Malos días, ¿pasarán?
Y si no pasan,
¿los sabré afrontar con la frente levantada?
¿Les pasaré yo a ellos?
¿Sabré cuándo despertar,
qué puntos poner y en qué sitios?
¿Con qué pulso, dónde,
en qué segundo y con qué instinto?
Vida mía, muerte mía,
te llevaré a rastras por cuántas horas;
yo me veo, me veo, y soy libre,
¡de pronto me produce descontento
viajar menos que ligera!
Vida mía, muerte mía,
respiro tu mismo aire cuánto puedo,
pero llegará el día
en que el oxígeno será muy poco
para mis pulmones pequeños,
y me enfermaré.
¿Me querrás enferma, muerte mía?
¿Me querrás bella y pálida, vida mía?
¿Qué haré entonces?
¿Te querré, sabré si te quiero?
¿Me engañaré callada, me marearé,
y llenaré mi mente de pajaritos
y trocaré alertas en sellos?
¿Alarmas en candados?
Vida y muerte mía,
soy tu amante más inquieta y,
sin embargo, te he permitido sedarme.
Bésame entonces,
ya basta,
bésame y despídeme
con las lágrimas más puras,
más vertientes,
más silentes y colmadas
de los últimos misterios futuros y pasados,
hoy por ambos renunciados.
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