La lectura de un libro, puede resultar interesante por infinidad de razones. A veces, considerar unas pocas, basta para justificar que el tiempo invertido en leerlo, ha sido provechoso o bien empleado. Sin embargo, también surgen algunas razones pueriles que no dejan de tener su interés y que complementan el juicio final que tendremos del libro. Así está pasando con "La casa de Dostoievsky", de Jorge Edwards.
Durante una llamada telefónica a mi amigo Poncho, sin más me dijo: "¿Por qué no vienes a la casa? Tenemos mucho que hablar sobre el libro de Edwards. Está muy bueno". Por supuesto, fui. Y aunque yo no había leído el libro aún, me aseguró que su lectura lo estaba motivando a escribir poemas y que dos o tres líneas que leyó, lo hicieron llorar. Tal como lo dijo, me dejó vislumbrar que no mentía y que el libro realmente lo había conmovido. Desde los quince años más o menos, Poncho y yo hemos compartido libros y lecturas, haciendo comentarios sobre ellos y las emociones que nos han provocado. Cito algunos ejemplos: "La piel" y "Kaputt", de Curzio Malaparte; "Palabras y sangre", de Papini; "El retorno de los brujos", de Pawels y Bergier. Por eso, al regresar a casa, quizá influenciado por sus comentarios, busqué de inmediato mi ejemplar de "La casa de Dostoievsky" y me puse a leerlo.
Voy ya por la página cuarenta y tantos; pero desde las primeras páginas noté la capacidad con la que Edwards maneja el lenguaje, dándome la oportunidad de conocer muchas palabras nuevas: tarjar, pucho, chingana, quiltro, cototo, quiscas, chicoco y muchas otras aplicadas con soltura y oportunidad. Y comencé a interesarme en los pormenores de las vidas de los personajes, uno de los cuales mora precisamente en una casa que llaman de Dostoievsky.
Es aquí donde la puerilidad me ha ganado. ¿Qué tan importante es que un nombre, un apellido, esté bien o mal escrito? Eso si lo está. Me refiero obviamente a la forma correcta de escribir Dostoievsky. En el libro de Edwards se maneja como lo he escrito: Dostoievsky. Para tener algo más de certeza, ya que yo no sé hablar ni escribir el ruso (aunque me gustaría) decidí consultar la red, a través de Google. Debo decir que luego de investigar un poco en diversas fuentes, no logré aclarar realmente cómo se escribe, ni me quedó tan claro el concepto del por qué existen tantas formas de escribirlo: Dostoievsky, Dostoyevski, Dostoievski, Dostoyevsky, Dostoiewski, Dostoyewski, Dostoiewsky, Dostoyewsky... Al parecer la más comúnmente usada es: Dostoievski; pero ¿quién lo sabe?...Ya entrados en gastos, tendría que mencionar el nombre: ¿Fiódor, Fedor, Fiodor, Fedór?...Observo que este idioma no es fácil; pero ello no me impide consignar mi gusto por la obra del gran autor ruso. Cuando menos: Humillados y ofendidos, Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, Demonios. Y ya no sigo, para no meterme en honduras u omisiones.
Finalmente, el libro de Jorge Edwards me está pareciendo de lo más interesante. Todavía no lloro ni me han dado ganas de escribir poemas como a mi amigo; pero seguramente no tardo en hacerlo. Mientras tanto, sigo con la lectura y cuando la termine, estoy dispuesto a atosigarlos con alguna crónica un tanto más detallada de ella. Ya les contaré el final de esta apasionante aventura por “La casa de Dostoievsky”.
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