LUCIA
Hoy me encuentro resuelto a confesarle mis sentimientos a Lucia.
Esta mañana me cepillé los dientes con bicarbonato, los refregué y refregué hasta quedar tan blancos como para una propaganda de dentífrico. Luego me bañé el cuerpo con jabón de tierra y estropajo. Me afeité las axilas, las bolas y el ombligo y por ultimo me perfumé de pies a cabeza.
Embetuné los guayos, planché mi pantalón a rayas y la camiseta con el estampado del divino Homero Simpson.
Repasé las líneas que le escribí en una servilleta, las grabé en la memoria mientras las leía frente al espejo del tocador de mamá; modulando la voz, haciendo cambios de tono y articulando cada palabra con delicados giros de mis manos. Todo lo preparé con exagerado esmero sin omitir detalle. Al salir de casa me enfunde la chaqueta color caqui, la bufanda de lana virgen y el sombrero negro de paño.
Crucé la acera, me encaminé a pasos lentos, pero firmes, sin vacilaciones. Nada me haría desistir. Hoy me encuentro envalentonado, furioso, lleno de coraje, de un valor sin límites.
Sabia donde encontrarla, en la frutería Miguel Ángelo. Acostumbra pasar las tardes saboreando helados de piña en compañía del negro Bembón.
Un negro montaraz, de cabeza plana, dientes de oro y un cuerpo de atleta.
¡No me intimida! ¡No me intimida! hoy ese negro cabron va conocer quién es Asdrúbal “el solitario”. Mi Lucia verá renacer de las cenizas a un hombre nuevo, dispuesto a dar la vida si es necesario por granjearse su complacencia, su amor de porcelana china, sus suaves caricias y el canto de su voz melodiosa.
Me detengo en frente del Miguel Ángelo. Saco la servilleta de uno de mis bolsillos y repaso sus líneas nuevamente.
A través de los cristales puedo observarlos hablando despreocupados. Él la toma de las manos, parece confesarle alguna intimidad morbosa, ella sonríe, coqueta, su rostro se ilumina con las palabras que le susurra al oído. Me muerdo los labios para no mirarla, no soporto que ese negro maricón le ponga un dedo encima. Empiezo a temblar, siento mi respiración como un río a punto de desbordarse, no consigo dar un paso, estoy empapado en sudor. El sudor es espeso con un fuerte olor a tierra. Recobro el ánimo, me dirijo a su mesa y al llegar no se me ocurre nada que decir: salvo —Lucia… ¡Que se vaya ya, para la casa! ¡Mi mamá la anda buscando!
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