MIMI PINSON
¡Que cortos fueron los caminos de los sueños!
Mimí Pinson- José Rótulo
Cuando llegó a Rosario no conocía a nadie, nació en Mardel y mucho tiempo después conocí las razones de su exilio repentino y obligado en quinto año. Rindió libre y se metió en inglés en Humanidades, para hacer algo decía, la conocí en el quiosco en frente a la facultad. Era el crimen perfecto. No le importaba que yo tuviera novia, mientras a mí no me importaran sus novios. Yo cumplía con todos los requisitos: tenía algo de filo, porros y una oreja grande para las noches malas. A veces me sentía un delivery de pizzas, ella llamaba y yo tenía media hora, no había novias, ni embotellamientos, ni amigos, ni exámenes, ni laburo, ni familia, ni dealer incumplidor, que me eximieran de la tácita obligación de estar tocando el timbre, esa misma noche, calentito y con morrones, listo para lo que su excelencia decidiera que hacer con mi persona. El pago: el mejor sexo de mi vida. ¿Por que otra cosa es capaz un hombre de dejarlo todo?
Ella era un moebius de constante adrenalina. Lugares inesperados, esperas, citas, engaños, experimentos, nuevas caras, nuevas ondas, nuevos quemados, pico, papelito, rohipnol y tinto, pastillas, faso, tripa, la amenaza constante y tácita de la cana, nuestro road movie en las calles de la droga. Yo iba llevando la facultad, algún laburo ocasional y mi relación con Carolina. Caro era una buena chica, ideal para que se haga amiga de las novias de mis amigos y para llevarla los domingos al asado familiar.
Por parte de un padre viudo, trabajador y ausente, había heredado el tanguero apellido Pinson, imposible no apodarla Mimí. La flaca tenía con que bancarse la comparación: unas piernas que jamás pudo pintar Toulose-Latrec, coronadas por un culo perfecto -torneado a steps y privaciones gastronómicas- una carita de ángel caído, de esas por las que cualquier tipo hubiera dado el brazo derecho por rescatar, una mirada de acero celeste, fría y altiva, de muñeca brava, para marear giles sin grupo.
Ningún laburo le duraba más de un trimestre. He pagado la cuenta de la E.P.E., el pago mínimo de la Visa o la segunda refinanciación de la Master, sin preguntar cuándo ni como, pero siempre, unas semanas o meses después, aparecía con toda la plata y un gracias. El “gracias” era por no preguntar. A los pocos días la veías gastando como un gitano que se ganó el quini, empilchada bien de bute, cuero y lycra -nada de seda y percal- celular, auto con tanque lleno, bulín con todos los chiches, whisky con mucha pala, botas, perfumes y toda la felicidad que el dinero puede comprar, o que Mastercard te permita pagar en cuotas.
No quiso se profesora, ni traductora, quedarse quieta no iba con ella, antes de terminar la facultad se metió de azafata en Southern Winds, Se puso a viajar y a viajar, la trasladaron a Bs.As, y por años le perdí el rastro.
Hace cinco años me la crucé en un Varig, yo viajaba con mi novia a Río, me estaba por casar, ella era la azafata. Se había hecho las tetas. Al pasar a su lado canturrié “yo te soñé y te encontré en mi destino, que cortos fueron los caminos de los sueños y que vanos los intentos…”, su tango. La muy guacha ni me saludó, me hizo sufrir todo el vuelo, ni me miraba. Cuándo me bajaba me metió en el bolsillo su mail escrito en el otro lado de la tarjeta de embarque. Le escribí a los 15 minutos de llegar al hotel, no pude aguantarme. Con la excusa de bucear en Angra, Carolina era claustrofóbica además de cornuda, conseguí tomarme unas caipirinhas con ella en un barcito de Leblón. Hasta me sacó la foto con la que cerré la coartada.
No había tenido suerte, un novio de muchos años, ingeniero, con apellido de prócer y segunda línea del SIC, la había dejado a pocos meses del anillo redentor. Un par de tipos casados, de los que nunca la dejan, o siguen por los chicos completaban el currículum de esos años.
- Vos… ¿Seguís soltero?
- Me caso en Febrero
- ¿Con la morocha del avión?
