Pálidas luminarias en la acera opacan la frescura matinal en el rostro de los transeúntes. Aun así y a pesar de un lluvioso amanecer, la primavera se resguarda el interior de la gente, en la esencia del alma. Está en el espíritu, en el aire y en el surgimiento del día; se lo vislumbra en los arboles los cuales lejos de ser engañados esbozan sus primeros brotes. Y comienzan a vestirse de gala, lentamente como una dama agraciada y segura de su atractivo. La naturaleza que es sabia, ofrece obsequiante sus virtudes para despertar del letargo invernal a todos esos seres que surcan la vida con una sonrisa en los labios y contagian la alegría de su corazón cuando te miran a los ojos.