aventuras llenas de riesgos y vicisitudes. Algunas, auténticas heroicidades, créame, realizadas por personas comunes. Pero no todos son hazañas de una gran temeridad, por supuesto. También hay travesías de enorme placidez y paisajes de gran hermosura, se lo aseguro. Y no sólo a lugares ignotos, hay recuerdos de viajes dentro de la propia ciudad que sorprenden por su ternura y su complejidad. Me dio la impresión de que sobreactuaba o, a lo mejor, era que realmente le gustaba hablar de los recuerdo que guardaba entre aquellas cuatro paredes. Continuó. También hay paisajes de la soledad y de la multitud.
Hizo el ademán de invitarme a pasar a una sala contigua, para seguir explicándome el resto de la colección. No supe si él era el propietario del establecimiento o un simple empleado. Sin lugar a dudas, era una persona sensible, conocedora de su oficio. Me explicó que tenían una amplísima muestra de recuerdo sobre conversaciones, muchas de las cuales eran verdaderas joyas, y otra colección muy extensa, sobre la muerte. Debería usted verlas con mayor detenimiento, porque abarcan una gama muy extensa…
Le indiqué que era suficiente con lo que había visto y dimos por concluida la visita. Se volvió, un tanto ceremoniosamente, y me preguntó. ¿Usted me dirá señor, qué es lo que busca exactamente o qué es lo que nos ofrece y veremos en qué medida podemos nosotros ayudarle? Aquí tiene, no obstante, nuestro catálogo donde aparece la totalidad de los depósitos disponibles, que actualizamos periódicamente. Fuera de catálogo tenemos… Lo volví a interrumpir, quizá de forma un tanto abrupta, y le dije: No quiero comprar nada. Ha sido usted muy amable al explicarme lo que hay en su tienda, con tanto detenimiento. Quiero empeñar todos mis recuerdos. Absolutamente todos. No me importa el dinero que me den.
Entonces me respondió un tanto sorprendido, perdiendo momentáneamente la compostura: todos, todos, repitió, aquí no hay recuerdos de vidas completas, sólo fragmentos de la memoria. La gente no se desprende nunca de la totalidad de sus recuerdos, señor. Me pone usted en una situación realmente incómoda, debería pensárselo muy bien. Perdería usted su identidad, no recordaría quién es, ni dónde vive. Además, mientras dura el depósito esos recuerdos son nuestros y desaparecen de su mente. Si alguien los compra sólo podrá recuperar usted su dinero pero no los recuerdos… debe usted pensárselo muy bien antes de tomar una decisión de esa naturaleza. Entonces, le dije lo que realmente pensaba desde el principio, antes, incluso, de poner el pie en aquella casa de empeño.
Quiero empezar una vida sin recuerdos. Quiero atravesar limpio el aire de la mañana, ¿me entiende? Ver las cosas, todas las cosas, por primera vez.
Juan Yanes |