- Sí, salimos hace tres años, laburamos juntos y …
- Y no es para vos, se nota a la legua, me decepciona un poco verte así – me interrumpió
- ¿Así como? – le pregunté fingiendo sorpresa y diversión, en realidad estaba ofendido.
- Así, burgués, gordito, con cara de satisfecho, con ganas de cagar a tu novia, a punto de casarte con alguien que no amas
Me defendí como pude de tan certeras acusaciones. Le conté que seguía escribiendo, me tomé tres o cuatro caipirinhas para aflojar la lengua y divertirla contándole la decadencia de los pocos conocidos en común que teníamos en Rosario. Esa tarde no me la pude voltear, no lo intenté por que sabía que iba a rebotar. Me lleve el email y una promesa de llamada cuándo fuera a conocer a su segundo sobrino que estaba por nacer en Rosario. Durante meses mantuve fresco el encuentro copiándole mis cuentos, plagiando otros, y prestando los ojos para que desahogara sus penas via email. Necesitaba un confesor de probada discreción y poca moral donde descargar sus pecados. Así supe su historia en La Feliz, se enamoró de un profesor de literatura del secundario. “Dieciséis años es mucho, cuándo te da como un chucho y la vida te pide cuero”, canta Jaime Ross en “La Hermana de la coneja”. La historia terminó igual, con embarazo y aborto clandestino. La cosa se complicó y al día siguiente le salvó la vida una ambulancia que llegó milagrosamente a tiempo. Infección, histerectomía y confesión del pecado aunque nunca del pecador, que se borró olímpicamente. El exilio rosarino llegó por decantación a los pocos meses. Escapar a los chismes de pueblo grande y ayudar al olvido a que olvide y la hermana mayor casada con un rosarino, la empujaron a estas pampas, a un nuevo comienzo.
Cuándo nació el sobrino aparecí por el sanatorio con un osito celeste de regalo. Después nos encontramos en Luna, ella, su amiga Lorena y un amigo. Los chaperones no congeniaron, ella estaba llena de instinto maternal por su sobrinito recién nacido y yo demasiado nervioso por que me dieran la cana alguna de las amigas de Carolina, faltaban menos de dos meses para casarme. Nos fuimos temprano a su departamento. Cada vez que me quiero masturbar me acuerdo de ese amanecer en el departamento. Ella se viste mirándose al espejo, su culo corazón apunta en mi dirección, enmarcado por una tanguita negra. Sus piernas blancas, de un mármol traslucido apenas veteado por unas venitas verdes, están ligeramente separadas. Su cara parece adolescente suavizada por los tonos rojos del amanecer, que entran a través de la persiana entreabierta. En el espejo veo reflejado sus pechos como dos magnolias rojo carne. Pienso en que esa imagen refleja su personalidad, ella muestra al mundo esa espalda dura fría y perfecta, su taquear de milonguera, diría Cadícamo, solo a veces, la luz adecuada y el ángulo justo, nos revelan a la adolescente perdida que refleja un pecho abierto y sangrante. Vos también sos milonguita, en el fondo. pero milonguita al fin.
Seguimos escribiéndonos y chateando regularmente. Con Carolina la cosa no andaba desde antes de mudarnos juntos. Nos separamos al año de casarnos. Por culpa de la crisis y de una separación en la que resigné todo con tal de alejarme rápido, me había quedado en la lona económicamente. Ella podía perdonar casi cualquier pecado, menos que sufriera por otra y que me deprimiera por plata. Me ofreció guita para que pusiera una librería, después me dijo que me podía conseguir laburo en España, ella me bancaba el pasaje. Iba a aceptar pero no lo hice cuándo me entere la causa de su fortuna, aceptar la plata hubiera significado aceptar su origen y mi amistad con ella jamás me lo hubiera permitido.
Cuándo encontró trabajo de azafata ganaba bien, pero no lo suficiente, se había comido la guita que les pasaba su viejo a su hermana y a ella y no tenía como devolvérsela. En un viaje a China encontró el filón, o por lo menos la forma de pilotearla bien. Viajaba a Shangai con la aerolínea cada dos semanas, allá tenía tres días de descanso en los que laburaba de streaper por muchos yuanes la noche en un cabarute top en el subsuelo del Hilton de Shangai. Uno de esos clubes en los que un trago sale a hundred bucks darling.
