Escuchaba a lo lejos la discusión de mis dos compañeros. Uno, se imponía al otro por su mayor caudal de palabras, sin caer en la grosería banal. Ello, arrastró al otro a mantenerse dentro de los mismos límites. Discutían por temas laborales transversales a ambos y es muy posible que uno de ellos tuviese razón, pero eso no viene al caso, porque cuando dos hombres se enardecen, la confusión es extrema y los gritos van subiendo en intensidad hasta transformarse en una majamama infernal.
Despreocupado, porque estaba acostumbrado a esos roces, me mantenía al margen, ya que sabía que no llegarían a los golpes, considerando que se encontraban en plena jornada laboral. Intuía que el que manejaba mejor el léxico se impondría al final. El otro compañero, menos letrado, pero más impulsivo, pese a que el otro lo superaba en estatura y fortaleza, no se arredraba y pienso que todos sus argumentos, algo mondados por la casi nula capacidad para adjetivar su pensamiento, caían a pedazos ante la perorata del otro.
El resto, escuchaba, simulando estar muy preocupados de lo suyo, pero mirando de reojo la disputa.
-Paren el hueveo, que no me dejan concentrarme – exclamó con desbocada sapiencia, el que hacía las veces de jefe, cargo que le quedaba igual que si le hubiesen regalado una camisa tres tallas más grande. Ninguno le hizo caso y yo me reía para mis adentros. Sabía que todos lo consideraban un papanatas medio patero, rastrero, pero muy cobardón como para delatar a los integrantes de esta contienda. En consecuencia, nadie le hizo caso y continuaron, medio trabajando y medio observando el desenlace.
Leal, el informático, no se abstraía en lo absoluto. De origen araucano, justo, pero muy malas pulgas, parecía estar en medio de su ruca, libando alguna espirituosidad al lado del fogón. El tipo era grueso, pero no gordo, de cabeza grande y algo tableada. Jamás se inmiscuía con nadie y tenía la manía de repetir lo que uno le comentaba:
-Hace frio, ¿no?
-Hace frío.
-Menos mal que mañana ya es viernes.
-Si, menos mal que mañana es viernes.
-Hoy viene don Tancredo.
-Hoy viene don Tancredo.
Leal era la encarnación del eco que repetía las palabras, incluso imitando la inflexión de cada uno. Todo un caso este tipo.
Rodolfo, el grandote, y Víctor, el más pequeño, no cedían un ápice y ya llevaban larga media hora discutiendo. Uno atacaba, con lo mejor de su léxico y el chico, más que nada por intuición, respondía. A este paso, parecía que el desencuentro no tenía para cuando terminar.
Ya me había comentado el sanguíneo Víctor en otra ocasión, que si la sangre llegaba al río, él se premuniría de cualquier objeto contundente para defender su integridad. Ahora, tragué saliva al recordar esto, ya que si bien ambos tenían constantes disputas, no sería nada de agradable saber que habían sido despedidos por esta manifiesta incompatibilidad. Uno se acostumbra a los compañeros, se transforman en parte de la familia laboral, compartiendo gran parte del día una jornada en la que todos deben procurar remar para la misma ribera.
En dichas cavilaciones me sumía cuando apareció el pequeño Víctor, jadeante y con su rostro enrojecido. Pensé lo peor, pero el alma me volvió al cuerpo cuando me preguntó a matacaballos:
-Oye, tú que sabes más, dime que significa ser fariseo.
Me di cuenta que en esos momentos tenía en mis manos el desenlace de la pelea. Discurrí con rapidez. Si le explicaba que la palabra significaba en sus peores acepciones: Hombre hipócrita, el que afecta una piedad que no tiene, u Hombre alto, seco y de mala condición o catadura, posiblemente sería el causante de un mal mayor. Por lo tanto, sonriente, le pregunté, intuyendo la respuesta: ¿Por qué me lo preguntas?
Víctor, con su rostro casi amoratado por la intensidad de la discusión, me contestó:
-Ya, pues, ¿que significa ser fariseo?
Entonces, sintiéndome ya una eminencia eclesiástica que mediaría en una paz duradera, sonreí: Pues bien, fariseo significa un hombre corajudo, de mucha convicción y fortaleza. Ahora, ve y abraza a tu compañero.
No sé si me hizo caso, pero los gritos cesaron y de inmediato regresó la calma a la oficina. No me cabe la menor duda que Víctor se preocupó esa misma noche de consultar a otras fuentes, ya que al día siguiente, me miró con una cara de asesino…
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