Desconozco si existe en la historia de la humanidad antecedente similar; un oprobio moral de tamaña magnitud.
No improbablemente alguno de los protagonistas de la pequeña historia que relataré, atemperase su deshonra a virtud de la preeminencia de factores temperamentales cuya fortaleza de natural salvaguarda, proporcionaríale un medio indirecto para enfrentar la vergüenza letal que en tales circunstancias devasta al individuo.
Quizá una vuelta de rosca imprevisible, al abrigo de un escalafón de recuerdos entrañables, o una alegórica guitarra que tiñese de olvido y resignación la marisma alcohólica del abatido y proporcionase a la mente enajenada el bálsamo vital para sobrevivir.
Puede incluso que un anómalo efecto camaleón estimulase la adopción del tono y el color del entorno indiferente, o sabe uno quién se convirtiese en mosca pegada a la pared para escuchar y ver sin ser advertido, vendiendo el alma al precio vil de una herramienta.
Lo que trasladaré a continuación es absolutamente verídico y ha sido tomado en versión propia del suscrito, de un libro autobiográfico del extraordinario escritor italiano, Curzio Malaparte Falconi (Prato, 9 de junio de 1898 – Roma, 19 de julio de 1957), de nombre real Kurt Erich Suckert , intitulado “La Piel”.
Malaparte fue actor bélico de primera línea del ejército regular italiano en las dos últimas confrontaciones mundiales.
Su bibliografía y sus formidables artículos periodísticos rezuman la extrema amargura de quien asociado al horror, exorbitado en este caso en tanto vencido y pisoteado por los vencedores, arroja sal sobre su pecho supliciado por el deshonor y la duda, procurando salvar con el sacrificio de la palabra valiente y al mismo tiempo piadosa, el alma y el espíritu de un pueblo trucidado por la inacabable tortura de la guerra.
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Las tropas estadounidenses, combinadas con las inglesas, eligen Nápoles como cabeza de puente, (entre otras), para el desembarco e invasión de las tropas aliadas en la Europa continental sometida al eje Roma-Berlín.
Mientras la defensa y posterior ofensiva de Stalingrado ya se ha cobrado tres millones de víctimas, la ocupación nazi en el resto del continente se torna insostenible. El predador enceguecido por la impotencia retrocede y forcejea en Italia, buscando cubrir su retirada con carne de cañón italiana. Múltiples deserciones, el acoso permanente de la guerrilla partisana y el sufrimiento sin tregua de un pueblo que resiste lo indecible, inclina al comando nazi a tomar las riendas de la contienda. Desde ahora y con prescindencia de su aliado fascista asumirá el control exclusivo de la situación e impartirá las órdenes pertinentes para no perder posiciones en el Sur y cubrir su retroceso.
Pero las cartas están echadas. Huida y arrasamiento van de la mano.
El ejército liberador entra a Nápoles bajo palio y desde entonces el postramiento del pueblo napolitano, por el hambre y la desolación, cambia de dueño.
Muchos niños son alquilados por sus propias madres a los soldados del "liberador", especialmente a los árabes del ejército inglés, degustantes reconocidos de ese plato exquisito a cambio de unas monedas o libras de chocolate.
En cuanto a las mujeres... ¿Qué decir?
Mussolini es ejecutado por la guerrilla y el comando político provisorio del Gobierno italiano encabezado por el nefasto Bidoglio ofrece al invasor la rendición incondicional pero además, propone "colaborar" con sus precarias fuerzas en la lucha contra sus ex aliados.
“All right fucking Italian. Put on and take off these clothes that bear that another lousy start. And make it quick before we repent and go through the weapons you as you deserve” (*)
Entre burlas y risas las tropas italianas son obligadas a despojarse de sus uniformes y sustituirlos por un remanente de material de desecho.
Zapatos agujereados o reconstruidos a las apuradas, casacas y pantalones cribados de agujeros de bala, cosidos de apuro aún con sangre seca, proveniente de las fuerzas aliadas que lucharon y murieron en el desierto poco tiempo antes constituyen la nueva indumentaria.
Hasta el fin de la guerra el atavío de los míseros soldados italianos perteneció a los muertos que sobrevivieron en otros muchachos con la misma mirada inocente.
LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
MARZO DE 2013
(*) Todo bien, italianos de mierda. Poneos esta ropa y quitaos esa otra piojosa que lleváis puesta. Y que sea rápido antes que nos arrepintamos y os pasemos por las armas como os merecéis…
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