Es de noche, ya muy tarde
y su marido no llega.
Ella tiembla en la ventana,
esperando su condena.
No tarda ésta en llegar,
y a lo lejos, en la calle
entre tanta oscuridad,
se oyen gritos, juramentos,
maldiciones y lamentos.
Ella sigue en la ventana
y su cuerpo se estremece
pero espera resignada,
a que su marido llegue.
Las blasfemias y las risas
se oyen cada vez más cerca,
y de la inmensa negrura
aparece una silueta.
Con la botella en la mano,
avanzando a duras penas,
su marido es un extraño
que ahora se para y la observa.
Las miradas de ambos chocan,
en silencio se contemplan.
Él comienza a regañarla
por estar aún despierta.
Siempre encuentra algún motivo
para empezar la pelea.
Ella calla, sólo escucha,
no puede ver ni siquiera,
lágrimas cubren sus ojos,
lágrimas que no molestan.
Su marido está subiendo,
más de insultar no ha parado.
Se tropieza en la escalera
y crece entonces su enfado.
La llave araña la puerta,
no encuentra la cerradura,
la mujer oye patadas,
puñetazos de locura.
Cede la puerta rendida
ante semejantes golpes,
y envenenado de ira,
él a desahogarse corre.
Grita el nombre de su esposa
entre insultos y amenazas,
busca y llama a su mujer
pero ella no está en casa.
Un fugaz presentimiento,
le lleva hasta la ventana,
él se asoma, y en el suelo
yace ella ensangrentada.
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