Te busqué toda la semana en los lugares a los que solíamos acudir con los amigos, mi celular muerto por un piquero en la tasa del baño, me desconectó de ti y del resto del grupo. Por fin después de dejar algunos mensajes en mi nuevo ipod pude empezar a recuperar números de teléfonos y cuentas de internet. Te dejé un mensaje y respondiste de inmediato, claro estabas fuera de Santiago, con razón no te encontraba.
Estaba ansiosa por verte, supe por otros amigos que tu noviazgo se había terminado cuando yo me encontraba de vacaciones en el sur y tuve el accidente del celular, hubiese sabido a tiempo hubiera corrido a abrazarte, a consolarte, a escucharte… para eso están los amigos y nos conocemos desde hace tanto, pero la tecnología y la lejanía impidieron que así fuera.
Nos juntamos en el café de siempre, no te reconocí en tu delgadez, me sorprendió tu rostro demacrado y las profundas ojeras, ya habías pedido para los dos como siempre, un capuchino para ti, un expreso doble para mí. Te abracé y por un largo rato no dijimos nada, me sentí terrible cuando comentaste - tenías razón, era tal cual lo describiste, debí hacerte caso- Me mordí la lengua, por haberte dicho lo que pensaba hace unos meses atrás, estabas tan enamorado, te embriagabas sólo con verlo, desearía haberme equivocado, pero yo lo conocía y supe que te rompería el corazón.
Terminamos nuestro café, caminamos un rato largo bordeando el río, los silencios se interrumpían sólo por tus suspiros, me abrazaste y no pudiste evitar soltar el llanto, me dolía tanto tu dolor. Cuando por fin te calmaste, te acompañé hasta la puerta de tu oficina, sonreíste más tranquilo, me explicaste que no habías podido sacarte la rabia, pero al llorar en mi hombro, como siempre, te sentías más en paz.
Mientras caminaba hasta mi auto te escribí un mensaje, al que sólo respondiste – gracias... por estar siempre… gracias por advertirme y aún así apoyarme, sólo gracias querida amiga. Que podía decirte si los amigos son hermanos que uno elige.
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