ODA A MI MADRE
(Ella)
Ella,
que siempre está ahí cerca,
lista para cualquier emergencia
y canta y danza feliz
por las interminables
praderas oxidadas del valle.
Las calles húmedas se extinguen.
Ella
está pendiente,
no importa lo mal que esté la herida
ni cuanta sangre fluya.
Veloz cual destello de luz,
aparece la ensangrentada silueta:
un ser libre de maldad,
criatura pura como la hierba.
Y me conforta:
sus manos, como nubes,
envuelven mi dañado cuerpo
y con su suave piel de seda
me tranquiliza y besa.
Expulso toda sensación mustia
y aprecio lo que
Ella
hace por mí.
Quién más que
Ella
lo haría,
nadie, absolutamente nadie.
Sólo
Ella
y su natural y espontáneo calor
que a mi ser brinda,
irradia energía y vigor,
añade fuerzas,
todo gratis, sin costo alguno,
cual corona de caridad,
una obra de beneficencia,
una obligación moral,
social, política, religiosa,
ética, económica, cultural.
Lo verdadero, lo innegable,
lo irrefutable;
algo útil y práctico, claro está,
indispensable.
Concretas retribuciones no hay
y aún así, lo hace,
lo hace a la imposible perfección
como una verdadera madre.
Y lo que de ella recibo nadie,
ni yo mismo, lo puede ver u observar,
ni mirar, olfatear,
sentir, escuchar
o palpar, nada de eso:
ningún sentido puede descifrar
lo infinitamente valioso
que es lo que de
Ella
recibo,
algo mágico y sobrenatural,
pero verdadero,
que está ahí presente,
determinante para toda la existencia
y que no tiene valor ni presencia
y que jamás
habrá de extinguirse.
Ella
es
Ella
y todo ser tiene o tuvo una
y yo, aquí sentado,
me doy cuenta que todas,
todas estas palabras
que aquí derrocho son verdad,
la verdad más noble de todas las verdades.
Ella,
pura y noble,
en nuestras vidas
beatificada siempre estará,
viva o muerta,
dormida
o despierta.-
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