Cuerpos amontonados al costado de las vías,
se confunden con las muñecas decapitadas
de las niñas sin Dios. Hay un perfume a muerte derramada, que roza a los vagones al pasar. Y yo paso cantando una canción antigua, me siento y los observo, mientras, pasa un avión. Mi ceniza se mezcla con el gris de la tarde, carne sin ataúdes, sin gracia, ni oración. Yo me apiado y acierto mi cigarro en sus ojos y un incendio de rabia sube por la estación…