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Gonzalo y Rocío cumplirían dieciocho años de matrimonio, cuatro hijos adolescentes que potenciaban entre ellos las dificultades propias de la edad, la que lidiaba con sus desencuentros, era la madre, el padre, empresario, muy bien parecido, siempre ausente, cumplía con creces su rol de proveedor.

Rocío, disimulaba su hastío rutinario, después de todo era su labor, asear, cocinar, lavar, planchar, el ortodoncista de los hijos, el ortopédico, el colegio y sus reuniones de apoderados, las citaciones de la psicóloga, estaba convencida de que a los hijos después del nacimiento, había que configurarlos, ningún capítulo del libro del Doctor Spock entregaba un manual de instrucciones para evitar los dientes chuecos, los pies planos o las rodillas juntas, había que re hacerlos y eso significaba muchas horas de dedicación.

A los quince años sus dos hijas mayores, mellizas, la declararon su enemiga, la crítica era permanente: _ mamá pareces una nana así como te vistes _ un par de años más tarde, la psicóloga del colegio les diría: _ no se imaginan la cantidad de jóvenes que atiendo en mi consulta que desearían tener una mamá nana _ ¿cómo no parecerlo?, el cabello tomado con un elástico, una bata cualquiera y sus eternas ojotas tipo hawaianas, eran su atuendo diario, el que le permitía moverse con agilidad en su actividad doméstica, _ cuando yo me case, decía una de las chiquillas, cocinaré y haré el aseo con blusa de seda y tacos altos, peinada, no soportaría que mis hijos me vieran en esas fachas tuyas, menos abrir la puerta si alguien toca el timbre _ la melliza la apoyaba _ si mamá, no pareces la esposa de mi papá, tan elegante y buenmozo y ¿ para qué hablar de tus anticuados pijamas de molettton ? _

Por más que lo pensaba, Rocío no imaginaba cómo darles en el gusto, a menos que tuviera los poderes de La Hechizada, de la serial de la TV, cuántas veces debía levantarse en la noche a atender a sus hijos, sus pijamas le permitían hacerlo en forma instantánea, impensable ponerse tacones altos para lavar toda la ropa y las veintisiete camisas semanales, entre las blusas del uniforme escolar de los hijos y las elegantes camisas de sus esposo, con su previo tratamiento de cuellos y puños antes de la lavadora, tampoco se veía picando cebolla, lavando platos, revolviendo una olla con una fina blusa de seda. Rocío pensaba: _ Dios me permitirá ver a mis hijas casadas realizando el milagro de la mujer perfecta _

En ese diario devenir, con los consecuentes dolores de cintura y su cansancio físico y anímico crónico, llegó el día en que Gonzalo y Rocío cumplieron dieciocho años de matrimonio, en un momento de celestial inspiración, Gonzalo invitó a su esposa a pasar una semana en Buenos Aires para celebrar su mayoría de edad matrimonial.

Con la ayuda de su madre, al cuidado de la casa y los niños, Rocío se internó por un día en uno de los mall más exclusivos de la capital, su primera adquisición, un neglillée negro, largo, transparente, con encaje y cintas de raso, muy sexy, una adquisición que no fue aprobada por las hijas: _ ¿ cómo crees que te vas a poner esa cosa delante de mi papá ? _ luego lo demás, zapatos, carteras, faldas, blusas, vestidos, maquillaje y en el remate final, el salón de belleza.

Ya en Buenos Aires, salieron a recorrer las calles céntricas, Rocío estaba impresionada, nunca había salido de su país, los argentinos le parecían creados por la mano de Miguel Angel, jóvenes y ancianos y no tan ancianos eran cordiales y seductores, hacía tanto tiempo que no se sentía atractiva, mucho menos sensual, no prestaba atención a la conversación de su esposo, su reconocida prestancia no igualaba la de cada hombre que pasaba por su lado, asombrada por cada argentino que cruzaba su mirada con la de ella.

