Cap. 16 Nueva Vida…
Phillipe acompañó a su hija hasta Dover, desde tomaría el barco que la llevaría a Francia. Se detuvieron poco allí pero Sophie tuvo oportunidad de admirar los acantilados blancos de Dover, aquella fascinante estructura de 106 metros de altura, con su llamativa fachada blanca debido a la concentración de carbonato de calcio, y sus vetas de pedernal negro, causó mucha impresión a Sophie. Después de una rápida comida, Phillipe se despidió de su hija. Por un lado lamentaba mucho dejarla ir, y por el otro se sentía feliz de que su hija tuviese oportunidad de volver a su tierra natal, algo que él no podría hacer nunca más.
- Maurice y Marie son buenas personas Sophie -- le dijo -- De no ser así, jamás te pondría en sus manos. De modo que espero disfrutes de tu estancia con ellos.
- Lo intentaré padre -- y el dio un fuerte abrazo
Después de darle un beso en la frente a su hija, se volvió hacia un representante de Sir Raleigh, que sería el encargado de acompañar a Sophie en el corto viaje.
- No tengo ningún motivo para desconfiar de usted Colbert -- le dijo -- Pero sabe que es usted directamente responsable se la seguridad de mi hija. De modo que responderá con su vida por ella.
- Descuide mi Lord, soy perfectamente consciente de la importancia de mi trabajo -- dijo el hombre
Sophie abordó el barco en compañía de aquel sujeto, y caminó por la cubierta hasta situarse en un punto desde donde podía ver a su padre, y allí se quedó durante casi todo el viaje. Después que juzgó que ya su padre no podía verla, dejó salir las lágrimas que había estado conteniendo. Si bien la emocionaba el viaje que acababa de emprender, le dolía mucho tener que separarse de Phillipe, pero mantuvo sus emociones bajo un férreo control hasta que estuvo lejos de él.
El señor Colbert pensó equivocadamente, que aquella jovencita podía estar asustada, pero no podía estar más lejos de la realidad. Le preguntó si deseaba entrar y sentarse un rato, pero ella negó con la cabeza, de modo que tuvo que quedarse de pie a su lado.
La distancia que separa el puerto de Dover, del puerto francés de Calais, no es mucha. El Canal de La Mancha es el punto más estrecho entre Inglaterra y Europa continental, son aproximadamente 30 millas náuticas. En los días despejados, pueden verse desde la costa francesa los acantilados de Dover.
Cuando desembarcaron, Sophie se encontró con la enorme sorpresa de que su tío Maurice no había enviado a nadie por ella, sino que había ido él mismo a recibirla. Maurice Saint-Claire guardaba un extraordinario parecido con su hermano menor, mucho más que Louis. De modo que de entrada, esto agradó mucho a Sophie, porque aunque sabía que aquel hombre no era su padre, la familiaridad del aspecto la hizo sentirse más cercana a él.
- Bienvenida a tu país Sophie -- la saludó él
Ella hizo la reverencia correspondiente, pero él la sorprendió sujetándola y estampándole un sonoro beso en cada mejilla y abrazándola con fuerza, ante la mirada de reprobación del señor Colbert, que se caracterizaba por ser un inglés tan flemático como la mayoría de sus compatriotas. Y Sophie pronto descubriría que los franceses eran mucho más efusivos y expresivos que los ingleses.
Durante los aproximadamente 290 kilómetros que separan Calais de París, Maurice habló animadamente con su sobrina, que en un cortísimo lapso de tiempo, se encontró compartiendo con la misma animación que su tío la interesante charla.
A pesar de que 300 kilómetros pudiesen parecernos hoy una distancia insignificante, gracias a los diferentes medios transporte que poseemos, y a las excelentes vías de comunicación, en ese entonces representaban una distancia considerable. De modo que se vieron obligados a hacer una parada para comer, dormir y descansar con cierta comodidad.
La posada donde se detuvieron, un lugar dedicado a albergar viajeros distinguidos, era de dimensiones no muy amplias, pero bastante cómodo y la comida aceptable. Maurice se aseguró que la habitación que habían dado a su sobrina contase con las comodidades mínimas para su corta estancia, y después de despedirse se retiró a descansar él también.
A la mañana siguiente, después de un ligero desayuno y en cuanto les avisaron que ya habían efectuado el cambio de posta, y el carruaje estaba a punto, continuaron con su viaje. Sophie sintió mucha emoción cuando estaban a punto de entrar a París, y prestó la máxima atención mientras Maurice le señalaba lugares de interés.
