“ ESPANTAPÁJAROS ”

Yo era un chico cuando creí que ése que conocí por algunos momentos cobraba vida... Fue en casa de mi abuelo, cuando por primera vez vi uno en la quinta del fondo. Es un “espantapájaros” me dijo... ¿qué espanta… ? - Me pregunté incrédulo, y desde ese momento, para sacarme las dudas, pasé casi todas mis vacaciones de invierno frente a la ventana de mi cuarto. Observándolo con la paciencia de un detective pretendía yo verlo en plena acción.
En mi mente infantil, aunque bastante sagaz creo para aquella edad, no cabía la idea de que vivaces gorriones se dejaran espantar por la sola presencia de ese lastimoso muñeco, tieso, con los brazos extendidos y desanimados como simple estaca. Diría ahora que dando una imagen más piadosa que de amenazante cuidador. Más Jesucristo enclavado en su cruz, que diablo desatado sobre la faz de la tierra. Precisamente sobre esa pequeña parcela de almácigos recién sembrados con tanto esfuerzo por aquel solitario y último familiar mío. Recuerdo que al cabo de unos días, ante mi caprichosa inquietud, trató de hacerme comprender como funcionaba “esa cosa ”. Que no era más que tres palos sosteniendo ropa vieja suya rellenada con pasto seco, más un par de guantes como manos, una cabeza de calabaza vacía y un sombrero deshilachado que en total simulaba ser un hombre. Y que las aves, por su naturaleza esquiva, temiendo la presencia humana o de algunos otros animales, simplemente no se acercaban por resguardo propio. Pero como en oídos sordos las explicaciones caen en vano, no logró convencerme y debió pedirme encarecidamente que dejara de insistir con mi exagerada imaginación, y que me entretuviera con otras cosas más concretas que andaban por ahí. . Pero fue un consejo inútil. Mis ínfulas de chico sabelotodo me llevó a insistir en lo mismo obcecadamente, a vigilarlo todos esos días, mañana y tarde... .. Más muy a pesar mío, la primera semana transcurrió infructuosamente, y mi fantasiosa apuesta a una animación esperada se fue desmoronando; No pude ver un solo pájaro sobrevolando el lugar que lo pusiera a prueba. Digamos ahora que ese inoperante espantapájaros cumplía a la perfección su tarea con sólo permanecer en el sitio sin hacer el menor aspaviento. De esta manera el misterio para mí seguía, cuando ya pronto volvería a casa con las manos vacías. Sin embargo esto no terminaría de esta forma. Sucederían cosas extrañas que nunca olvidaría. Pero de noche… … Una de esas presentí que algo estaba pasando en la quinta y me levanté de un salto. Despejé el vidrio empañado de la ventana y miré a través. Hacía mucho frío afuera pero el cielo estaba sereno y de luna llena. En ese momento vi que en la penumbra el muñeco se movía espasmódicamente, y que su pecho se hinchaba con una imposible y agitada respiración. Yo no estaba soñando, mis ojos nunca estuvieron tan abiertos, pero esa fantasmal visión me metió temblando de miedo a la cama, y con la frazada hasta la coronilla me quedé quieto esperando que un verdadero sueño me venciera al fin...
Al otro día me levanté a media mañana. Apresuradamente, dejando el desayuno frío sobre la mesa, y con la ansiedad cerrándome el estómago corrí hasta la quinta a investigar más calmado siendo ahora pleno sol. Pero alguien se me había adelantado; El gato de casa, única compañía de mi abuelo que, con la misma sospecha y cautela que yo, no dejaba de merodear al intrigante sujeto husmeándole la ropa desde el pié. “No estoy solo en esto, ya somos dos” – dije para mí porque nada diría a mi abuelo que no viera con sus propios ojos.
Después de aquel susto traté de dormir dejando la luz encendida. Aunque con esto no logré más que exacerbar mis sentidos. Mis ojos grandes no dejaban de proyectarse hacia la abertura, y mis oídos agudizados parecían sondas disparadas a través de ella al vacío de la noche. Hasta que captaron un ruido casi imperceptible y sin pensarlo esta vez, de un tirón me saqué el miedo de encima con cobija y todo, y miré... Por un momento su cabeza se sacudió como un sonajero, pero luego ya su cuerpo quedó inclinado hacia delante como queriendo dar su primer paso hacía mí... Cuando todo había comenzado casi como un juego de intrigas en vacaciones, mis noches se estaban convirtiendo en un cuento de terror latente...
Por suerte todo volvió a ser como antes apenas mi abuelo notó ese defecto, lo enderezó, apuntaló su cabeza y acomodó su ropa como debía estar, y asunto terminado... Desde mi ventana ya pude ver a un espantapájaros “normalmente”. Porque ahora así lo quería de quietito, al menos hasta regresar a casa sano y salvo...
Para mi sorpresa y alivio, mis padres vinieron a buscarme antes de lo previsto. Pero ni pregunté porqué para no abrir la boca por nada. Ellos ya sabían lo que mi abuelo les había contado; que yo estaba nervioso, que tenía pesadillas, que dormía poco y con la luz encendida. Y yo preferí guardar mi particular versión de los hechos por muchos años más...
Hasta el día en que escuchando anécdotas me enteré que aquel esotérico espantapájaros finalmente terminó derribado por el gato, y por hambre. Que fue una sorpresa mayor para mi abuelo descubrir que en ese cuerpo de paja apelmazada, pero destrozado ya, escondía ahoyados una veintena de nidos abandonados por pronta y despavorida huída. Con algunos montoncitos de plumas como pobre vestigio de los infortunados gorriones que se dejaron comer sin oportunidad. Al fin y al cabo, algo de aquellos pájaros que de mañana temprano levantaban su vuelo rumbo a recientes sembradíos vecinos, para regresar por las noches pletóricos y alborotados a su lugar de encuentro en perfecta comunidad. Realmente a un efectivo y atemorizante espantapájaros y otros animales...