A su regreso al hotel, muy cansados, Gonzalo se tendió en la cama, conectó el televisor y como era su habitual costumbre, un partido de football lo hipnotizó, algo así como quedar en trance, Rocío le anunció _ me daré una ducha _ no hubo respuesta, no supo si no la había escuchado o su silencio fue la respuesta.

La ducha la repuso del cansancio de paseo y vitrinas, se quitó el maquillaje, solo un suave toque de lápiz labial y máscara para las pestañas, se escobilló el cabello desbarató el arquitectónico peinado del peluquero, vistió su sensual negligée, un toque de perfume francés, una profunda inspiración y exhalación ( algo recordaba de sus antiguas clases de yoga ) parada en el umbral de la puerta de la habitación, un brazo arriba apoyado en el marco, la mirada encendida, los pies en postura de modelaje, estática, enigmática.

Intuitivamente Gonzalo se da vuelta y ve a su cenicienta convertida en una diosa, da un espontáneo brinco, uno de sus zapatos, salió como un proyectil por la ventana abierta, cayó sobre un tejado cuatro pisos más abajo que el de la habitación, no le interesó pensar en ese momento qué explicación le daría al personal de servicio, ni siquiera había gatos merodeando, se acercó a su mujer, cojeando sin su zapato, la abrazó con toda la pasión contenida por tantos años de rutina y falta de privacidad, Rocío que nunca había disfrutado del íntimo placer, inexperta el primer año y luego bebés y obligaciones sintió cómo las caricias y los besos de su esposo la invadían de un fuego desconocido, de un deseo más allá de su voluntad, obviaba el pensamiento de que más de alguna ayudadita habría recibido de alguna mujer extraña y de buena voluntad, en esos tediosos años en que el cansancio la doblegaba. Una actuación histriónica de un climax en muy pocos minutos, terminaba con su tarea marital y podía dormir. Esa noche en Buenos Aires, fue la primera vez que sintió su plenitud como mujer.

En el vuelo de regreso sobre una soleada y maravillosa Cordillera de los Andes, nevada, Gonzalo le pregunta a su esposa - ¿en qué piensas, amor, tan ensimismada? -, - pienso que quiero vivir todos los años que me quedan por vivir, a tu lado, amándonos como lo hemos hecho, contrataremos una nana y un transporte escolar para los hijos, retomaré mi abandonada profesión, venderemos la casa, los niños ya no necesitan jardín para jugar, compraremos un departamento y yo seré tu mujer, la que hasta ahora nunca tuviste _

Gonzalo emocionado la besó con ternura: _ Si mi amor, tienes la razón, a veces tenemos la felicidad tan cerca que nos impide verla _

Texto agregado el 23-02-2013, y leído por 411 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
28-02-2013 He quedado en trance... Qué maravilloso es salir de la rutina que creemos nos debe pertenecer. Cuando venimos de familias que han vivido a imagen y semejanza de sus antepasados y nos transmiten esa forma de actuar. Me gustó mucho,demasiado amiga mía,porque entiendo muy bien todo aquéllo. Como tú******* Besos Victoria 6236013
27-02-2013 hermoso y tierno relato, ni la monotonía ni el cansancio de lo ritual doblegaron las ganas de vivir de Rosio, no importa cuanto tiempo pasemos escondidos detrás de nuestra propia sombra, siempre se renace y el amor y la vida siguen estando en el lugar que en el abandono de nuestros deseos quisimos sepultar, un bravooo por rodio - en donde esta, quiero aprender a vivir, gracias por tu bello cuento lleno de matises rolandofa
26-02-2013 Qué hermoso relato, envolvente, tierno, con una narrativa impecable... concuerdo plenamente con que, en ocasiones, las parejas se duermen en la rutina. Me encantó!! Te abrazo con cariño!! gsap
25-02-2013 Tierno, simpático, sensual... Muy bueno. cuenton
23-02-2013 Emocionante, ojalá todas las parejas pudieran reaccionar a tiempo, hermoso texto Carmen-Valdes
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