He vuelto a ver a mi amigo y de nuevo he sentido esa mezcla de pena y conmiseración, sazonado todo con el sincero respeto que asola a todos los humanos ante la cercanía certera de la muerte. Lo he mirado a sus ojos, dos centellas apagadas en medio de un colgajo de piel, su boca temblorosa tratando de hilar algunas pocas palabras en medio de sus jadeos y quejidos. Si él estuviese en un campo despoblado, ya habrían aparecido las aves de rapiña, que como ciertos familiares, aguardan el último latido para abalanzarse sobre los despojos y comenzar la consecuente opereta de la hipocresía.
Bajo su pijama, que le cuelga penosamente sobre sus huesudos hombros, intuyo el lento palpitar de su corazón. Lo contemplo con detenimiento y me figuro que esa alma medular que aún transita entre esa ruina humana, debe estar haciendo verdaderas proezas para no salir expelida. Su hambre de vida es el único pegamento que la contiene, siendo un hilillo tan mísero, tan persistente y tan sin sentido.
Sé que la muerte, aquella entidad simbólica que asuela las existencias de todos y cada uno, se ha tornado una anciana hosca, despiadada, pero sobretodo, se ha extraviado de sobremanera, irrumpiendo en cualquier lugar, segando sin discriminación, vidas marchitas y florecientes, ha perdido el norte y hoy, son más los viejos que pululan por las calles y muchos menos los jóvenes, acribillados en peleas de matonaje, enfermedades repentinas, accidentes y suicidios. Debiera solicitársele a la parca que se retire para siempre, pero ella, con sus armas al hombro, insiste en segar toda existencia.
El amigo aquel, parece que presiente su fin. Abre sus apagados ojos y contempla en rededor, un crucifijo cuelga de la pared, su velador está atiborrado de medicinas que le procura su esposa, una mujer casi tan gris como el enfermo.
Nadie lo visita, porque ya muchos piensan que ha fallecido hace mucho tiempo y él no está disponible para desmentirlos. Después de todo, para los desesperanzados, estar en la antesala del más allá, es casi lo mismo que ya ser parte de él. Lo contemplo y me repelo de haber entablado amistad con él. Me molesta más el dolor que estoy sintiendo en mi pecho, un atisbo de compasión, que se yo, que ya no me lo quitaré con nada. Nadie es profesional para esto.
La mujer, ha recurrido a solicitar caridad a diversas entidades, pero se ve tan oscura, sin razón alguna, que hasta los más misericordiosos le niegan la ayuda. Hay personas que nacen con ese sino: de no importarles a nadie.
Amigo, creo que la hora está próxima. Tu cuerpo se encorva, tus brazos sarmentosos intentan aferrarse a algo, así es la muerte, así, de primera agua, repulsiva, descarnada. De un manotazo del agónico, han caído botellas, vaso, cajas de remedios, panaceas ineficientes para taponar lo que ni siquiera tiene forado.
Amigo, ya es el momento. Siento como tu alma rasga el tejido y se escapa como un manto vaporoso. Tu cuerpo ha quedado exánime, a la vera de la vida, los relojes marcaron tu hora y continúan indiferentes su camino sin fin.
Ahora, mi amigo y yo, caminamos por un trecho oscuro, no diré más, ya que eso es arcano. Sólo diré que este hombre se lo he escamoteado a la muerte legendaria, la que ya anda dando palos de ciego y, en subrogancia, asumo la tarea de transportar a los que estimo hasta los abismos que sólo yo conozco…
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