Cuando llegaron a la propiedad de los Saint-Claire, ubicada a las afueras de la ciudad, Sophie contuvo la respiración, porque era una hermosa construcción, con un amplio y bien cuidado jardín. Fue recibida con la misma efusividad que le había demostrado su tío, por parte de Marie, la esposa de éste, y después de señalarle sus nuevos aposentos, la dejaron para que pudiese descansar.
Sin embargo, Sophie no estaba en lo absoluto cansada, de modo que luego de asearse y cambiar de ropa, salió a recorrer la vivienda. En toda ella se respiraba el aire de lo antiguo, en la madera, en la cristalería, y en las pinturas que años más tarde se convertirían en codiciadas obras de arte. En un salón se encontró con un tapiz enorme, que recreaba distintas épocas de la historia de su familia, con lo que a Sophie le quedó claro todo cuanto le había dicho su padre acerca de la antigüedad y la importancia de los Saint-Claire.
Cuando Sophie salía del salón de música se tropezó con Maurice, y por un momento al ver la sorpresa en sus ojos, pensó que tal vez hacía algo indebido.
- Lo siento, no pensé que estuviese mal querer ver la casa -- se disculpó
- Y por supuesto que no lo está, pero pensé que estarías descansando -- le dijo él -- y si deseabas hacer este recorrido, me habría gustado acompañarte.
- No es mi intención causar más molestias de las necesarias.
- No eres una molestia en ningún sentido Sophie -- aclaró Maurice -- Y esta casa está llena de historia que tal vez habrías agradecido escuchar -- agregó sonriendo
Ya Maurice había llegado a la conclusión de que su sobrina era una muy buena oyente, y estaba seguro que Phillipe había hecho un excelente trabajo en aquel sentido, porque la niña exhibía unos conocimientos que no se habría esperado.
Al día siguiente de su llegada, conoció a su prima Madeleine y a su esposo Jacques, ambos igualmente encantadores. Madeleine tenía aproximadamente la misma edad que habría tenido su hermana Anne-Marie, y al pensar en ello una sombra de tristeza pasó por sus ojos, y fue advertida por Madeleine, que para sorpresa de Sophie parecía saber exactamente lo que estaba pensando.
- No estés triste Sophie -- le dijo cuando nadie parecía prestarles atención -- todo sucede por algún motivo, aunque no siempre lo entendamos.
Aunque en otras personas, aquel comentario hubiese podido sonar vacío, ciertamente en Madeleine no, porque como Sophie sabía bien, si había alguien que había sido cruelmente golpeada por esas cosas que suceden, era ella. Su prima llevaba ocho años de matrimonio, y cinco embarazos que no había logrado llegar a buen término, y como se enteraría más tarde, los médicos habían recomendado dejar de intentarlo, ya que en las dos últimas oportunidades su vida se había visto en serio peligro.
Cuando Sophie se había enterado de aquello, y perfectamente consciente de lo que todos los caballeros esperaban de sus esposas, sintió temor por el matrimonio de su prima, pero resultó que Jacques se contaba dentro del reducido grupo de individuos que amaba realmente a su esposa, y lo traía sin cuidado el tener o no descendencia, y para su buena fortuna, tampoco tenía la presión de la necesidad de un heredero, ya que era el menor de sus hermanos y los títulos de su padre habían sido heredados por su hermano mayor.
A los dos días de su llegada, comenzó una actividad frenética en la casa de los Saint-Claire con motivo de la próxima presentación de Sophie. Marie y Madeleine, comenzaron con los preparativos que incluían desde las pruebas de vestuario, hasta ensayos para el baile. Ambas mujeres exhibían una vitalidad y emoción, que si bien llegaron a contagiar a Sophie, no fue lo suficiente como para que no le fastidiase tanto alboroto. Algo que causaba la hilaridad de Maurice, quien veía todo aquello con mirada condescendiente y no se involucraba en el asunto. Se suponía que su papel en todo aquel circo, se reducía a acompañar a su sobrina en el momento de su introducción y en su presentación ante sus majestades, pero nada más, porque dado que Phillipe había sido muy claro en el asunto de un posible enlace matrimonial, no le correspondía preocuparse por aquello como habría sido el caso si no.
- Estoy exhausta -- dijo Sophie
La chica había dicho aquello, tirándose sin ceremonias al lado de su tío que leía en el sofá de la Biblioteca, después de una particular y agitada tarde de pruebas de vestuario.
