Una tarde soleada de Febrero, ella decidió dejarlo todo y partir. Tomó unas pocas prendas de su viejo ropero y tras arrojarlas en su bolso salió con determinación de la antigua casa que la había tenido prisionera por largos cuatro años.
Su relación con Gabriel no había sido difícil, más bien fue estupenda, pero sentía que era solo una etapa en su vida y que ahora nuevas experiencias la aguardaban en el otro lado del planeta.
Ni siquiera se despidió, todo había quedado muy claro la noche anterior, en la cual se dijeron todo lo que tenían guardado en sus corazones. La puerta de la casa dio su último chirrido como el llanto de un alma desgarrada. Ella miró hacia las ventanas del segundo piso y en una de ellas estaba él tras la cortina, como no queriendo revelar su presencia. Ella levantó una mano en son de despedida, pero él solo se mantuvo incólumne como una roca. Ella caminó decidida hacia la calle y tras levantar su mano, el taxi que la llevaría a su nuevo destino la recibió presuroso. El conductor le ayudó con su equipaje y tras abrirle la puerta y dejarla sentada en el asiento trasero le preguntó: -"¿Donde la llevo?"
A mi amado, le respondió ella con una sonrisa.