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Afuera ulula el viento, pega fuerte contra las persianas. Algo se mantiene oculto, es impropio. Es final del verano, aun así parece invierno.
El frío se cuela en la habitación, llega hasta mi cuerpo vestido apenas con ropas ligeras. Tirito un poco, pero la mente se distrae en la escritura. De pronto me encuentro allí, en la habitación con una alfombra que la cubre casi por completo. En una esquina la estufa de querosene está encendida. Sé que no debo tocarla. Seguramente alguna vez me habré quemado. No figura en mi memoria , pero lo recuerdo. Glú glú glú, un pequeño espacio de tiempo, glú glú glú, el sonido del combustible pasando a través de los caños. Ya lo tengo, de allí viene viajando en mi tiempo ese sonido, comprendo por qué me siento tan feliz con el sonido de un chelo, grave y de color púrpura, tiene algo de la llama de la estufa si la luz está apagada. Una sonoridad en lo oscuro, que retumba en la esquina y se esparce por todo el espacio. Hay que esperar un rato para volver a escucharlo. Intervalos, sonidos, tibio calor, ingreso en mis envoltorios ocultos, me siento muy bien. Hoy crecí.
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