- Al parecer no disfrutas como es debido de todo esto -- dijo él ahogando la risa
- No es que no esté agradecida -- dijo ella apresuradamente
- Lo sé -- la detuvo Maurice antes de que empezara a disculparse innecesariamente
- Es que me parece demasiado… -- pero era la primera vez desde que Maurice la conocía, que parecía no encontrar una palabra adecuada
- ¿Engorroso? -- aportó él
- Exacto
- Pues si me guardas el secreto -- dijo con picardía y una mirada cómplice -- yo opino igual que tú, pero las chicas suelen disfrutar de ello.
- Pues me habría gustado ser hombre, así me habría librado de todo esto -- y Maurice rió con ganas
Los días se sucedían con rapidez, y Sophie había disfrutado mucho de la compañía de su familia, porque no se habían limitado a hacerla sentir cómoda, sino que la habían hecho sentir, como en efecto era, parte de una familia. Lo único que lamentaba era que Phillipe no estuviese allí, pero le escribía cada dos o tres días, y él contestaba diligentemente a todas sus cartas.
Llegó el tan esperado día y Sophie comenzó a sentirse nerviosa. Madeleine había llegado muy temprano y todo el proceso dio inicio con exagerada antelación. A la hora pautada, Sophie descendía por las escaleras y Maurice emitió una exclamación. Su sobrina lucía hermosísima, y por mucho que él se hubiese quejado aquel día, en el sentido de que le parecía salvaje que la tuviesen todo el día preparándola para el evento nocturno, si los resultados eran los que estaba viendo, entonces había valido la pena.
Maurice era perfectamente consciente de la belleza de Sophie, pero ahora, trajeada con el hermoso vestido blanco, finamente bordado con delicada pedrería, el cabello recogido en un alto moño que permitía apreciar en todo su esplendor las finas facciones Saint-Claire, y la tiara distintiva que solo podían llevar las hijas del Archiduque, el efecto era arrollador. Y aunque se sentía muy orgulloso de tener el honor de presentarla, lamentaba sinceramente que su hermano no pudiese ver a su hija en aquel momento.
- ¿Lista? -- preguntó al extender su mano para tomar la enguantada de ella
- No, pero supongo que no hay más remedio ¿no? -- y él le sonrió
Como era de suponer, Sophie tuvo un éxito resonante en su presentación, no solo por mérito propio, sino por el peso del apellido y la historia de su familia, algo que si bien Sophie había aprendido a valorar gracias a la dedicación de su padre, a partir de aquel día adquirió un valor enorme ante sus ojos, porque le proporcionó lo que más deseaba.
Sophie permanecía de pie asida con fuerza tal vez innecesaria, al brazo de Maurice, cuando escuchó su presentación.
- La señorita Sophie Saint-Claire. Hija de Phillipe Saint-Claire, Archiduque de Lothringen y Conde de Cleves
Todas las cabezas se volvieron de forma casi violenta, y en opinión de Sophie muy indiscreta cuando Maurice y ella hicieron su entrada al Salón y caminaron hacia Enrique IV de Francia y su esposa María de Médici. Una vez llegados frente al trono, Maurice dobló una rodilla e inclinó la cabeza.
- Majestad -- saludó
Mientras Sophie hacía una graciosa reverencia, tal y como había estado practicando hasta el cansancio.
Después de una detenida pero no muy larga observación, el monarca esbozó una sonrisa.
- Hágale saber al Archiduque, que su patria lo echa de menos, y que a su soberano lo complacería mucho que estuviese presente en el próximo Baile de Máscaras.
Como no se esperaba que en ningún caso el Rey se dirigiera a ella, no tenía ni la más mínima idea de que decir, pero para su tranquilidad, Maurice fue quien lo hizo.
- Gracias Majestad
Luego de lo cual recibieron el permiso para retirarse, y Sophie tenía verdadera prisa por hacerlo, ya que necesitaba preguntar con urgencia si lo que había dicho el monarca, se correspondía con lo que ella había entendido.
- ¿Eso significa que… -- comenzó en cuanto estuvieron lejos de oídos indiscretos
- ¡Sí Sophie! -- dijo Maurice quien tenía verdaderos deseos ponerse a saltar -- ¡Phillipe puede regresar a Francia!
