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Inicio / Cuenteros Locales / cieloselva / Cosas que puedo cambiar y cosas que no

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Me separé de mi esposo porque me era infiel. Esperando poder saber mis defectos, perdonar los de él y conquistarlo porque lo amaba, le pregunté a mi cuñado, Tony, el único que sabía todos sus secretos, el correo electrónico de mi marido; el que... el muy sinvergüenza me había ocultado todos estos años para sus aventuras extramatrimoniales. Tony estaba tan triste por nuestra separación, que me lo dio, y prometió no delatar mi plan.

Primero, le envié un mail muy natural como dándole a entender que ya éramos conocidos, que habíamos entablando una relación, y que pronto nos veríamos en persona. A lo cual me contestó, que no tenía idea quién era yo, que el correo se lo había mandado a la persona equivocada.
Le envié otro pidiéndole disculpas, y le di las gracias por tomarse la molestia de avisarme. Dejé pasar dos semanas. Después le escribí nuevamente saludándole y le puse que si no estaba muy ocupado, podría concederme un tiempo para conversar conmigo acerca de algo que me había sucedido; y que me dijera la hora que a él le quedara bien.
A los tres días, obtuve su contestación. Me dijo que estaba en línea, que tenía cámara y micrófono; que si yo estaba disponible, podríamos charlar con los mensajes instantáneos para mantener una plática entretenida y conocernos. Caramba, le respondí, qué pena, se me acaban de romper. Pero muy atento, no suspendió la conferencia por esa nimiedad. Le conté que estaba tan decepcionada, que por Internet la gente no era confiable, que me aparecían ¡cada cosas!, y que esa persona con la cual había comenzado una hermosa relación me había mentido en todo, que estaba muy triste y necesitaba hablar con alguien para saber si todos eran iguales. Y si lo eran, por lo menos poder entender las razones y los motivos por los cuales los hombres utilizaban este medio para perder el tiempo de esa manera.

Empezamos a escribirnos todos los días. No dejó pasar mucho tiempo para preguntarme si ya tenía mi cámara y mi micrófono. No podía decirle que no tenía dinero y menos arriesgarme a que me conociera la voz, ¡y mucho menos a que me viera! Así que varias veces apagué la computadora.

Dejé pasar una semana. Le expliqué que tuve que llevarla al técnico y aparte de lo caro que me había salido, el tiempo que me había llevado en volverla a tener me había preocupado tanto, que olvidé comprar los accesorios. No le di ni un minuto de oportunidad a que insistiera en esto, e inmediatamente lo distraje haciéndole saber que yo no tenía mucha experiencia con los hombres. Parece que esta inocencia le atraía en otras mujeres, porque en mí, siempre le molestó. Comencé a sacar algunos de esos temas para entenderlo. Así pudimos ver lo distintos que éramos. Le hice saber de qué manera me gustaba que fuera el hombre, y me enteré qué cosas le gustaban a él de las mujeres. Fuimos avanzando entre una media amistad... que se fue transformando en un medio romance, profundo y sincero. Hablamos mucho sobre su ex… es decir, yo. Me contó sus virtudes, o sea, mis virtudes, y sus errores; mis errores. Supe toda nuestra historia contada por él. Pude verme a través de sus descripciones; en qué cosas no supe hacerme entender, y… viceversa. Hasta le pregunté: “¿por qué los hombres les mienten a sus mujeres?” Fue muy honesto; me confesó que él le mintió a su ex… o sea a mí, porque no sabía cómo enfrentar con valentía sus debilidades. Además, pensaba que ella no lo perdonaría. Le dije que muchas perdonaban. Pero él a ella, nunca le admitiría sus sospechas, ni siquiera si éstas estaban bien fundadas y además pudieran corroborarse. Reconoció que era muy orgulloso. No obstante, me explicó que para el hombre, siempre y cuando no engañe a su esposa con la amiga o con la vecina, si es bien lejos, ellos no lo consideran una infidelidad; cosa que me dejó pasmada. Así que ya ven; prefirió terminar conmigo, digo, con su ex, antes de correr el riesgo de quedar re-pegado. Realmente, fue toda una terapia en cuanto a relaciones de pareja. Descubrí lo inmaduro que era, pero a pesar de todo, me amaba. Pobre mi baby... Pero, ¡qué cara rota!

Ahí fue que me animé a llamarlo para pedirle el divorcio.
Se fue triste y sin una contestación. ¡Angelito! Claro, no identifiqué si por cobardía o por viveza, me había dejado la puerta abierta de su corazón. ¡Qué pedazo de granuja!

Seguí alimentando nuestro amor computarizado. El desgraciado me engañaba conmigo misma. Ah. Y por supuesto que no insistí en el divorcio. Pasaron algunos días de completo silencio. No me escribía y no comprendía el por qué. ¿Estaría pensando en su ex, digo, en mí? Todos los días y a cada rato iba ver si tenía su mensaje. A la semana, por fin me contactó. Con temor acepté el diálogo y ahí estaba, en mi pantalla, frente a mí. ¡Qué pinta, papito! Me dijo que si su esposa hubiera sido como yo, jamás la hubiera engañado. ¡Villano! Había estado comparándome. No supe qué decirle, ni me salía preguntarle nada, sólo: ok, ok, ok. Jajajajajajaja.

