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Inicio / Cuenteros Locales / sespir / Chalhiuhnenetzin o los peligros del amor

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¿Qué pretende mi jaguar dorado? ¿Qué pretende mi colibrí de fuego? ¿Para qué quieres que todo el mundo sepa que no puedo vivir sin ti? Nuestro amor es nuestro amor. Sólo nos pertenece a nosotros dos. Sólo es tuyo y mío. Reflexionas poco. Como todos los hombres, reflexionas poco y eres demasiado impulsivo. No te paras a pensar, ni por un instante, en las consecuencias de tus acciones. Pero yo, que soy mujer y que tengo algunos años más que tú, te aseguro que la discreción es una gran virtud, una virtud necesaria para sobrevivir en estas turbulentas aguas en que nos movemos. Te contaré una historia que me contó mi madre y que a ella, a su vez, le contó mi abuela. Te servirá para entenderme mejor.

En tiempos de Axayacatzin, este del rey mexicano hizo juntar a las jóvenes más hermosas del reino y se las envió al rey de Tezcoco, su amigo Nezahualpiltzintli, para que éste eligiera a su futura esposa. Todas las candidatas eran sumamente bellas y graciosas, por lo que Nezahualpiltzintli se tomó su tiempo, pero finalmente se decantó por Chalhiuhnenetzin, que resultó ser nada menos que la hija de Axayacatzin. Siendo ésta todavía menor de edad, el rey se abstuvo de mantener comercio carnal con ella y la instaló, junto con los más de dos mil sirvientes que la acompañaban, en un suntuoso palacio cercano al suyo. Allí Chalhiuhnenetzin pasaría sus días solazándose con juegos y cantos, mientras llegaba el día en que pudiera casarse con su prometido. Sin embargo, la niña pronto encontró otra forma de solazarse mucho mas entretenida que aquella que le proponían. Sus sirvientes, atentos a satisfacer el menor capricho de la joven, se encargaron de concertar sus encuentros íntimos con los galanes más apuestos de Tezcoco. Al principio fueron estos quienes la adoctrinaron en todo tipo de juegos de alcoba, pero, no tardando mucho, ella se convirtió en una consumada experta en los mismos. Un buen día Chalhiuhnenetzin decidió que, para evitar caer en la monotonía, no repetiría experiencia con ninguno de sus amantes y, con este objeto, ordenó que los mataran al día siguiente haberse acostado con ellos. A pesar de todo, nuestra damita tenía buen corazón y a veces le asaltaban irreprimibles arrebatos de nostalgia recordando a sus antiguos compañeros de juegos, por lo que un día mandó que se esculpieran estatuas que se parecieran a ellos y así se hiciera más llevadera su ausencia. Entre amantes y estatuas, estatuas y amantes, la niña vivía felizmente, hasta que una tarde, sin previo aviso, se presentó en palacio el rey de Tezcoco. Ante la sorpresa que a éste le causaron las numerosas estatuas, todas muy ricamente vestidas y enjoyadas, Chalhiuhnenetzin, ágil como un coyote, le contó que las mismas habían sido erigidas en homenaje a cada uno de los dioses de su añorado México. Esta estatua de aquí, le dijo, representa a Tlacochcálcatl, esa otra a Huitznáhuatl, aquella a Izquitéctl, y así siguió durante un buen rato. El rey se tragó completamente la patraña. El gran error de Chalhiuhnenetzin vino algún tiempo después. El gran error vino en el momento en que se enamoró de uno de aquellos hombres destinados a ser pasatiempo de una sola noche. Tan cautivada quedó de la hermosura de aquel tezcocano que no sólo ordenó que se le respetara la vida, sino que incluso le obsequió con regalo muy especial: el precioso collar de malaquita que a ella le había regalado el mismísimo rey. Quiso la mala suerte que una mañana en la que el rey se encontraba paseando por las calles de Tezcoco, convenientemente disfrazado y con la intención de averiguar cuales eran los auténticos problemas que afligían a su pueblo, quiso la mala suerte, digo, que se detuviera para observar a un grupo de hombres que se encontraban jugando al totoloque, y que, al hacerlo, distinguiera perfectamente, sobre el pecho de uno de ellos, el reluciente collar que no hacía mucho había regalado a su prometida. Al rey se le comieron todos los demonios de Xibalbá al constatar que su niña no le estaba siendo fiel y, decidido a darle un escarmiento ejemplar, convocó a todas las principales familias del imperio y en un solemne acto público se llevó a cabo la ejecución del joven galán, de la joven Chalhiuhnenetzin y de sus más de dos mil sirvientes.

Con esta historia quiero que veas, cariño mío, que el amor es un sentimiento muy peligroso, y que para que su llama siga iluminando nuestras vidas es absolutamente necesario, por muy contradictorio que parezca, que dicho amor siga escondido bajo tierra. ¿Por qué no dejar que tu mujer y mi marido sigan siendo felices en su ignorancia?

Texto agregado el 26-02-2013, y leído por 200 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-02-2013 Qué mujer, por dios... Más lista que el hambre, como dice el british. Pero cada uno tiene sus técnicas y sus formas de manipular. Muy bueno. La espera mereció la pena :D Beautysname
26-02-2013 excelente relato Sespir. La historia de esta princesa mexicana me parece haberla leìdo yo antes en El corazòn de Piedra Verde de Salvador de Madariaga. Por supuesto tù le das un giro muy sagaz en la voz de la narradora. Y pensar que estos hechos son històricos y que este personaje (la princesa) existiò realmente!! como siempre nos haces soñar y evocar otras èpocas y otros mundos con tus relatos.. tigrilla
26-02-2013 Tramposa la señora, menudo cuentito le hace a su amante para que oculte eh, me imagino el susto del tipo que ya se imaginaría despachado por el marido cornudo.jajaja elbritish
 
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