- Pero… pero papá dijo que siendo que a quien había dado su palabra, no podía…
- Sophie, esto corresponde a un mandato real, y nadie se pone a discutir los deseos de una cabeza coronada, y ciertamente Phillipe sigue siendo francés y por tanto un súbdito del rey de Francia a quien le debe obediencia, de modo que difícilmente podría negarse a cumplir una orden real.
Una vez aclarado esto, Sophie se permitió alegrarse y esbozó una espléndida sonrisa, su mayor deseo y estaba segura que el de su padre también, estaba a punto de cumplirse.
Maurice la acompañó en su primer baile, y luego los jóvenes caballeros de la corte literalmente hicieron fila para solicitar su compañía en los sucesivos bailes de la noche.
Al día siguiente los diarios reseñaron la presentación de Sophie Saint-Claire, como una de las más exitosas de la temporada, y la trataron con muy elogiosas palabras. Así como corrieron ríos de tinta que reseñaban la orden del Rey, en relación al fin del exilio del Archiduque de Lothringen y Conde de Cleves. Antes del mediodía, el escritorio de Maurice, que había corrido a escribirle a su hermano, estaba lleno de sobres con docenas de invitaciones.
Maurice había entregado la misiva para su hermano a un mensajero, con la orden de no detenerse hasta llegar al Chateau de Cleves, la propiedad de Phillipe en Inglaterra, sino con el único fin de comer y cambiar la montura, y que sin importar cuántos caballos tuviese que reventar en el proceso, lo hiciera tan aprisa como fuese posible.
De modo que tres días después y a punto de desfallecer, un sudoroso mensajero pedía ver al Archiduque, y éste al recibir la noticia de que se trataba de un mensajero francés, bajó a toda prisa, ya que siempre esperaba con ansias las cartas de su hija, pero al ver al hombre y las condiciones en las que venía, sintió pánico. El individuo se había disculpado en apresurado francés por molestarlo, pero le dijo que había recibido órdenes de su amo, de entregar la carta en sus propias manos, aclaración que solo hizo que la angustia de Phillipe aumentara de forma alarmante.
Sin embargo, cuando leyó el contenido de la misma, en un inicio no supo cómo reaccionar, pero lo primero que hizo fue ordenar al mayordomo que atendieran al mensajero, le dieran de comer y un lugar dónde descansar, después de lo cual se fue al estudio y releyó con más calma. Maurice encabezaba la carta con la frase: "El Rey ordena tu inmediato regreso a Francia". Después de lo cual, hacía un apresurado relato de la presentación de Sophie, y el éxito alcanzado en la misma.
Phillipe se alegró mucho con lo último, pero con relación a lo primero, aún estaba en shock. Phillipe amaba su patria, y le había dolido de forma inmisericorde el tener que abandonarla, pero ya se había hecho a la idea de que no volvería a verla. De modo que la repentina noticia de que podía regresar y por orden real, era algo que ciertamente no se esperaba. De manera que le tomó algún tiempo asimilar aquello y una vez que lo hizo, las lágrimas rodaron por sus mejillas.
Sophie estaba exultante, y no precisamente por su éxito en los salones parisinos, sino porque su padre no tardaría en llegar. Una vez que Maurice le había enviado la notificación, y pasados un par de días, Sophie comenzó a vigilar el correo a la espera de tener noticias de Phillipe, pero estás tardaron cinco días en llegar. El mensajero de Maurice, les había dicho que Phillipe se había negado a dejarlo partir sin el adecuado descanso, y le dijo que no había ninguna necesidad de que hiciese el regreso dejando un rastro de caballos muertos por el camino. Aquello último no extrañó ni a Sophie ni a Maurice, que conocían perfectamente a Phillipe, y sabían que una de sus pasiones eran los caballos. En la carta les decía que demoraría al menos dos semanas en llegar, porque debía dejar arreglados algunos asuntos relativos a la administración de sus bienes en suelo inglés, por lo que ellos se dispusieron a esperar con paciencia.
Entre tanto, Sophie siguió asistiendo a las reuniones y Maurice comenzó a recibir peticiones de matrimonio extraordinariamente rápido, que fiel a la palabra empeñada a su hermano, declinó de la forma más elegante que le fue posible, por supuesto después de habérselo participado a Sophie como le había indicado Phillipe, y en la mayoría de los casos, su sobrina no tenía ni la más peregrina idea de quiénes eran los que lo solicitaban.
Pero como de costumbre todo no podía ser miel sobre hojuelas, y cuando faltaban pocos días para la llegada de Phillipe, tendría lugar un muy desagradable suceso.
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