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El señor Óscar Wenzel es un hombre solitario que vive en una hermosa cabaña saliendo de una ciudad capital, es profesor de geografía en una universidad, es soltero y es octogenario, nunca se casó ni tuvo hijos, esporádicamente tuvo algunas novias y novios, pero su gran amistad está con los animales; ha tenido varios domesticados, tales como gatos y perros, sin embargo también ha adoptado otros que no son tan domésticos como serpientes, hace más de 10 años compró un perro dálmata, lo escogió entre una variedad de cachorros en una tienda que vende todo tipo de canes, se llama Coki y era el único que tenía aspecto sano entre la gran cantidad que había en un recipiente, cerca de unos 6 acomodados entre sí para darse calor en una ciudad que por excelencia es de clima frío – templado.

El caballero Óscar tiene un hermano, Wilson, quien es 12 años menor que él, tiene 1 hijo que ya le dio un nieto y éste nieto ya le dio bisnietos, 3 en total, Jairo, Jamir y Jorge; ellos van a visitar al varón Wenzel cada 3 meses y éste les cuenta historias sobre sus mascotas, esta vez está recordando cuando compró a Coki – Fue un viernes soleado, peculiarmente las personas salían con vestimentas apropiadas para la baja temperatura a pesar de que el sol se paseaba de sur a norte y de este a oeste, salí de la institución de enseñanza luego de dar una clase sobre diferentes tipos de piedras a eso de las 4:00 p.m. y me dirigí hacia el centro de la ciudad donde se consigue todo tipo de animales, paseé por cerca de 20 sectores hasta que me cansé de preguntar precios y otras cuestiones, entonces dije “en la próxima tienda a la que entre, elegiré a mi nuevo cachorro”, fue allí donde me topé con Coki y otros, después de contemplarlos en su descanso, entresaqué al que tenía mejor semblante, y hasta el día de hoy llevamos una década completa – los niños siempre prestaban total atención a todo lo que él les contaba, iban por cerca de dos horas y se iban como quien asiste a una clase. Wenzel sólo comentaba sus historias con estos pequeños, porque era muy reservado, en la institución en la que enseñaba no le daba mucha confianza a los estudiantes.

Periódicamente Wenzel lleva a Coki al veterinario y durante sus primeros diez años, ha sido un perro muy sano sin muchas enfermedades, más que todo pasajeras, vómitos aislados y a veces demasiada euforia, aunque esto no se ha de considerar como una enfermedad, puede que un psicólogo lo evalúe y le diagnostique algún trastorno por ser hiperactivo pero no pasará de ser una simple apreciación, siempre ha sido un chucho muy tranquilo pero efusivo, puesto que todo el día se encuentro solo, desde la mañana hasta la entrada de la noche, tiene que divertirse por sí mismo, jugar con algunos huesos y muñecos y cuando desea va a la cocina y come en un platón que su dueño le deja con diversos alimentos.

Coki se está aburriendo de la rutina de todos los días, su amo es un hombre al que no le gustan mucho los paseos o las salidas, algunos de sus familiares ya hasta lo han catalogado de ermitaño y sino fuera porque ejerce como maestro, ya lo habrían internado en algún sitio con la dificultad de que le causarían un gran duelo porque no había ningún lugar en el que pudiera estar teniendo su perrito, sin embargo, aquello a lo que Wenzel se había acostumbrado no era suficiente para Coki, quien ya estaba empezando a sentir los malestares de la cotidianidad y al cabo del paso del tiempo le significaría un apuro mayor.

Cada vez que Wenzel llega a su hogar es recibido en medio de aspavientos por parte de su can, sin embargo en los últimos tres meses algo ha ido cambiando en el comportamiento del animal, ya no es lo mismo de antes, gradualmente ha ido desvaneciendo su ánimo, hasta que llegó un día en el que no se levantó ni siquiera para saludarlo, se acurrucó sobre la esquina del mueble más grande de la sala y lo miraba con gran languidez, Wenzel intuía que debía cambiar algunas de sus actividades monótonas y salir así fuera al parque de vez en cuando, pues en los más de 10 años el perro no había salido ni una sola vez a una zona verde, su única distracción era el patio en el que tenía algunas pelotas pero nada más. Pasaron unos 4 meses más y Óscar no sabía qué hacer con el problema que presentaba su animal, sin embargo notó que no tenía ningún síntoma físico, no parecía ser algo anatómico.

Óscar llevó a su perro al veterinario, quien le hizo un chequeo general y no dio ningún diagnóstico de algún tipo de achaque, pero sí notó que algunos neurotransmisores no estaban funcionando como en la mayoría de los perros que se encuentran bien motivados con la vida; como la neurociencia no era un campo fuerte ni siquiera entre seres humanos, Wenzel tomó a su mascota y se la llevó para la casa. Pasaron una semana y el decaimiento de Coki era tal que ya ni se movía, únicamente para ir a comer y lo hacía a paso de tortuga, no obstante su poseedor no sabía qué hacer pues no existía tal ocupación de psicólogo para perros o algo así y además Wenzel caviló que toda su vida había sido tediosa y nunca se había enfermado así que no había razón para que su can sí lo hiciera, no continuó reflexionando sobre eso y adentro de su vivienda se puso a corregir unos exámenes de su clase.

Al cabo de 2 semanas el pequeño can murió mientras dormía, Wenzel estaba dictando su clase habitual, cuando regresó lo encontró recostado sobre el mismo sofá en el que siempre se acomodaba, se demoró 5 horas en darse cuenta que había fallecido, le parecía tan natural que no estuviera ladrando, su duelo le duró cerca de 6 meses cuando su hermano Wilson le regaló otro dálmata con características similares a Coki, lo llamaría Coki II.

Texto agregado el 02-03-2013, y leído por 1471 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-06-2015 Haces un retrato en el cual un egoísta y solitario ser humano que no encuentra nada mejor que arrastrar a su mundo a un indefenso animalito para someterlo a su encierro, es otra forma de crueldad, saludos. miguelferazu
05-03-2014 Te estoy leyendo. Un abrazo, Madera_Dorada
 
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