En la mitología familiar, se cuenta que mi abuela paterna, la Mema – Clemencia para los demás -, ya mencionada en anteriores relatos, nació en Arauco, ese mismo Arauco indómito que hasta nuestros días remece la conciencia de una nación entera. No atino a comprender por qué, los orígenes de nuestros abuelos se diluyeron en una nebulosa que oculta la historia oficial de cada uno, conociéndose sólo miserables retazos de la misma.
Se cuenta que la Mema nació de los amores de un navegante francés con una sencilla pueblerina. El hecho es que mi antecesora heredó los ojos verdes y la tez marmórea del galo, más los ademanes resueltos de su progenitora. Humilde y Clemencia, fueron el fruto de esta mezcolanza franco-latina. Supongo que mi bisabuelo algo de castellano debió chapurrear, para malamente entenderse con su mujer, quizás que oficios emprendió y cuando fue que cayó muerto, dejando viudas y huérfanas en las sureñas soledades.
Poco después, la madre murió también por causas desconocidas para mí, y ahora me repelo el no haber sido un chiquillo más preguntón para haberme enterado con pelos y señales del pasado aciago de la Mema. Ella, fue traída en vilo donde una tía de la difunta madre, quien la adiestró para hacerse cargo de las tareas de la casa, una enorme residencia, repleta de niños, tan niños como ella, a los que la Mema debió cuidar con esmero, so pena de crueles mechoneos de parte de la perversa tía. Su hermana, Humilde, partió con otros familiares y desde entonces tuvieron vidas paralelas.
Fue mi abuelo el que sacó a la Mema de las llamas para enviarla a las candentes cenizas del maltrato. Militar de tomo y lomo, criado en el rigor más absoluto, se enamoró de la “rucia”, porque ella era toda candidez, además de su consabida eficiencia en las labores de casa. Se casaron en una simple ceremonia y se la llevó a un chalet enorme, que involucraba mucho trabajo y esfuerzo, pero, a pesar de todo, ello fue una bendición para la Mema, después de todos los malos tratos recibidos en su niñez y albores de su juventud. De todos modos, como si hubiese sido víctima de una maldición, su esposo comenzó a tratarla como una esclava, celándola y golpeándola por cualquier motivo. Nacieron tres hijos, entre ellos mi padre, y luego, debieron volver al mismo barrio de antaño, radicándose en una casa muy humilde.
Sólo los años le brindaron el temple necesario a la Mema para liberarse del altanero yugo de su marido. Además, ahora estaban los niños, quienes aprendieron a defenderla de los arranques de mal genio de su padre. Poco a poco, la Mema se fue emancipando, aprendió a hacerse respetar y el hombre comprendió que ahora no las tenía del todo fácil.
Allí surgió la abuela resuelta, lectora consuetudinaria, con la que leíamos a pie juntillas todo lo que nos llegaba a la mano. Ella era muy dicharachera y aprendí muchos refranes que certeramente aplicaba en la vida diaria. Nadie se salvaba de su agudeza para apodar a la gente, por ejemplo, “la poto ´e olla”, a la señora algo copuchenta que siempre andaba sacando información para después esparcirla entre las demás vecinas.
Pretenciosa como ella sola, supe por mi madre que se afinó su nariz a punta de perros para la ropa, los que apretaba en su apéndice nasal para que le fueran perfilando su ya refinada nariz. En otras ocasiones, cuando un temblor remecía los cimientos de su casa, corría a calzarse sus mejores zapatos de taco alto y a ordenarse su cabellera y sólo entonces se asomaba a la puerta de calle. Cuando escucho esa frase: “antes muerta que sencilla” me recuerdo inmediatamente de la Mema, pensando que ella pudo ser la que inspiró dicha oración.
Quedó viuda muy joven y fue como si los hados se hubiesen concertado para brindarle la libertad que desde pequeña le fue negada.
Tampoco murió en plena ancianidad y fue sólo una bronconeumonia la que la doblegó para siempre, quedando sus recuerdos esparcidos entre todos nosotros. Yo me hice de una buena parte de ellos y ahora se los cuento para que la conozcan en gloria y majestad a esta abuela mestiza mía, tan mestiza como yo o como casi todos los habitantes de esta América morena…
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