Desastrosa noche se acumulaba en su interior.
La solitaria sábana apenas arrugada, no adquiría nunca el aspecto protector de un nido revuelto.
Intentó hablar de amor, pero se le rieron en la cara. A cambio de tanta desolación, ella instaló un extraño y al final, inmanejable virus en sus almas.
Uno a uno, ellos se reunieron a la vera de la ruta que conducía hasta su casa, sin conocerse entre sí. Ella sólo quiso reunirlos para decirles que los amaba, pero la dolencia se situó en sus carnes, entre sus nervios y articulaciones, los fue endureciendo, atrofiando y amontonando. Llena de pavor ella observó el espeluznante espectáculo, cuando los cinco fueron convirtiéndose en altas rocas, formando en su conjunto una sierra.
Atrapados en esas moles estáticas, ellos juntaron sus voluntades para escapar de dicha cárcel. Toda su ira contenida se movió entonces de sus mentes para alcanzarla. Ella se vio atravesada por una enorme cantidad de energía parecida a un huracán. Un sueño profundo la sepultó en lo profundo de una gran negrura. Al despertar no pudo saber si estaba viva o muerta, carecía de cuerpo, podía moverse, ir y venir, mas no le era posible verse ni hablar, sólo podía silbar, soplar alrededor de los cinco, acariciándolos.
Son hoy los cinco cerros, que ella besa convertida en viento, junto a la ruta que lleva al mar. Sus perfiles se recortan en el cielo, apresados con ella en un infinito tiempo.
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