¿Es posible insultar a la mente?, creo que si, considerando que sus ojos van por delante y no por detrás, las espaldas son escudos no seguros para nadie porque carecen de severidad, son flancos debiluchos y hacen del hombre ser un torreón de carne y huesos, así se replanteaba el asesino cuando enfrentó a su víctima, ¡por la espalda mejor!, con la turbia esencia del maniático cobarde que no enfrenta el susto de una mirada con preguntas, la sangre a borbotones de la boca, el terror de un cuerpo lacerado; el cobarde utiliza el asalto imprevisto para defecar su alma en una daga y sobrepasar la fuente de la vida sin atisbos de bondad, porque la locura yace en la maldad, en el sobe indigente del que mora en las sombras y alucina con piruetas de vampiro. Y reventó finalmente la vértebra dura del cuello de Lucía, con su hoja aguda simulando la muerte devastadora de un toro en su ruedo, ese estoque certero que se da sabiendo que no hay como salvarse sino caer, caer a ese piso blanco de cerámica romana que tanto le gustaba pulir a media noche. Rojo era el charco como el labial que utilizaba en sus noches de lujuria, el torso a media vuelta ubicaba el esternón con sus senos amables que él, en un deseo descomunal quería embeberlo a sabiendas que la joven lo miraba con sus ojos moribundos. Montarse encima, fornicarla hasta el desconocimiento, lograr abuenarse con su sangre y objetar el encanto de ese sueño sereno, hacerla suya, llevarla al infierno.
El piso está limpio hoy, no hay espaldas, no hay risas, no existe hembra ni asesino, era todo parte de los muros insondables de una mente delirante bajo el fino estrés de unos barrotes.
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