El muerto de los naipes
Como de costumbre todos los años en la misma época, los Rodríguez viajaban de vacaciones en el verano, a visitar sus parientes que vivían en Quilmes Sur y dejaban la casa al cuidado de su vecino de cinco cuadras al norte, Don Felipe.
Invitaba a otros vecinos suyos a jugar a los naipes y tomar alguna cerveza para acortar la cuidada. De hablar poco y de gestos nerviosos, camisa afuera, impresionaba más edad que la que realmente tenía. Había aumentado mucho de peso y se sabe que tomaba varios medicamentos. Esa noche se lo veía ojeroso y con la tez pálida. Se juntó con sus amigos y vecinos de los naipes y varios de ellos lo cargaban por su aspecto algo deteriorado que presentaba. Las partidas de truco iban y venían. Las cervezas también.
Las horas de jugadas pasaban ye el nuevo día se acercaba. Inesperadamente Don Felipe cae estrepitosamente al piso emitiendo un gemido sórdido y retumbante en los oídos de los parroquianos. Intentaron incorporarlo nuevamente a su silla pero debido a su gran peso no lo conseguían. El rostro se le puso blanco y por momentos azulado y dejó de respirar.
No sabían qué hacer. Uno de ellos, Renato intenta hacer masajes en el pecho, otro, Don Ricardo descubre la camisa y quiere ayudar a dar masajes para intentar volverlo a la vida. Pero Don Felipe no volvió.
De urgencia fueron a ver al médico del barrio que vivía como a diez cuadras, en Santa Lucía. Había que pasar el puente de la calle Balcarce, a pocas cuadras de la Av. Libertador. Y salió el hombre con la premura que el caso requería y llegado al lugar comenzó a revisar al enfermo y detectó que había fallecido.
-¿Qué problema señores?, afirmó el médico.
-¿Qué vamos a hacer ahora doctor?, preguntó Renato.
-Ummm… No sé, dijo el médico.
-¿Cómo que no sé? Preguntó Roberto.
-Sucede que en estos casos hay que llamar a la Policía de Santa Lucía, frente a la plaza, ya que no sabemos de qué ha muerto Don Felipe, agrega el médico.
-Habíamos estado tomando unas cervezas y jugando al truco, comienza a contar Renato. Como lo hacíamos casi todas las noches y sabíamos que a Don Felipe le habían descubierto hace poco una Diabetes y que tenía la Presión elevada, y que por eso tomaba como cuatro medicamentos. Ésta casa es de otro vecino y recién los dueños volverían en diez días aquí, ya que están de vacaciones. Y que…
-¡Sí, así parece que es, interrumpe Roberto.
-¿Cómo lo vamos a dejar aquí tirado en el piso y en casa ajena; ¡Algo tenemos que hacer doctor!, ¿no le parece doctor? Vuelve a preguntar Renato al médico…
Roberto mira su reloj y le impresiona ver que ha comenzado un nuevo día. (Piensa en lo difícil de la situación en la que él también está, participando de los pormenores de la muerte de un amigo y que su nombre hasta podría salir en los diarios, y que de conocerse el caso, su reputación quedaría lastimada, que tiene una excelente esposa y que sus dos hijos se están por graduar, uno de ingeniero y la nena de contadora, que sería mejor hablar de lo sucedido con quien correspondiera para salvar su pellejo).
-Bueno, miren señores, la única posibilidad que hay es sacarlo de aquí y trasladarlo a su propia casa. Que lo que vamos a hacer ahora, nadie hable nada. Que nadie se vaya a enterar de los que vamos a hacer sino yo como médico y ustedes como vecinos de Don Felipe vamos a tener problemas con la Policía.
-Bueno doctor ¿qué vamos a hacer?; ¿Qué es lo que Ud. nos quiere decir?...dijo Renato.
-Miren, lo vamos a levantar entre todos, y lo dejamos en la parte de atrás de mi auto y así muerto como está lo vamos a llevar hasta su casa. ¿Les parece?; ¡Ah otra cosa!, que nadie le avise a la viuda que de eso me encargo yo cuando lleguemos!...
Y como pudieron los tres hombres alzaron a Don Felipe y lo colocaron en el asiento trasero del Renault 12 blanco del médico.
Llegaron a la casa del difunto, que distaba algunas cuadras de allí.
El porche con la luz encendida. Tocan el timbre. Sale la señora de Don Felipe. El médico se abre paso y comienza a relatar lo sucedido. La señora estalla en llantos y gritos:
-No puede ser, ay mi Dios, no puede ser…
-Sí señora todo ha ocurrido como yo le he dicho, y están de testigos los otros vecinos; no hay otra cosa que hacer, y yo aún arriesgando mi profesión que como usted entenderá, no puedo emitir ningún certificado de fallecimiento si no se hace autopsia ya que su esposo falleció en otro lugar, no en su propia casa.
-Pero doctor, nosotros somos una gente de bien, sin mayores problemas como todos por aquí… ¡que van a decir mis hijos! Esos muchachos estudian y son ejemplo para nosotros. Ellos han salido y vendrán seguro a la madrugada…hoy es sábado…
Mientras, los vecinos tratan de acomodar a Don Felipe en la cama matrimonial, lo dejan vestido como estaba, levantan la cabecera con dos almohadas, y colocan un pañuelo entre el cuello y la cabeza, intentando sujetar la quijada. También bajan los párpados y tapan la panza con la camisa.
En ese instante llegaba uno de los hijos a buscar botellas de cerveza vacías para continuar la previa de la noche veraniega del sábado. Un poco tumbado por los efectos del alcohol, preguntó a su madre el porqué tanta gente adentro de la casa.
Dos policías se presentan, mientras hacen preguntas a los vecinos y amigos de cómo había sucedido todo. El hijo pasó al dormitorio y observó el cuerpo inerte de su padre.
El muchacho se tiró encima y comienza a hablarle y decirle cosas en fuerte tono… como si su padre lo escuchara…
-¡Oh Papá!... ¡Oh mi Papito!... ¡cómo te he querido!… Tantas cosas te he dicho, pero otras tantas nunca te las dije. ¡Mi gordo lindo!…Si la vida fue tan corta para vos, imagina como será para mi, al confesarte ahora lo que demoraba en decírtelo. Por culpa de la maldita droga y las cervezas, llevo ya dos muertes en mi haber Papito querido. ¡Ah mi Papá!... prepara en el cielo una casa para mí, junto a ti…Mi papito querido… Mi gordito lindo… Mi…
Los policías, se llevaron al hijo mayor de Don Felipe, y al médico también…
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