No me animé a preguntarle más, pero siempre me quedó la duda. ¿Cuánto saldrá una noche con ella? ¿Cuanto pondrán esos ponjas para encamarse con ese corte Mar del Plata, de Avenida Luro al 4000, para ser exactos?. ¿Unas cinco lucas verdes? Por esa guita yo me aguanto un turno hasta con un luchador de sumo, lo que me hace acordar del chiste, putos sobran, lo que faltan son inversionistas.
De vuelta en la Argentina, descansaba de su viaje quincenal a los placeres de Oriente, “tomándose la pala más rica y más barata del mundo”, le pagaba la cuota a la hermana y se patinaba el resto yendo a los paradores de Punta, a cenar bien frapé a Puerto Madero y a tomarse toda la nieve de Chapelco, Jonhy Walker Azul y hielo, baby, lo de siempre.
A Rosario volvía de vacaciones dos semanas todos los Febreros y Octubres. No se perdía por nada del mundo el cumple de sus sobrinitos, dos enanos malcriados que ya deben ir al colegio, con los que saciaba su instinto maternal, después de todo es humana. No me hacía falta llamar al teléfono de la hermana para saber que estaba. Podía olerla, con solo aspirar fuerte podía seguirle el rastro y emboscarla.. Me conseguía un veinticinco de alguno de los conocidos que me quedaba de aquella época, ya ni siquiera fumaba porros sin ella, speed con vodka para mantenerme despierto y le seguía el tranco. Sus piernas blancas eran largas, pero el premio por alcanzarlas valía la pena.
La última tarde que la ví fue en un carrito del parque Independencia. Estábamos tomando una cerveza. Ella estaba con cara lavada, jeans y una remera mía. Le pregunté si estaba con alguien, me contestó que más o menos, no me dijo con quién y no pregunté, si algo aprendí es que no es conveniente alimentar la hoguera de los celos con nombre, cara y datos. Se que me sobraban esos cuatro o cinco kilos que ella necesitaba para enamorarse de un cuerpo. Me faltan esa hambre y ese cinismo encarnado, la enfermedad venérea que se contagió en tantas noches de cuerpos anónimos. A mí en cambio, me sobraban siempre esas dos palabritas que necesitaba dejar de oír para animarme a intentar quererla: es puta. Discutimos por una estupidez y le dije puta.
Ella no me contestó, miró el piso y terminó su vaso de cerveza callada. No sabía que decir, intenté acariciarle el pelo pero me saco la mano con el antebrazo.
- ¿Vamos? – supliqué más que pregunté.
- Andate, no quiero verte más, nunca más.
“Nunca más volvió, nunca más la vi, nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí … esa misma voz que dijo, adiós”. Hoy cumple treinta y cuatro, van cinco años que no contesta un mail, por lo menos tres que la casilla no existe más. No hubo más octubres ni febreros. Tiempo atrás supe que la hermana se separó y se volvió con los sobrinos a Mar del Plata. De ella nadie sabe nada.
A veces fantaseo con su destino, me la imagino puta vieja, con la piel gastada de tantas caricias falsas, publicando anuncios en el diario: “aabbaabbaa Mimí, cola perfecta, ardiente, solo tuya, nivel ejecutivo”, o enganchándose un gil, convertida en una mami cheta de San Isidro, buscando a los chicos en el colegio, o madama del mejor puticlub de Shangai, fumando una pipa de opio todas las tardes con el presidente de la Kawasaki. Aunque de los muchos destinos que le imaginé, el que más me gustaría es uno igual a “Volvió una Noche” ”Volvió una noche, no la esperaba, había en su rostro tanta ansiedad que tuve pena de reprocharle lo que he sufrido por su impiedad. Me dijo humilde: si me perdonas, el tiempo viejo otra vez vendrá. La primavera es nuestra vida, veras que todo nos sonreirá. Si Carlitos, así la quiero, derrotada, humillada, besando la lona, de rodillas buscando el perdón del profesorcito. Aunque, para ser sinceros, no creo que pueda contestarle: “Mentira mentira yo quise decirle, las horas que pasan ya no vuelven más. Y así mi cariño al tuyo enlazado, es solo un fantasma del viejo pasado, que ya no se puede resucitar”, eso te lo dejo a vos Carlitos, yo frente a ella pierdo toda la dignidad.
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