( Del libro de Laura )

Reedición corregida, editada en la Página de los cuentos el 03 de Junio de 2004.


El matrimonio de Sebastián y Laura era una relación hermosa y de liderazgo, reconocidos por familiares y amigos como una pareja feliz, participaban como delegados de curso en el colegio de los niños, su casa era el centro de reunión de la comunidad escolar, hermanos, sobrinos y compadres compinches desde sus tiempos estudiantiles. Parrilladas y guitarreo, su forma de festejar a las continuas visitas que recibían. Sin esta introducción nadie podría explicarse, que en veintisiete años de matrimonio, Sebastián y Laura, llegaran a ser padrinos de bautizo de dieciocho ahijados.

El bautizo del segundo ahijado, para Laura fue una pesadilla. Vivía, recién casada, en una provincia del sur, Concepción, y embarazada de muy pocos meses de su hija mayor, viajó a Santiago con Sebastián para asistir a la ceremonia del bautizo de uno de los sobrinos de su esposo.

La primera experiencia no había sido perfecta, pero al menos, solo estaban presentes los padres de la bebé, y ellos. El problema fue el nombre y el apellido de la niña, que el afligido sacerdote intentó descifrar, pocas vocales, muchas consonantes, pañuelo en mano, secándose el sudor de la frente, el pastor no logró pronunciar. Pero al fin y al cabo, la niña quedó bautizada y en su certificado de bautismo, el nombre completo de la ahijada con todas sus consonantes y vocales.

Con el Concilio Vaticano de la austeridad, los bautizos comenzaron a realizarse en forma colectiva y en un horario determinado. Así fue como Laura se vio en medio de un tumulto de madrinas y bebés. La mayoría de los bebés lloraban con toda la potencia pulmonar que puede desarrollar un recién nacido, ella con su incipiente embarazo sentía que en cualquier minuto, con la falta de aire, el aroma de incienso y el calor, se desmayaría, muy alejados de ella se encontraban los padres de Pedro Sebastián de tres meses, y su esposo. Laura concentraba su energía, que era muy poca, en permanecer de pié, el encierro y la monotonía de la ceremonia por la gran cantidad de niños se hacía cada vez más peligroso para Laura y principalmente para la seguridad del pequeño que sostenía en sus brazos.

Rezaba solo para sobrevivir el difícil momento, sin perder de vista al pequeño Pedro Sebastián. De pronto una voz profunda y como venida del más allá le pregunta: _ ¿ Cómo se llama ? _ la potencial madrina contestó con gran esfuerzo: _Laura _ acto seguido la bendición al niño y las palabras sagradas: _ Yo te bautizo, Laura, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén _

Laura miró con horror al pequeño Pedro Sebastián, que dormía placidamente en los brazos de su madrina, buscó con la mirada a su esposo, a los padres del niño, no estaban. Hasta que hubo sido bautizado el último niño, Laura vivió la agonía de su insólita equivocación, sola, pensaba: _ ¿ ... y ... ahora ?_

Cuando logró salir con su ahijado de la tumultuosa parroquia, los padres ya habían inscrito el bautizo del niño con su nombre, habían salido del lugar en el momento de la bendición porque no pudieron disimular la explosión de carcajadas que les provocó el error de Laura.

Hoy, su ahijado Pedro, de cuarenta y seis años, arquitecto, casado, padre de cuatro hijos, adora a su madrina Laura y la historia de su bautismo su anécdota preferida.