EL TESORO
El día de la tragedia Florencio llego a su casa cuando faltaban minutos para que fueran las seis. Con paso veloz cruzaba la plaza mirando insistentemente la hora, y no se detenía a responder a quienes gentilmente lo saludaban. Llegó a su casa y rápidamente sacó del cajón oculto del closet, su cofre; el cofre que contenía el tesoro. Allí guardo el tiempo que le había sobrado aquel día en el trabajo, el tiempo que ahorro en los saludos que no dio cuando volvía a casa y un par de minutos que se le cayeron a domingo cuando dormitaba en su taller, mientras observaba con gran deleite su fortuna.
Aquel había resultado un día muy provechoso pensaba Florencio mientras se servía las onces y luego la cena, ambas cosas casi al mismo tiempo, para luego irse a dormir.
Cuando estuvo ya en pijamas, hizo un recuento de cuanto poseía, y se sintió alegre al notar que aquel mes había reunido cerca de tres horas. Luego guardando bien el tesoro se dispuso a dormir, pero como aún no oscurecía por completo, Florencio se quedó pensativo recordando un poco de su vida, lo que le hizo sentirse melancólico; hacía tiempo que no se sentía tan solo como aquella tarde.
Pensó en su trabajo. Hacía cinco años que a un costado de la plaza principal había puesto su relojería. Nadie en el pueblo sabía que a cada reloj que vendía reparaba o simplemente pasaba por sus manos, le arrancaba cinco minutos dejándoselos para él. La relojería era su vida.
También recordó a Raquel, ella había sido la única persona a quien le había contado la existencia del tesoro. Recordó además ese hermoso romance que tuvieron, y aunque lamentó que ella lo hubiese abandonado, Florencio nunca comprendió las razones que le dio aquella mujer antes de partir. Según decía él, Raquel era una egoísta, le pedía demasiado tiempo y no se fijaba en cuanto costaba obtenerlo. ¿A que semejante cabeza se le podría haber ocurrido detenerse en el camino para decir un ‘te quiero’, o quedarse horas frente al quiosco mirando los titulares y no comprar nada? Pensaba Florencio mientras se acomodaba entre sus solitarias sabanas. Sin duda alguna, Raquel era una derrochadora inhumana de tiempo, y la separación había sido lo mejor.
Pero volvió a él una pregunta que le hizo ella cuando se marchaba, y que siempre antes de dormir le rondaba la cabeza; ¿Qué haría con todo su tiempo?. La verdad, es que Florencio no lo sabía exactamente, de lo que estaba seguro era de guardarlo para un ‘momento especial’ y si este no llegaba nunca, lo guardaría para su vejez, para cuando fuera mas lento para todo... Y así llegó la oscuridad de la noche y Florencio se durmió...
Al día siguiente se despertó muy temprano, y al ir a su cofre a guardar unos minutos de amanecida, se dio cuenta de la gran tragedia. Aquella noche alguien le había robado su gran tesoro. Florencio creyó que moría. Lo buscó por todas partes, pero no hubo huella de él, la única pista que encontró fueron dos minutos y media hora botados bajo el ventanal de su dormitorio que se encontraba extrañamente abierto. Sin duda alguna aquella noche alguien había robado su fortuna.
Aquel día la relojería no abrió, Florencio buscó por todo el pueblo algún indicio de su fortuna, pero todo fue en vano; no encontró nada. Estaba desesperado, pero nunca se le pasó por la mente la idea de que Raquel lo pudiese tener. De eso estaba seguro.
Florencio olvidó su propio tiempo, desde aquel día ya nada fue como antes para él. Poco a poco dejó de ir a la relojería, ya no recogía los minutos que se le caían a la gente en la plaza, y tampoco se interesó más en robar horas a sus conocidos, es más, cuando lo intentó le fue imposible; ya todos habían formado sus familias, tenían nietos y bisnietos y no les sobraba ni una gota de tiempo.
Un día, desesperado en la soledad de su vivienda, Florencio decidió salir a dar una vuelta, no dejando nunca olvidada la esperanza de encontrar su tesoro. Era la hora de la siesta, y el centro estaba desierto, solo un par de borrachos dormitaban en una banca a la sombra, pero no anduvo mucho cuando decidió volver a su casa. Se dio cuenta que había perdido media vida ahorrando tiempo, y junto con ello el cariño de muchas personas, y de la mitad de la vida que le quedaba, había ocupado la cuarta parte en buscar su tesoro, y no había conseguido nada. Nunca había tenido un ‘momento especial’ y la vejez se acercaba cada vez con más rapidez. Estaba completamente solo, y sabía que por su egoísmo ya ni tiempo tenía para reparar el daño.
Cuando pasaba por la morada vecina, Florencio se detuvo al oír un llanto de voz pequeña. Se acercó y al mirar por la ventana vio a una muchachita de no más de seis años que sollozaba en silencio, la cual dormitaba muy enferma en su cama. Florencio se conmovió. Continuó mirando, y de pronto vio algo que le quitó el habla y le paralizó el corazón. Sobre las piernas, la pequeña tenía su cofre, y con su manita sacaba trocitos de tiempo y los acercaba hasta el corazón de su madre mientras le susurraba en voz bajita ‘espera mamá, el doctor ya llegará, y te vas a mejorar’. Florencio, en un acto impulsivo, intentó entrar y arrebatarle a la niña el cofre con lo que quedaba del tesoro, pero cuando se disponía a hacerlo, una mano suave pero firme lo sujetó del hombro.
Al voltearse para saber de quien se trataba, vio parada frente a él a Raquel, quien con la mirada serena y esa paz que la caracterizaba le preguntó
- ¿De veras necesitas tú de ese tesoro?
Florencio bajó los pies del ventanal y deshizo el ademán que lo preparaba para entrar a la casa. Raquel una vez más tenía razón. Florencio comprendió que aquel tiempo ya no le pertenecía, que el tesoro nunca fue realmente suyo, y que a demás de todo ya no lo necesitaba. Cabizbajo y escondiendo la mirada avergonzada de aquella mujer, caminó en silencio hacia su casa. Pero antes de entrar escuchó la voz de Raquel que nuevamente se hacía presente
- ¿Tienes algo que hacer?
Florencio negó con la cabeza.
- Hace unos días pintaron los bancos de la plaza y... pensaba que me podrías acompañar a dar una vuelta por esos lados... para ver que tal quedó...
Florencio sonrió y caminó junto a Raquel. Aquella tarde por primera vez Florencio se sentó en plaza que radiantemente iluminaba el sol. Luego, camino a la casa de Raquel, leyó todos los titulares de los diarios y revistas que el quiosco ofrecía... y no compró ninguno.
Cuando volvió a su casa de aquel hermoso paseo, se acostó muy tarde, tenía una esperanza rondándole dentro. Pensó muchas cosas, pero como siempre, antes de dormirse recordó la pregunta de Raquel; ¿Qué haría con todo su tiempo?... Va’, eso era lo de menos... al día siguiente lo pensaría.
Lorena Díaz M.
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