Como cada noche que me duermo, pensado que pararía si me hubiese arriesgado más allá del limite de lo que puede arriesgarse un hombre común y corriente. Como un reventón de ruedas en la carretera y consecutiva perdida de control del vehículo y muerte inminente del tripulante. Se acaba de un golpe todo lo que alguna vez construí desde el comienzo macabro de mis días de ser humano indolente.
Al despertar de mis días, cada despertar, estoy tan acompañado, tan familiarizado conmigo y lo que me rodea, mis amigos y sus costumbres, desdichas y parloteos de borrachos consientes que inundan mis pensamientos y me dejan atónito toda la noche, hasta el nuevo despertar de mis nuevos días.
Acaso no pasa que después de un encuentro fortuito con personas reconocidas por nuestro subconsciente, no te quedas pensando que sería de tu vida si no las hubieras conocido. Es el caso de las parejas que van pasando por nuestra vida y por la vida de los demás, mientras más te dejan, más te entregan, más te duelen cuando se van y más desdicha siente el corazón, porque siente que esa persona pudo haber acercado aun más, el cielo a tus ojos, encandilando la retina y pulverizado el alma poco a poco hasta hacerte enamorar locamente de ella. Mientras más duele más amas, mientras más difícil, más gusta.
Algunos roncan en laureles, otros sobre explotan pocos atributos robados de las entrañas de la medula espinal de la pequeña mente rebuscada y descabellada, se despejan ideas locas de muerte, amor, lujuria y desprecio. Cada paso que doy es un paso dado por miles y gateo para principiantes de la vida como yo. Son sinfonías de cuna para mi dormir, pero tambores para la llegada de mi despertar. Será tan estridente como el grito de una mujer dando a luz una criatura indefensa al mundo sublime que le da la bien venida.
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