Quedamos en que si a mí, él me gustaba, planearíamos una cita. No le importaba si yo era bonita o fea, de piel blanca, mestiza o negra, alta o baja, rubia o morocha; pues nunca hablamos de mi parte física. ¿Le vendría bien cualquiera de estas características? La cosa es que luego de muchos regateos, la concreté saltando de alegría. Salí corriendo de compras. Llegué a casa con una peluca, maquillaje, ropa que había investigado en las charlas que le agradaba que vistieran las mujeres, y perfumes distintos. Ensayé frente al espejo mis más seductores movimientos y modales. No se imaginan cuánto cambié. No, ni yo misma me reconocía. Y antes de vernos, ni se imaginan los mensajes sensuales que le envié. Y él a mí. Oh, Dios, pensé, ¿qué tan distinto sería como amante? Realmente, en vez de estar llorando, la estaba pasando de novela, disfrutando más que nunca. Y no me sentía culpable porque después de todo era mi marido. Aunque... dejaba mucho que desear, no me podía desenamorar, todo lo contrario. Ahora ya estaba en el baile y tenía que bailar.

Recuerdo que me temblaba todo, las piernas, los labios, el rostro entero. Pero por fin nos vimos por primera vez. Todas las barbaridades que le escribí... debía cumplirlas. No fuera a ser que por no distraerlo bien, se acordara de mí y me fuera a pedir el divorcio antes de lo esperado; debía enamorarlo y asegurármelo. Ciertamente, me hice desear mucho. Cuando noté que estaba perdido por mí, me entregué a él en un lugar inusual; ni siquiera fue en un hotel, ni sobre una cama. Pero esto no voy a contarlo; siento pudor. Lo que sí puedo decirte, es que fue fantástico. Cuántas cosas nos habíamos perdido todos estos años por no comunicarnos bien. Fue ahí que me invadió el temor inmenso de perderlo nuevamente; sentí que mi sueño pronto se desvanecería, que mi plan no era tan perfecto como lo había pensado. De su reacción cuando le dijera la verdad, no tenía ni la menor idea. ¿Y de qué forma lo hubiera podido averiguar? Cualquier pregunta que le hubiera hecho podría haber estropeado todo.
Ya llevábamos tres meses de amor y pasión como nunca antes lo había sentido; el latido de nuestros corazones se podía sentir en nuestras espaldas con sólo abrazarnos. Y qué besos; dulces, suaves y tiernos se esmeraba en darme hasta provocarme una terrible desesperación; y yo, podía ver en su mirada y en la transpiración de su cuerpo, lo que nunca había podido hacerle sentir antes.

Tony me veía hermosa y me aconsejaba que no le dijera nada, incluso que sería bueno que me divorciara, si es que las cosas marchaban bien así. “Casi” había perdido mi identidad; ya no sabía quién era, qué era, nada...
Todo era tan confuso. Pero; no podía continuar mintiéndole.
Toda una noche me la pasé meditando, sufriendo y llorando. Me miré al espejo, y decidí decirle la verdad. Tenía que terminar con mi angustia. Me preparé para la peor reacción. Ahí sí, fuimos a un hermoso y caro hotel. Después de amarnos con ese amor tan diferente a todos los demás amores de esta Tierra, fui al tocador, hice de tripas corazones, me saqué el maquillaje, la peluca, y me aparecí enfrente de él. Estaba... algo así como destrozado por mí en la cama, esperándome. Si hubieran podido ver su expresión al verme. Yo jamás lo hubiera imaginado; se levantó, me abrazó fuertemente, adorablemente, efusivamente; hasta se le cayeron algunas lágrimas. Entonces, con gran seguridad y madurez en su rostro, me dijo:

“Nena mía, mi reina, mi diosa... Ahora sé cuánto me amas, y cuánto te amo. Todo lo que fuiste capaz de hacer para salvar nuestro matrimonio. Ahora te vengo a conocer bien; después de tantos años. Serás sólo mía, jamás permitiré que te vayas de mi lado, jamás me iré del tuyo, ni voy a dejar que otro te toque.”

Con esas palabras quedé inmóvil, volví a mi inocencia y... No, me dije, no voy a volver a llorar. Entonces, me animé a preguntar, segura de que había llegado a mi meta:

“¿No volverás a engañarme ni a mentirme más? ¿Verdad cariño?”

A lo cual me contestó:

“Si te sigues maquillando así, y te sigues poniendo esta ropa, y esa, y otras pelucas… te lo juro, vida mía, cosita divina, tesoro, que jamás te engañaré.”

Fin
Autora: Cielo Vázquez

Texto agregado el 28-02-2013, y leído por 259 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-11-2013 Uffs... me cuesta calificar este escrito. Quizás porque el final -la última frase de él en concreto- me rompe el esquema. Todo el esquema... Digamos que, a mi ver, le sigue faltando un año luz de madurez al muchacho. ikalinen
06-10-2013 Me encantó tu relato, es envolvente. te quedó redondita. Te felicito. Un abrazo. gsap
28-02-2013 Le dijo que al natural no le gustabas. Pero bueno, es una historia bien contada. elpinero
28-02-2013 lindo misterio el de fafner... seroma
28-02-2013 Una historia muy bien escrita. CORAZONVERDE666
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