Por encima del oleaje del mar violáceo, tras un hueco dejado sobre el plumaje de aquellas bohemias criaturas, el viento transforma su indefinida oscilación, en un un bello y delicado batir de alas.
Las aves de fuego, surcaban el firmamento como el fluir de cisnes sobre las aguas, iluminando aquellas tierras, con la cálida llama de sus almas cuando las nubes grises comenzaron a deslizarse unas sobre otras, y en un efímero momento de caos, dejaron escapar de su interior las oscuras aguas turbias que encarcelaban.
Entonces, los mares celestiales, cayeron sobre las deidades aladas, apagándolas tras ellas, y convirtiéndolas, así, en meras figuras de cartón empapadas que cayeron inútilmente a las profundidades oscuras del mar, para resurgir de sus cenizas, lustros después, en forma de colosales entes que abandonaron los cielos para gobernar los mares.
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