Esta es la historia de un trozo de cemento que había ya cumplido su labor en esta vida, y que por las circunstancias que a continuación conocerán fue condenado al exilio forzado, condenado a desaparecer y lejos del lugar que quizás lo vio nacer.
Logre indagar que verticalmente fue la base y sostén de un portón, testigo de las entradas y salidas de cuanto nuevo y viejo vecino llegaba ó se marchaba, ya que le tocó vivir frente a un edificio de apartamentos de alquiler, y sin embargo nadie me supo decir con exactitud de que manera había llegado el bendito muro a aquella acera que por más de veinte años, había acompañando en su diario vivir a los colonos de aquella calle polvorienta y sin nombre.
Pero lejos de morir triturado, por las fauces de algún sediento ingenierillo de turno en los rellenos de alguna nueva urbanización sin planificar, el destino le tenía deparado a este trozo de cemento, otra nueva misión.
En forma horizontal descansando y atravesado en aquel anden, el muro experimentaba nuevas funciones, paso a ser el asiento, la silla, para el alivio de cualquier transeúnte, se convirtió en punto de encuentro para ver al novio en una cita clandestina, y al que no era novio también, fue lugar de meditación, sillón de oficina, restaurante improvisado, cantina nocturna, bunker para drogadictos, hasta de servicio sanitario fungió , cuando una vejiga traicionera alguna vez lo demando, no lo voy a negar, porque sentado ahí también pude ver como crecía lo que después sería mi nuevo hogar, también fue el causante de algún tropezón, como inamovible estorbo fue, a cuanto sin vergüenza nocturno viajara por aquella franja de hormigón que velozmente escapaba, por andar viendo que se robaba.
Por ser su vecino más cercano, aquella mole me convirtió sin querer, en cómplice subversivo de cuanto tema se ventilaba, desde un: “te veo en tal lado, a tal hora”, o “aquel tal por cual se la tengo jurada”. Desde mi cuarto como trinchera y con el objetivo ante mis ojos pude ver cuando, por acalorada discusión tal vez, la ocupante de turno olvidaba su postura y dejaba ver su entrepierna sin querer, sin dejar nada a la imaginación.
Como ven, pudo haber algunos buenos motivos para alargar la estadía de aquel pedazo de cemento en la estancia, hasta que desgraciadamente también hubo acontecimientos nefastos, negativos que contribuyeron a su desaparición, como el hecho de que en ese lugar se gestaron los robos a mi propiedad y porque no decirlo, ya estaba cansado que la inquilina de turno me llamara a media noche para darme las quejas de que no podía dormir.
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